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Para Begoña hay un antes y un después de abril de 2020. Hasta la llegada de la pandemia era una mujer muy activa y deportiva. Jugaba a pádel, andaba en bici, corría, disfrutaba de una vida social plena… Hoy en día le cuesta hasta levantarse ... de una silla. Aunque en sus ojos se puede ver aún parte de aquella energía que la caracterizaba. Esta técnico en cuidados auxiliares de enfermería se contagió de coronavirus mientras trabajaba en una de las plantas covid del hospital de Cruces. Era la época en la que faltaban equipos de protección individual. Los sanitarios reutilizaban las mismas mascarillas durante dos o más días y se levaban las batas de los EPIs para emplearlas de nuevo. Desde entonces nada ha vuelto a ser igual para ella.
En Osakidetza le hacían PCRs periódicas. Tras el contagio dio positivo durante seis semanas seguidas. Cuando por fin se negativizó se incorporó a su puesto laboral. Pero algo raro le pasaba. «Empecé a sentir un hormigueo en las piernas y me cansaba mucho. Cada poco tenía que sentarme y tenía la tensión disparada», repasa. Su médico de familia le decía que sufría estrés postraumático. Fueron pasando las semanas y los meses y lejos de encontrarse mejor aparecían nuevos síntomas. Pensaba cada vez más despacio y sufría mareos. Hasta que en abril de 2021 se desplomó mientras trabajaba. Sus compañeras le trasladaron a Urgencias. Allí le realizaron un TAC y distintas pruebas. Fue examinada por el servicio de Neurología del centro y le diagnosticaron un POTS severo dentro de un contexto de long covid. Se trata de un síndrome de taquicardia postural ortostática que le genera disautonomía, lo que se traduce un funcionamiento incorrecto del sistema nervioso. De ahí que se le dispare la tensión de forma repentina o sufra «síncopes» porque la sangre no fluye hacia los lugares donde se necesita con normalidad. Este pasado verano se desmayó en tres ocasiones, una de ellas en la ducha.
Esta enfermedad también le ha causado un deterioro cognitivo. «Estoy lenta de cabeza y se me olvidan cosas», cuenta. Al hablar hay momentos en los que se queda bloqueada y pierde el hilo. Begoña M. C. recuerda aún con mucha angustia una jornada en la que, ya reincorporada, estaba trabajando. Se le olvidó durante toda una tarde atender una de las habitaciones que tenía asignadas. No fue consciente hasta que llegó la compañera del turno de noche y pasó el parte. Entonces acudió a la habitación y, por suerte, los dos pacientes ingresados se encontraban acompañados de sus familiares y ninguno de los dos había necesitado de su asistencia en ese tiempo.
El caso de esta sanitaria es singular porque un juzgado ha reconocido como accidente de trabajo las secuelas que le produjo la infección de covid que contrajo durante el ejercicio de su profesión en Cruces. La abogada Izaskun del Rio, que ha defendido a Begoña en representación del sindicato ESK, indica que, hasta donde ella conoce, «no existe ningún fallo» en esta línea ni en Euskadi ni en España.
El siguiente paso que van a dar es solicitar la incapacidad absoluta para esta sanitaria. Y es que dado el estado de Begoña, en el propio sindicato tienen serias dudas de que esté capacitada para realizar cualquier labor en el hospital que durante años fue su centro de trabajo. De hecho ya tiene una discapacidad reconocida por la Diputación de Bizkaia.
La sentencia del juzgado es recurrible. A Del Rio no le sorprendería que lo haga Mutualia, porque de convertirse en firme sentaría jurisprudencia y podrían apoyarse en ella otros sanitarios de todo el país para que se les reconozcan como accidente laboral las secuelas causadas por el covid. Peor llevaría Begoña que quien recurriese el auto fuese la propia Osakidetza. Aún recuerda la «decepción» que sintió cuando en el juicio el Servicio de Salud, «la que había sido mi casa», envió una abogada «en mi contra» para negar que esas secuelas fueran derivadas de aquel contagio que se produjo en una de las plantas covid de Cruces en abril de 2022.
El caso de Begoña se ha retrasado, en parte, por el empeño de esta mujer en poder volver a trabajar en Cruces. Pero su salud no se lo ha permitido. Le preocupa que su deterioro cognitivo pueda provocar una mala atención a los pacientes. Aunque no esconde que echa de menos su trabajo. Añora tanto asistir a los enfermos como a sus compañeras. Todo eso y mucho más se lo arrebató el covid.
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