Unos brazos abiertos al final del camino
Acogida de refugiados sirios ·
Once familias, entre ellas la de Nour y Ahmad, han participado en un programa en el que grupos locales de voluntarios les ayudan a integrarseSecciones
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Acogida de refugiados sirios ·
Once familias, entre ellas la de Nour y Ahmad, han participado en un programa en el que grupos locales de voluntarios les ayudan a integrarseAl entrar a la casa de Nour y Ahmad, Martín Enbeita va directo al cuco y coge en brazos al pequeño Aylan, de tres meses. «Es igual que uno de sus hermanos», dice. «¡Cuánto ha crecido, y eso que hace solo una semana que no ... le veo!», comenta Estibaliz Otalora. Ella trabaja en Cáritas y él es voluntario en un grupo local del programa de Patrocinio Comunitario-Auzolana, en el que personas con diferentes perfiles ayudan a refugiados sirios a integrarse en el barrio o en el municipio en el que residen y a ser lo suficientemente independientes como para rehacer su vida.
La segunda edición del programa terminó, tras dos años de acompañamiento, en mayo. Sin embargo, los nueve voluntarios que han estado de forma estable con Nour y Ahmad y sus cuatro hijos en Bilbao, y los que les han prestado apoyo de manera puntual, continúan a su lado. «Lo bonito de esto son los lazos que se establecen», coinciden todos. Otalora es la coordinadora del grupo, «la de los temas fuertes como el NIE y el pasaporte», bromea Nour. Martín se encarga de las gestiones con Lanbide y con otras administraciones; Mertxe y Mariví, enfermeras jubiladas, de ayudarles con asuntos médicos; Itzi, Marta y Bego de las clases de castellano a los padres y de refuerzo escolar a los niños; José les apoya en la búsqueda de vivienda y en conocer el entorno; Mónica, una madre del colegio al que van los tres niños mayores, favorece su integración en el centro escolar...
56 personas
han participado en las dos entregas del programa, que recibirá a otras 7 familias.
Pero, para entender dónde están, primero hay que saber de dónde vienen. Ninguno de los dos quiere hablar de Siria o de la guerra que les obligó a huir, así que pasamos directamente a un campo de refugiados en Líbano. Es allí donde se conocieron y nacieron sus tres primeros hijos. Su hogar era una chabola más pequeña que el salón de la vivienda en la que residen ahora. «Cuando llegamos aquí, los niños nos preguntaron cuándo venían las demás familias, porque había más habitaciones en la casa», rememoran.
Tampoco entendían los pequeños que en Bilbao pueden jugar en los parques, porque en Líbano «los niños sirios no lo tenían permitido». «Teníamos un toque de queda a las 19.30 horas», apunta Nour. Se metían en esa casita, de una sola habitación, en la que entraba la lluvia por el tejado. Ella residió en esas condiciones durante diez años; él, ocho, cuando abandonó su país porque no quería formar parte del ejército. En 2022, dentro del cupo de refugiados que acoge el Gobierno central, surgió la oportunidad de que llegaran a Euskadi.
Para participar en el programa de Patrocinio Comunitario, precisa Otalora, la entidad social, en este caso Cáritas Bizkaia, debe «ofrecer una vivienda y un grupo local de apoyo». Se trata de un proyecto impulsado por el Gobierno vasco, en colaboración con ACNUR y el Ejecutivo central, en el que además de la entidad diocesana toman parte Fundación Ellacuría, Loiolaetxea y Alboan.
El proceso de adaptación no ha sido igual para toda la familia. Al principio, el foco se puso en los niños, que «no habían visto nunca un semáforo», por ejemplo. Salían con ellos de paseo por Bilbao para que se acostumbraran a los pasos de cebra, a tener cuidado al cruzar las calles y «a ver perros que llevan ropa», algo que les llamaba tremendamente la atención.
Pero enseguida se hicieron con el barrio y con su nueva vida. «Los dos niños mayores hablan muy bien castellano y la tercera muy bien también euskera», explica la orgullosa amatxu. Ella se defiende bien, una pizca por conocimiento del idioma y otra por simpatía, aunque a su marido le está costando. Recibe clases, y también acude a la escuela de adultos. De ahí que no esté presente en la fotografía que ilustra el reportaje, a la que no pudo quedarse porque debía ir al centro.
El «choque cultural», reconoce Nour, ha sido «grande». «Allí los hombres no hacen nada, no ayudan a las mujeres con los hijos, pero desde que estamos aquí Ahmad hace más porque ve que los hombres aquí son diferentes», explica. Aunque una de las cosas más frustrantes está siendo la dificultad de encontrar un empleo. Y una vivienda.
El programa de Patrocinio Comunitario ya ha terminado, y también su derecho a permanecer en el piso de Cáritas. Sin embargo, a través de la Fundación Eguzkilore, que gestiona el parque inmobiliario de la entidad, se les ha ofrecido durante un año un alquiler social. Y es que las puertas del mercado ordinario están cerradas para esta familia, primero por los «precios desorbitados», lamentan Otalora y Enbeita, pero también por su origen. «Sirios, con velo, cuatro hijos...», describen. Eso sí, lo que no se les cierran son los brazos de los voluntarios, porque, aseguran, «ahora somos familia».
El jueves, con motivo del Día Internacional de las Personas Refugiadas, se cumplieron cinco años de la firma del convenio para el programa de Patrocinio Comunitario, en el que en sus dos entregas se ha acogido a 56 personas de once familias sirias que han sido acompañadas por 60 voluntarios en Bilbao, Zalla, Arrigorriaga, Portugalete, Tolosa, San Sebastián y Vitoria. Hoy se reunirán refugiados y voluntarios, representantes de las asociaciones implicadas y del Gobierno vasco en Tabakalera, en la capital guipuzcoana, para celebrar los avances que han conseguido los participantes en este proyecto, que afrontará su tercera entrega en octubre con la llegada de otras siete familias a Euskadi.
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