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A menudo una pequeña ayuda es suficiente para que una persona pueda mantener una vida independiente; es decir, para que pueda quedarse en su casa en vez de ir a una residencia. Quizás necesita que alguien le eche una mano a la hora de hacer ... la comida o la limpieza de la casa. O que le asista con la medicación, o con la higiene personal. O que le ayude a hacer las gestiones con el banco. Es bueno además que ese auxilio ejerza como bálsamo contra la soledad, esa maldición con la que cargan buena parte de los mayores. Cada caso es diferente.
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De eso va el Servicio de Ayuda a Domicilio (SAD) del Ayuntamiento de Bilbao, que durante el año pasado tuvo 3.594 usuarios, y que en el presente ejercicio, hasta octubre, cuenta con 3.217. Un descenso coyuntural que el director de Acción Social, Iñigo Zubizarreta, achaca a la pandemia y a los recelos que, sobre todo durante lo más duro del confinamiento, ha tenido mucha gente para dejar entrar a extraños en sus domicilios.
En realidad, no son extraños. Las auxiliares domiciliarias son las personas que se encargan de ayudar a la gente mayor en sus casas con un fin muy concreto: retrasar lo más posible el ingreso en residencias. Un objetivo que ahora adquiere aún más relevancia por el especial impacto que ha tenido la pandemia en estos equipamientos sociales. Además, hay que tener en cuenta que estamos en una sociedad cada vez más envejecida: cada año más de 600 personas se estrenan como usuarias de este servicio (en 2019 fueron 674 nuevos beneficiarios).
600 personas se incorporan cada año al servicio de ayuda domiciliaria de Bilbao.
¿Quiere eso decir que en los próximos años va a aumentar la cantidad de usuarios del SAD? «No está muy claro. La situación es muy cambiante», admite Zubizarreta. En los últimos ejercicios, dice, la cifra se está manteniendo en el entorno de los 3.500 porque a medida que unas personas ingresan, otras salen por distintos motivos (porque entran en residencias, porque fallecen...). «Sí parece que esto irá a más», admite el director de Acción Social. Pero, por otra parte, apunta que «el tipo de envejecimiento está cambiando y cada vez llega más gente a edades avanzadas con mejor salud».
No hay una bola de cristal que revele el futuro con nitidez pero, en cualquier caso, Bilbao tiene que estar preparada. Y por eso el Ayuntamiento ha sacado a concurso la prestación del servicio durante los tres próximos años, un contrato prorrogable por doce meses más. La inversión prevista es de 15,6 millones de euros anuales y ya hay siete empresas que pugnan por ello: Aurrerantz S. Coop., Servisar SLU, Asidma SL, Aztertzen SL, Gizatzen SA, Sacyr Social SL y Protección Geriátrica 2005 SL. El contrato está dividido en cuatro lotes, según áreas geográficas, de las que se encargarán firmas diferentes. El plan es que en enero se determine quién asumirá el cometido.
La Administración bilbaína se ha tomado en serio el asunto porque, según apunta Iñigo Zubizarreta, el servicio no se limita a ayudar a personas con algún tipo de dependencia reconocida por la ley, sino que se abre a gente que «está en riesgo de desprotección». De hecho, de los 3.594 usuarios del año pasado, el 41,9% eran autónomos, y sólo el 51,2% habían sido valorados como dependientes. El resto, el 7,9%, no habían pasado por la valoración.
De alguna manera se trata de anticiparse a la necesidad, poner un cortafuegos antes de que las limitaciones que sufre alguien se conviertan en irreversibles. Por supuesto, la valoración siempre corre a cargo de las trabajadoras sociales, que son quienes conocen la realidad de un modo más inmediato y se encargan de activar las herramientas.
prevención
De manera accesoria, el SAD ejerce de lenitivo contra la soledad. Y no sólo por la relación que se establece con las auxiliares domiciliarias, sino porque esa relación puede sacar a la luz situaciones aislamiento. En esos casos, se da aviso al programa Mirada Activa, cuyo objetivo es evitar que la gente mayor se quede abandonada en su burbuja. «Tratamos de que confluyan distintos programas», dice Zubizarreta. Que haya relación entre ellos. Durante el confinamiento han tenido oportunidad de comprobar, a través de miles de llamadas telefónicas, que mayoritariamente «no hay grandes necesidades» entre la población más veterana, pero sí «situaciones de soledad, incluso en gente que tiene familia». No atajarlo a tiempo puede ser fatal porque en esas condiciones las personas se abandonan, sus hábitos alimenticios empeoran, empieza la cuesta abajo.
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