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El Bilbao Arena se quedó pequeño para acoger a los bastante más de 4.000 musulmanes que acudieron a celebrar el Eid al-Fitr, la ... fiesta que marca el final del Ramadán. Quizá influyó que esta celebración fue en domingo. Pero lo cierto es que por primera vez desde que se programa esta fiesta en el pabellón bilbaíno, los organizadores -de la comunidad musulmana de Bilbao- tuvieron que cerrar las puertas porque ya no entraban más personas, por lo que organizaron un rezo con un segundo imán en el exterior de las instalaciones. «Estamos contentos porque todo ha salido bien. Pero también preocupados porque el espacio se queda pequeño», subrayaba Mostapha Aitoukdim, responsable de la organización.
Desde primera hora de la mañana empezaron a llegar musulmanes de diversos países vestidos con trajes y túnicas tradicionales que daban una idea de la diversidad de la comunidad islámica. Algunos se lavaban los pies, las manos y la cabeza en una fuente cercana antes de entrar al pabellón. Estaban haciendo la ablución, que significa una especie de purificación ritual de algunas partes del cuerpo antes de algunos actos religiosos.
Todos ellos acudieron a la cancha del Bilbao Basket, que se convirtió en una mezquita improvisada, para despedir el mes de ayuno con una oración colectiva. Todos se colocaron para rezar en dirección a La Meca. Era un día especial, lleno de simbolismo para los musulmanes. Durante el Ramadán los creyentes no ingieren ningún alimento mientras el sol está visible. Pero el final del ayuno se celebra como una gran fiesta colectiva.
Estaban dejando atrás un periodo en el que, durante gran parte del día, tampoco fuman ni mantienen relaciones sexuales. «Para nosotros es un día muy importante», explica Habib, de Pakistán. «Un día de agradecimiento, de alegría y de reunirnos con nuestras familias y amigos», añade este comerciante, que tiene dos tiendas en Bilbao. Alí acudió con toda su familia. Son de Costa de Marfil e iban vestidos con trajes de vivos colores. También llevaba uno Abou, un niño de apenas tres años que se sentó con su padre en la esterilla de oración. «Hoy es un día importante, como para vosotros la Navidad», insistía Habib.
Había gente de todo tipo. Acudieron creyentes de Mauritania, Senegal, Marruecos, Argelia... La mayoría con amigos o con sus familias. Mostapha Aitoukdim se esforzaba desde primera hora porque todo estuviese en orden. Dentro de la cancha, Moulay Driss, presidente del Centro Islámico Alforkan, también se encargaba de repartir a los asistentes para aprovechar al máximo el espacio. Los hombres se colocaban delante, mientras que las mujeres se situaron al fondo de la instalación. En términos generales, la afluencia no ha dejado de crecer en los últimos años. El crecimiento ha sido especialmente acusado desde 2019. Ese año madrugaron 3.500 feligreses, lo que supuso un incremento de 1.000 asistentes respecto al año anterior.
En la puerta, unos voluntarios con cajas de plástico recogían el zakat, la colecta para los más necesitados que acuden a las mezquitas. «Es que el Ramadán es mucho más que religión y no comer durante el día», apuntó Mohamed. «Se trata también de intentar ser mejores personas».
Una vez superados los problemas de la megafonía, el rezo duró unos 15 minutos. A partir de ahí todo eran risas, abrazos, fotos... Y comida. Muchas familias se fueron a casa a desayunar. Pero muchos también buscaron alguna terraza para poder tomarse un café y un pincho de tortilla o unos calamares.
La tradición islámica aconseja que en el último día del Ramadán las familias cocinen platos tradicionales, ayuden a sus prójimos, decoren sus casas y se hagan regalos. Los platos son de lo más variado, pero en muchas recetas predomina el pollo, el pescado y el arroz.
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