
En el Museo de Pasos de Bilbao había este fin de semana mucho trajín de personajes bíblicos, más aún de lo habitual en estas fechas. ... En ese edificio entre las calles Iturribide y Prim 'residen' las figuras que salen cada año en procesión, aguardando con paciencia la próxima Semana Santa, pero estos días se han incorporado al censo nuevas esculturas a las que aún se veía descolocadas: eran las tallas del nuevo paso de la cofradía de La Pasión, en pleno montaje, y uno se podía cruzar con un San Juan doliente o un romano a medio desembalar mientras los trasladaban hacia su puesto definitivo. Al frente de todo estaba su autor, Jesús Cepeda (Sevilla, 1988), un portento de la imaginería que abrió su estudio con 18 años y se ha convertido en uno de los nombres más prestigiosos de este arte.
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«En 2019 pensamos en hacer un Gólgota, porque la Semana Santa de Bilbao no lo tenía. Nuestra misión es evangelizar sacando escenas a la calle y era una de las que faltaban para completar el vía crucis», explica Jesús Espinosa de los Monteros, hermano abad de la cofradía. Recurrieron a Cepeda, que ya había trabajado para ellos en otras ocasiones. Las representaciones del Calvario tienen un núcleo esencial, imprescindible, que se compone del Jesús crucificado y la Virgen y San Juan a sus pies, pero están abiertas a incorporar otros detalles de la Pasión. Y así es como ha llegado Cometa a la Semana Santa de Bilbao. «Yo hago un proyecto del paso, con un dibujo que tiene que ser aprobado. Este lo concebí con un caballo, y eso ha hecho que se extienda mucho el trabajo, de tres o cuatro años a seis», explica el artista mientras muestra el impresionante animal, que a estas alturas del montaje es el único acompañante del Cristo. Aún está descabalgado, aunque pronto le van a colocar encima el tribuno romano que lo montará para siempre.
«Es el primer caballo que tallo. Se llama Cometa porque mis hijos, Martín y Jimena, lo bautizaron así. ¡Ahora están un poco tristes porque se han quedado sin caballo!», sonríe el artista, que dedicó tiempo y esfuerzo a buscar un ejemplar real que se acomodase a su visión y le sirviese de modelo. Lo encontró en la cuadra jerezana de Lourdes Domecq: «Yo quería un caballo bayo y pregunté si los de pura raza española pueden tener esa capa. Hay muy pocos, ¡ahora uno más! Antes no sabía nada de caballos y he tenido que estudiar su anatomía a fondo. Ahora, en la feria de Sevilla, los veo pasar y voy pensando: no vale, no vale...». Cometa, 300 kilos de madera de cedro real con las venas sutilmente marcadas en el pecho, está llamado a imponer cuando salga por Bilbao.
El tribuno, jinete poderoso, interactuará con José de Arimatea, que desde abajo le pide licencia para dar sepultura a Jesús. Es otro de los protagonistas del paso, con ojos que parecen húmedos y traslúcidos pero también son madera policromada al óleo. «En esta figura vemos un hombre devastado dentro de su riqueza, fuerte social y físicamente, pero también abatido y sublevado», analiza Cepeda. Por su opulencia, José de Arimatea se prestaba especialmente al lucimiento de Apolonio Díaz, el vestidor que suele trabajar para el imaginero y que también está presente en el montaje: «Claro, lleva una ropa muy elaborada; otros, como San Juan y la Virgen, van vestidos con sargas, son mucho más austeros. Yo me voy a almacenes de telas antiguas y a mercadillos en busca de tejidos que sorprendan, que no sean el típico terciopelito y dorados», comenta Díaz, al que le ha faltado tiempo para pedir una plancha nada más llegar al museo. En Sevilla, vestir imágenes es un ritual que no tolera arrugas. De hecho, en todo el proceso hay unas reglas que se deben respetar, y por eso no tenemos fotografías de las imágenes a medio adecentar, acarreadas de aquí para allá.
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El paso se completa con otra escena, en la que unos romanos se reparten las vestiduras de Cristo. El hermano abad de la Pasión se conmueve al ver cómo la estampa bíblica se va componiendo ante sus ojos: «Nuestra Semana Santa tiene un patrimonio muy importante. Como estamos en casa, a veces no lo valoramos», dice Espinosa de los Monteros. ¿Y qué opina el imaginero de nuestras procesiones norteñas? «Es una Semana Santa diferente a la nuestra, más próxima a la castellana. Es potente, tiene una imaginería muy rica y un número de cofrades considerable: desde nuestro prisma, es un gusto y un orgullo tener obras aquí».
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