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«No pongas la edad, que baja», advirtió su hijo Ramón, con tanto cariño como verdad. Porque su madre era muy coqueta en ese asunto. ... Y mandaba. Lo recuerdan emocionadas sus empleadas, que estos días reciben pésames de clientas y amigos. Han pasado dos semanas desde que nos dejó, pero su aroma permanece. No solo era la dueña de la tienda más legendaria de Bilbao en asuntos de ropa exclusiva. También, y sobre todo, era el ejemplo palpable de la elegancia bilbaina. Por eso no desvelaremos su edad, pero el resto lo vamos a contar. Este es un sentido homenaje a Isabel Fica quien, junto a su marido Ramón Armentia, creó un templo de la moda.
Las buenas clientas saben que en el mostrador más cercano a la entrada guardan un álbum de fotos. Son instantes capturados en aquellos desfiles donde los más pequeños mostraban los vestidos y trajes más distinguidos de la época, incluidos los de comunión. La mayoría eran de nuestra tierra, pero hubo niños y niñas de Suiza y países más lejanos. Porque la fama de Isabel y Ramón llegó muy lejos. Y pisó alfombras de palacios. Las infantas y el Rey, entonces infante, vistieron sus afamadas ropas, tanto de marcas mundiales como elaboradas por las modistas y costureras de la tienda. Un lugar marcado por el compás de Isabelita. Así le llamaban las gentes más cercanas. Esas que hoy nos recuerdan sus costumbres y manías. Como revisar cada mañana la tienda y el escaparate, preguntar quién libraba ese día o pedir a su equipo que, si no había clientela, doblaran una vez más ciertas prendas y contaran el número total de pantalones. Hacer de todo, salvo no hacer nada.
Toda persona que entraba en Veritas era acompañada hasta la puerta, comprara o no, para ser despedida. Otra máxima de Isabel era no decir jamás «no tenemos esa prenda». Se enseñaba una parecida y se intentaba satisfacer a la clienta. Hablamos en femenino, pero son muchos los hombres que saben lo que es cruzar el umbral de esa puerta. Los más veteranos recuerdan las escaleras que llevaban hasta el despacho de Ramón y los mostradores con mármol azul repartidos por una estancia que creció al comprar el local de Archi, con el que compartían pared.
Pero hubo otro ayer antes de Rodríguez Arias. Cuando Veritas estaba en Licenciado Poza y su objetivo era el público infantil. Les iba muy bien e intuyeron que podían ir más allá. Por eso viajaron tanto por esos mundos. Cuentan que Ramón sufría cuando Isabel se empeñaba en comprar por encima del presupuesto previsto. «Tranquilo, que esto lo vendemos seguro», sentenciaba Isabelita, que siempre fue la parte creativa. Él los números, ella la selección del material. Equilibrio perfecto. Estaban tan compenetrados que, mientras comía un plato rápido a la vuelta de la tienda, en la Revoltosa de Leire y Rodrigo, confesaba a los presentes, día sí día también, que no lograba superar la muerte de su marido. Y eso que habían pasado 19 años. Pero esa mirada triste chispeaba cuando hablaba de Carmen, Inés e Isabel. Sus nietas. Aunque tuvo más. Tantas como criaturas entraron, agarradas a la mano materna, por su famosa tienda.
Ahora ya son adultos que regresan pensando en vestir hoy, sin olvidar el ayer. Y algunos de aquellos menudos clientes se paraban ante ella para susurrarle «Yo también desfilé con Veritas». Y ella sonreía y preguntaba por el nombre de la madre. Recordaba a todas. Incluidos sus gustos y colores. Que en ella, por cierto, eran los crudos, aunque no le hacía ascos a un rojo fiesta. Porque también supo vivir y disfrutar de una copita de champán si el trabajo lo permitía. Así fue hasta el final. Llegó el 5 de noviembre, pero dejó en buenas manos su imperio. El hijo mantiene el sello familiar. Y ella, la hija de María y Ceferino, se ha ido para volver de nuevo con Ramón. El hombre al que tanto añoraba. Ahora están juntos. Así que no diremos su edad. No sea que se nos enfade y se vea obligada a bajar.
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