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Se habla mucho de la brecha que separa los barrios ricos de los barrios pobres en Bilbao. Del abismo que hay entre las zonas más acomodadas –fundamentalmente, en el centro– y las más humildes –sobre todo, en la periferia–. Ya se sabe: los vecinos con más renta tienen más esperanza de vida, más estudios, mejor salud... Incluso más conciencia de su capacidad para influir en su propio destino. ¿Cómo? Votando.
La reflexión es muy pertinente en estos momentos porque llega un periodo de intensidad electoral desconocida. En mayo están convocados los comicios municipales, forales y europeos. Y antes, si no cambian mucho las cosas, se avecina el adelanto de los generales. En fin, estamos ante una temporada en la que la ciudadanía tiene la palabra. El problema es que buena parte de ella, sobre todo la que peor lo está pasando, no participa. Pasa.
Al menos, eso es lo que ha ocurrido hasta ahora, y se aprecia muy claramente analizando la participación en las últimas elecciones municipales. En 2015 el distrito bilbaíno con mayor nivel de abstención –un 45,1%– fue el de Otxarkoaga-Txurdinaga, que también es el que tiene una renta media más baja. En el extremo opuesto está Abando, el más rico y donde votó el 65% de la población, el porcentaje más alto de la ciudad. Todo un abismo.
Pero es que esa brecha es aún mayor si se comparan los resultados de secciones electorales. Lo ha hecho Braulio Gómez, doctor en Ciencia Política y Sociología en la Universidad de Deusto. Y ha descubierto que en algunas mesas de Abando la participación se elevó hasta el 82%, mientras que en algunas zonas de Otxarkoaga se quedó en un pírrico 43%. Es precisamente en este barrio en el que el experto acaba de dar una charla sobre las desigualdades políticas en la ciudad. «La concentración de riqueza genera poder político, del mismo modo que la exclusión social acaba expulsando de la comunidad política a quienes la padecen», dice.
La pregunta es obligada: ¿por qué la gente que está en una peor situación económica es también la más desmovilizada políticamente? A juicio de Braulio Gómez, los recursos materiales generan una serie de inercias que activan la conciencia política de la ciudadanía. «Si no tienes relaciones en el trabajo porque no tienes trabajo, si no puedes usar el espacio público porque no tienes dinero para quedar con amigos... todo eso provoca que sea más difícil crear una cultura política». En fin, que la participación es contagiosa, y la abstención, también.
35% fue la abstención en Abando, el barrio con más participación. En Deusto fue del 37% y en Uribarri del 39%.
45% de los electores se abstuvieron en Otxarkoaga-Txurdinaga. En Rekalde, Basurto y Zorroza rozó el 43%.
En otras palabras: «Los ciudadanos y ciudadanas más vulnerables consideran que su voz no es influyente o que los políticos no se interesan por lo que piensa la ciudadanía». Por supuesto, el fenómeno no es exclusivo de Bilbao. Lo refleja muy bien una encuesta a nivel nacional (Foessa 2018) cuyos resultados aún no han sido publicados: entre las personas perfectamente integradas (las que tienen todas sus necesidades cubiertas sin problemas) sólo el 0,7% dice que nunca vota porque no le interesa o no sirve para nada. El porcentaje sube al 9,1% entre quienes tienen una «integración precaria»; por ejemplo, quienes apenas llegan a fin de mes pero logran, con ayuda, mantener su vivienda y vida independiente. Entre las personas peor paradas, es decir, las que están en exclusión, la proporción de quienes ni se plantean acercarse a las urnas escala hasta el 22,4%.
Todo esto, según la tesis de Gómez, es muy peligroso porque deja fuera de la órbita política a amplios sectores de la población. Además, vistos los efectos de la crisis económica, esas balsas de abstencionismo son cada vez mayores. «El nuevo precariado político se sale voluntariamente del cuerpo electoral otorgando con ello más peso e influencia a los grupos de más renta, cuya participación política no ha menguado tras la crisis», dice. También es cierto que quizás no haya alternativas políticas que ilusionen a buena parte de la ciudadanía. En cualquier caso, la desmovilización de los sectores de población más necesitados de políticas públicas provoca que «los partidos pierdan incentivos de atender sus demandas». Y, así, la exclusión política acaba reforzando la exclusión económica y social.
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