El autobús del aeropuerto, atestado de viajeros

Claudia ya ha pasado el virus, aunque de forma leve. Justo antes del confinamiento «me quedé sin olfato ni gusto». Después se hizo el test serológico, que confirmó que «tengo anticuerpos». «Yo iba más tranquila, pero mi madre estaba asustada». «El autobús iba completamente lleno, como cuando no existía la pandemia. No había ventilación, no hay derecho», protesta Conchi. «Me cuido mucho, llevo mi gel, voy en taxi», añade «enfadada». Todos llevaban la mascarilla obligatoria, pero mantener la distancia de al menos dos metros resultaba imposible.

Además de los viajeros que iban sentados, otros estaban de pie agarrados a las barras. La madre de Claudia se quejaba abiertamente. «Tenía una mochila encima, rozándome». La mayoría de los pasajeros eran jóvenes, que «tenían ganas de llegar a casa». «Antes de esperar cola para coger otro autobús menos lleno, preferían viajar así», piensa ella.

El bus tardó cerca de media hora en llegar a la parada de Alameda de Rekalde, «tuvo que bajarse gente para dejarnos pasar a coger las maletas». «Si te piden distancia de seguridad en todos los sitios, no entiendo por qué aquí no», protesta Claudia.

La línea del aeropuerto la gestiona Bizkaibus, que cuenta con un servicio de recogida de quejas y atención al cliente en la web y en redes sociales. «Se responde siempre», apuntan fuentes internas. En el transporte público no se han fijado aforos, por lo que no hay límite de viajeros, tanto en autobuses de línea, como en el tren o el metro. En las unidades de Bizkaibus y Bilbobus sólo se puede pagar con barik y el conductor va separado del pasaje por una mampara.