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En cuestión de media hora, Bilbao parece haber sufrido un extraño fenómeno. Lo que a las 10.30 parecía un lugar casi desierto, en el que apenas se veía a algunas persona aisladas caminando muy abrigadas -el termómetro marcaba 2 grados-, se ha convertido en ... una ciudad bulliciosa. Donde antes apenas se veía alguna pareja de turistas, ahora hay que abrirse casi a codazos. Sucede en el Mercado de La Ribera, en el que la gente parece haberse multiplicado como por ensalmo. Un caso para 'Cuarto Milenio'.
En realidad es un caso de sábado antes de Nochevieja y Reyes. Y con buen tiempo. Por lo menos con sol, que el frío se soluciona con bufandas y gorros. «En casa la tradición en Nochevieja es el cordero. Antes lo hacía amama, que ya no está. Cordero y caracoles», explica Alicia Esteban, mientras guarda una todavía pequeña cola para comprar lo primero, cordero, frente al puesto de Mariano César, ya bastante concurrido a las 11 de la mañana. A la vuelta está La Riojana, dedicado al cochinillo, otro plato tradicional. «Los vendemos de 3 o 4 kilos, explican Olaia Chacón y María Ángeles García, entre cliente y cliente. «Este año salen menos: se está exportando mucho a China, aquí quedan menos y ha subido el precio. Va a 22 euros el kilo».
La gente se agolpa en las pescaderías. No solo para comprar, también hay quien les hace fotos a las lubinas y a los besugos. Enfrente del mercado, en la pescadería Arrain Bizia, la clientela se multiplica por minutos. Se dobla. En un abrir y cerrar de ojos una cincuentena de personas abarrota el local. «Dame kilo y cuarto de mejillones y medio de caracolillos», pide un hombre. Las cuatro pescateras no dan abasto.
En la cercana calle de Artekale se vive una escena similar en versión bacaladera: es un clásico, el Almacén de Coloniales y Bacalao Gregorio Martín, en el que hay cola hasta la puerta desde las 10.30. «Estamos teniendo colas todos los días, de hecho», explica Luis Arbiol. La gente «es muy clásica en estas fiestas. No nos complicamos la vida y vamos a lo seguro. Lo que más estamos vendiendo son los filetes de bacalao sin espinas». Afuera, una pareja de turistas alemanes intenta sacar unas fotos del local, que les debe de parecer muy exótico.
Está claro que hoy es un día de colas. Hay que hacerlas para comprar un besugo, bacalao o kokotxas. También para las croquetas. Como no podía ser menos, el local de Lautxo en el Arenal tiene una fila de clientes a sus puertas. Unos metros más allá, a mediodía se ha formado otra fila infaltable por estas fechas, una clásica: la de la Lotería Azcarreta. Esta ya da la vuelta a la esquina, lo que supone, para los últimos, aguardar a 8 graditos a la sombra. «Pero da igual, aquí hay que estar para comprar el niño», dice Adela Arregi. No le tocó nada el día del Gordo, claro: «Esto del Niño es como una segunda intentona obligada», bromea. «En este gastas menos pero te haces las mismas ilusiones».
El sol empieza aliviar el frío y antes de que llegue la hora del poteo las familias con niños se entretienen en los columpios de El Arenal. La pista de hielo está muy animada, llena sobre todo de niños y niñas. «Estamos de parada, entre compras y compras, para entretener un poco a los chavales», explica una madre mientras mira de reojo a sus dos hijos, dos niños de 8 y 10 años -Mikel y Eder-, que se desenvuelven con notable soltura. «Luego toca pasar por el mercado de Navidad, a comprar algún detallito».
El ambientillo navideño empieza a animarse a medida que avanza el día y ya no hace tanto frío. En el mercado de Ripa la gente, que se cruza con las familias que llevan a sus chavales al tobogán, visita los puestos. «Está siendo un día muy animado, más que los anteriores», explica Agurtzane Tejada, jabonera artesana, de Xaboi Punpuila. «Casi todo lo que estoy vendiendo son regalos, packs especiales. Hay bastante movimiento, pero seguramente por la tarde habrá mucho más», añade.
Se acerca la hora del poteo y los bares empiezan a acumular los clientes que hasta ahora llenaban los comercios. Ledesma comienza a lucir su aspecto de fiesta: una calle abarrotada de gente vocinglera. Se multiplican las cuadrillas que van de tragos o pincheo. Hay alguna despedida y también celebraciones. Susana Donado, de Sestao, «está de cumpleaños», como se chiva su hermana Pilar, que ejerce de portavoz. La cuadrilla todavía no se ha completado y toca pedir la primera ronda. «Pero es casi imposible, esto está a reventar», indica uno de los amigos. «Y eso que todavía no ha llegado la hora punta», explica Pilar, que detalla el plan: «Tomar algo por aquí y comer en el Old Shanghai», en la misma calle, para no tener que ampliar el mapa de operaciones.
Ledesma arriba, en el 'upper side', que se dice, los locales están ya llenos. A la vuelta de la esquina surge otra estampa familiar en un día así: el cartel de 'completo' en el parking del Ensanche, contemplado con desesperación por los conductores que aguardan a la cola -otra más, pero esta motorizada-, un goteo de coches que entran a medida que van saliendo los que dejan el aparcamiento. Al fondo, otras dos colas más: la de la charcutería alemana La Moderna, otro clásico, y la de las croquetas de Lautxo, bilocada también en el Ensanche.
Se produce un alto en la batalla, una bajada en el ritmo. Las calles han empezado a vaciarse hace una media hora. Pero no es que la gente se haya retirado a sus casas. Solo hay que llamar a un cualquier restaurante del centro para comprobarlo. Imposible conseguir una mesa. «Estamos completos». La respuesta se repite una y otra vez -para desgracia del hambriento periodista-. En inevitable recordar aquel pasaje de 'American Psycho' en el que el protagonista trata de reservar una mesa para cenar en el día en el Dorsia de Nueva York y al maitre, al otro lado del teléfono, le da un ataque de risa. Afortunadamente los maitres bilbaínos tienen más autocontrol.
Es la hora de comer pero aún así Ledesma no se vacía del todo. Sigue habiendo cuadrillas de fiesta, algunas ya en la fase de la exaltación de la amistad. No todo el mundo se ha ido a comer, las compras siguen. Además ya está tomando forma otra cola clásica: la del parking de El Corte Inglés. Caras de resignación entre los conductores: «Creíamos que viniendo tan pronto no tendríamos que esperar», dice Eneko, de Gernika. Los otros 15 conductores que aguardan para entrar habían pensado lo mismo.
Dentro, en los grandes almacenes, hay movimiento, y no poco. Sobre todo en la sección de juguetería, no copada solo por niños y niñas. Unos señores que superan la cuarentena se apoderan de la sección de Lego, en la parte de 'Star Wars', y discuten si el X-Wing es la nave más rápida de la Alianza Rebelde -en realidad es el A-Wing, amigos- ante el desconcierto de sus hijos.
Hay flujo de compradores entre El Corte Inglés y la FNAC, donde tampoco parece que haya llegado la hora de comer. Eso sí, todo el mundo coincide al apuntar que «vendrá más gente a partir de las cinco».
Aún no ha anochecido del todo cuando se enciende la iluminación navideña de la Gran Vía. El sol se ha puesto hace más de media hora, pero el cielo despejado hace que todavía haya una buena luz cuando los leds empiezan a teñir de azul la calle abarrotada de personas. Los comercios vuelven a estar llenos. El vaticinio apuntado a la hora de la sobremesa se ha cumplido, a juzgar por la cantidad de bolsas que lleva la gente, la mayoría, eso sí, de grandes marcas comerciales. Unos músicos callejeros tocan 'Noche de Paz' cerca del paso de cebra japonés del cruce con Alameda de Urquijo en el preciso instante en que se encienden las luces, pero casi nadie parece reparar en el efecto.
«¡Huy, si ya están las luces de Navidad! Vamos a hacernos una foto», les dice una joven a sus amigas, todas cargadas de bolsas de tiendas de ropa. Toca selfi. Otra fotógrafa, a lo lejos, aprovecha la famosa hora azul, en la que las últimas luces del día coinciden con las primeras artificiales de la noche, para hacer un buen panorama con cámara profesional y trípode. Los turistas se hacen notar, porque las luces azules de Bilbao, que ya tienen unas cuantas navidades de historia, les parecen «muy originales», como dice una familia de Málaga, ciudad que, curiosamente, se caracteriza por su iluminación navideña desmesurada.
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