sergio llamas
Jueves, 1 de abril 2021, 01:48
Iñaki Andrés Rodríguez recuerda bien los cuatro meses que pasó de baja por culpa de un brote de fiebre Q registrado en 2014 en la planta de tratamiento de residuos de Artigas. Lo que sufrió entonces lo tiene ahora muy presente tras los dos casos ... confirmados la pasada semana en estas mismas instalaciones -un tercer trabajador habría estado también afectado-. «Tuve fiebres muy altas. Llegué hasta 41 grados. Me tiré en la cama casi dos semanas, y sudaba tanto que tenía que cambiar las sábanas dos y hasta tres veces al día», explicaba ayer Rodríguez, que es miembro del comité de empresa y delegado de prevención de ELA.
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Él entiende bien por lo que están pasando sus compañeros y el temor que se ha desatado en toda la plantilla, formada por 130 personas. Cuando sufrió la enfermedad se contabilizaron 40 casos y hubo que detener varios meses la planta. Entonces se creó un protocolo, pero en 2018 volvieron a producirse otros dos posibles contagios. Ayer, el presidente del comité de empresa, Kike Álvarez, también de ELA, anunció movilizaciones frente a la Diputación y Garbiker, y advirtió de que estudian acciones legales contra la empresa TMB Arraiz por no garantizar la salud del personal. «No se han hecho análisis a la plantilla. Los casos detectados es porque los trabajadores han presentado síntomas y han acudido al servicio de salud, donde han estado ingresados por neumonía», lamentó ayer.
Así empezó también la pesadilla de Iñaki Andrés Rodríguez hace siete años. Entró a medianoche en el hospital de Basurto y le diagnosticaron una neumonía. Tenía una mancha en el pulmón y el bronquio izquierdo. «Les expliqué dónde trabajaba y que había otros compañeros igual», relataba ayer. Le sometieron a unos análisis que tardaron varios días en tener listos los resultados, y entonces se confirmó el diagnóstico. «A las doce estaba con un médico y para las siete de la mañana ya había siete conmigo. Me asusté bastante», afirmaba ayer.
Aunque ya entonces hubo en la planta casos más graves y algunos más leves, cuando Rodríguez pudo levantarse de la cama pasó varios meses «agotado». «Hasta que no desapareció la mancha del pulmón yo notaba que me ahogaba. Tenía que andar de banco a banco y subir escaleras o una cuesta era misión imposible», confesaba ayer. Tenía entonces 42 años.
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El trabajo en las instalaciones es muy físico, por lo que la vuelta se le hizo cuesta arriba. Tampoco ahora tiene la certeza de ser inmune. «Mi médico no me lo asegura. Podría haber pasado la del perro o la del gato. No se llegó a identificar el brote», apuntó. La actual pandemia de coronavirus, que ha agravado los riesgos y durante la que se han tenido que mantener operativos como trabajadores esenciales, tampoco ayuda.
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