
La noche más fúnebre de mi vida
CALABOR: 40 AÑOS DE SUCESOS EN EL CORREO (5) ·
Dos sucesos de 1999, terribles y prácticamente simultáneos, con una estela que llega hasta la semana pasadaCALABOR: 40 AÑOS DE SUCESOS EN EL CORREO (5) ·
Dos sucesos de 1999, terribles y prácticamente simultáneos, con una estela que llega hasta la semana pasadaLa noche del 23 de octubre de 1999 ya apuntaba maneras desde el principio, incluso antes de que pasara nada. Era un sábado de mucho viento, desapacible, con un ambiente muy raro, como irreal. Salías a la calle y ya te daba la impresión de que podía ocurrir cualquier cosa, aunque la verdad es que nunca habría podido imaginarme lo que me esperaba: empecé la noche con un suceso que se me ha quedado grabado para siempre, porque es uno de los casos de peor suerte que he conocido, y la terminé charlando con un asesino en un descampado. Parecía un mal sueño, pero por desgracia era todo muy real y quedaron dos cadáveres para demostrarlo.
Publicidad
Han pasado veintidós años, pero a veces todavía le doy vueltas a lo que sucedió en el Muelle de Marzana. Pasaban unos minutos de las once de la noche y allí no había nadie, pero nadie: la calle estaba desierta y el viento soplaba con ganas. Una mujer de 50 años tenía allí aparcado el coche. Se montó y, en ese preciso momento, una ráfaga muy fuerte de viento arrancó una chimenea de un edificio del otro lado de la calle y la hizo caer justo encima de su Peugeot 309. La mató en el acto, igual que si le hubiese explotado una bomba al arrancar el coche. A priori parecía imposible, no era lógico que cayese allí: parecía que alguien había calculado la trayectoria para acertarle de lleno, como si la chimenea hubiese estado mirando para pillarla justo ahí en ese momento. Podía haber pasado un minuto antes o un minuto después, podía haber impactado un metro más aquí o más allá, pero fue a darle a la única persona que había a la vista.
Yo estaba allí con la Policía y los Bomberos, todos dándole vueltas a la mala suerte que había tenido la mujer, cuando me tuve que ir pitando, porque llegó la noticia de que habían encontrado el cadáver calcinado de un vagabundo al lado de las vías de Feve, en Basurto. Eran alrededor de las doce y parecía que habían elegido adrede el escenario para un homicidio tan truculento y una noche tan lúgubre como aquella. Saqué las fotos y me quedé allí, esperando a que llegara el juez, cuando se me acercó un tío, joven, con pinta desharrapada: me contó que lo había visto todo, que había sido un grupo de jóvenes con estética skinhead. Después, te das cuenta de que su relato sonaba un poco raro, pero a bote pronto era un historión, ¡un grupo de cabezas rapadas que queman a un indigente en Bilbao! Por aquella época había mucha preocupación por ese tipo de sucesos: unos meses antes, en Romo, unos chavales habían matado a golpes a otro 'sin techo' (aquel fue un caso muy polémico, porque el autor de los golpes era menor y solo lo condenaron a 80 horas de trabajos comunitarios), y en otras ciudades había habido unos cuantos casos de neonazis que atacaban a mendigos.
Más tarde se descubrió que aquel testigo con el que estuve hablando era el asesino. La Policía se lo llevó a comisaría para tomarle declaración y después lo dejó en libertad, pero una patrulla se lo encontró poco después por la calle y se dio cuenta de que tenía gotitas de sangre en las zapatillas. Volvieron a llevárselo y acabó cantando. Se llamaba Alberto y era un joven de 20 años, que también andaba en la calle y solía discutir con la víctima por los bancos para dormir y cosas así. En una de aquellas, lo mató golpeándole con una piedra grande, lo cubrió de cartones y le prendió fuego. Declaró también que le había metido unos hierros oxidados por la boca. Después, se apartó un poco y se quedó por allí fumando.
Últimamente se ha vuelto a saber de él. Lo detuvieron a finales de 2019 en Gijón, acusado de haber matado a un hombre que había conocido en la cárcel de Asturias, donde cumplió condena por el crimen de Basurto. Cuando salió, este amigo suyo le acogió en su casa, pero parece que la cosa acabó de la peor manera. A Alberto volvieron a meterlo en prisión, pero lo dejaron en libertad provisional a los cuatro meses y, justo la semana pasada, lo encontraron muerto en una chabola de un barrio de Gijón. Tenía 40 años, de los que más o menos la mitad los pasó entre rejas: ese era el supuesto testigo que me abordó aquella noche tan rara de 1999.
Publicidad
Recuerdo que volví a la casa tarde y mal, con el agobio en la cabeza: por los cabezas rapadas que andaban atacando a vagabundos en Bilbao y, sobre todo, por el suceso de la chimenea, esa puta mala suerte que demostraba una vez más que la vida no vale nada. La noche ya daba mal rollo desde el principio y se acabó convirtiendo en la más fúnebre de mi vida.
Accede todo un mes por solo 0,99€
¿Ya eres suscriptor? Inicia sesión
Te puede interesar
Publicidad
Te puede interesar
Utilizamos “cookies” propias y de terceros para elaborar información estadística y mostrarle publicidad, contenidos y servicios personalizados a través del análisis de su navegación.
Si continúa navegando acepta su uso. ¿Permites el uso de tus datos privados de navegación en este sitio web?. Más información y cambio de configuración.