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Arantxa Alberdi y Javi González llevan cuatro décadas trabajando codo con codo en el restaurante Rotterdam Maika Salguero
Bilbao se despide del Bar Rotterdam, el clásico de las cazuelitas

Bilbao se despide del Bar Rotterdam, el clásico de las cazuelitas

El local de la calle el Perro, fundado en 1974, se convirtió en un clásico con las raciones de bacalao al pilpil, txipirones en su salsa y «mollejas rebozaditas»

Viernes, 1 de noviembre 2024, 13:17

Solo era cuestión de tiempo que el Rotterdam bajara la persiana. Y lo hizo ayer a la tarde, en compañía de algunos de sus clientes más fieles, que han sido legión. Se arremolinaron en la calle El Perro para dar la despedida que se merecía este clásico de la hostelería bilbaína. En la víspera de Todos los Santos no fueron pocos los que recordaron los buenos momentos vividos (ya pasados) en el Rotterdam. Algunos empezaron a echar en falta «los buenos bacalaos y las buenas croquetas».

Con su desaparición Bilbao pierde uno de los estandartes de la cocina de cazuelitas de pimientos rellenos, callos, albóndigas, mejillones, anchoas, txipirones... Pese a todo, a casi nadie le ha pillado por sorpresa el cierre de este histórico del Casco Viejo, fundado en 1974. No será porque no estuviesen al corriente.

Una pareja indisoluble

Arantza Alberdi y Javi González, la pareja que ha trabajado mano a mano durante las últimas cuatro décadas, anunciaron a principios de 2023 que ponían el local a la venta y que cesarían la actividad tan pronto como encontrasen un inquilino apropiado. Han tardado algo más de lo previsto porque no querían traspasarlo «a cualquiera. Nos llegaron ofertas, pero no nos interesaban. Nos gustaría dar con gente de aquí que siguiese la misma cocina que hacemos nosotros», reconocieron el pasado verano a este periódico.

Con cada vez menos restaurantes castizos, acorralados por el auge del turismo y la invasión de franquicias, González, fijo del fundador, condicionó el futuro del negocio a la continuidad de Alberdi. «Yo solo no me quedo. Seguimos los dos o ninguno. No podríamos estar el uno sin el otro», explicaba.

Ni eran pareja ni tenían hijos, en contra de lo que creían muchos clientes, pero así es como trabajaban en un restaurante que solo preparaba cazuelitas, ya que tampoco servían menús del día. Arrasaban con todo tipo de elaboraciones, pero especialmente con las raciones de bacalao al pilpil, «mollejas rebozaditas» y txipirones en su salsa. Eran sus platos estrella.

Alberdi y González funcionaban como si fueran una sola persona. Lamentaban el giro de la cocina bilbaína y criticaban que «todo» estuviese preparado «para el turisteo. Por eso ya no queda casi comida tradicional». Los 'socios' del Rotterdam reconocían las dificultades que entrañaba el mantenimiento de los fogones tradicionales y la fuerte carga» de trabajo que soportaban a diario.

«Nosotros abrimos a las nueve de la mañana y casi nunca cerramos antes de la una de la madrugada. Solo descansamos los lunes y miércoles y los domingos a la tarde, pero hoy la gente no quiere trabajar tantas horas. Y el cliente quiere cosas fáciles, de fritangas», reprochaban. «Mientras la competencia se lanza a modernidades, nosotros nos hemos hecho clásicos haciendo lo mismo de antes. Y no vamos a cambiar, por mucho que otros luzcan en sus barras pintxos elaborados por empresas de catering», presumían.

Hasta ayer. Para pena de tantos y tantos bilbaínos, como Marino Montero, apesadumbrado por un Casco Viejo en el que, augura, va a resultar imposible poder comer «una humilde y sabrosa porrusalda. Nos van quitando atractivos y cosas que nos diferenciaban», se queja. Por fortuna, emblemas como el Rio-Oja, pegado al Rotterdam, vive momentos de gloria.

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