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Hay comercios que dejan huella a diario y a los que es difícil imaginar su desaparición. En la bilbaína calle de Tívoli, Juanjo Gañán era el hombre que vendía huevos y miel, pero, sobre todo, el que se había ganado el cariño de la clientela ... de todo el barrio por su afabilidad. Juanjo era, en realidad, el último huevero que trabajaba en la capital vizcaína. Falleció la semana pasada de forma inesperada y a las pocas horas el establecimiento se llenó de recordatorios. La fachada de la tienda se pobló de mensajes de cariño y tristeza. Y de dibujos realizados por niños de la zona. El barrio se volcó con todo tipo de agradecimientos.
'Ha sido un placer conocerte, amigo'; 'Te echaremos mucho de menos, Juanjo'; 'Gracias Juanjo por tus buenos días, tu comprensión, tus ánimos y por supuesto por atender a mi ama como lo hacías. Un musutxu enorme a los tuyos'. La gente le quería porque él se dejaba querer y poseía un magisterio en el arte del comercio local, ese que tanto se echa en falta cuando ya no está y al que recurrimos cada vez que nos falta algo. «Quedó una conversación pendiente, hablamos profundo sobre la vida y la muerte y realmente no sabemos tan siquiera si existe o es otra dimensión de la vida. Aún tengo los últimos huevos. Te seguiré recordando cuando haya terminado el último. Gracias, gracias, gracias», escribió otro de sus clientes en la persiana ya bajada.
Juanan, un vecino que reside desde hace más de 20 años en el barrio, descubrió la huevería de Juanjo Gañán, al que era habitual verle con un libro entre las manos cuando no estaba despachando, durante la pandemia. Y desde entonces, entraba cada vez que pasaba delante de este comercio. «Era una persona muy culta. Podías hablar con él de todo. Ibas a comprar una docena de huevos y te podías tirar allí cinco minutos. ¡Qué buena conversación tenía!», recuerda.
Heredó el negocio de su padre y poco tardó en convertirse en un imprescindible. Se desenvolvía como pez en el agua en una de las tiendas más bonitas y pequeñitas de Bilbao. La fachada destacaba por sus puertas azules y el escaparate, con sus cortinitas bien plegadlas, mostraba perfectamente alineados los envases de miel. Era uno de esos locales con encanto.
Su mujer subió hace unos días al grupo de Facebook de vecinos de Uribarri una nota en la que agradecía las muestras de apoyo recibidas por la familia. «Ha sido impresionante la respuesta que habéis tenido, ese homenaje tan bonito a la entrada de su tienda y los comentarios que habéis escrito y dicho de palabra. Sus hijos, Arrate y Diego, y yo os lo agradecemos de corazón. Juanjo se nos ha ido, pero seguirá en nuestra mente y nuestro corazon. Muchísimas gracias por vuestro cariño», concluye.
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