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Durante la inauguración de Bilbao Intermodal, el alcalde, Juan Mari Aburto, ha tenido palabras de agradecimiento para los vecinos, que han soportado de forma estoica más de dos años de molestias por las obras. Y eso que las de la nueva estación no han ... sido las únicas. Primero comenzó el derribo de Garellano, después la construcción de los rascacielos... «Y todavía queda lo que va a ir encima, la residencia y el hotel, y el nuevo rascacielos de Garellano, el que va a ser el bloque residencial más alto de Euskadi», advierten los vecinos.
Muchos «civiles» han sido invitados por el Ayuntamiento a la inauguración, como el presidente de la federación de vecinos de Bilbao, Carlos Ruiz, y la presidenta de los vecinos de Basurto, Begoña Ruiz Vivanco. «Las obras han durado más de lo previsto, pero bien está lo que bien acaba», reflexionaba el primero. «A ver cómo queda lo de arriba», explicaba ella, consciente de que les quedan todavía meses de obras por delante. De puertas para fuera, lejos de la solemnidad que ha envuelto el acto de inauguración de la nueva intermodal, la ciudad seguía en su rutina de caos. Fuera, había mucho ruido. Trajín del tráfico de los autobuses y los coches, estruendo de las obras, y pasajeros de la todavía estación de autobuses de Bilbao que cruzaban a toda leche la calle con sus maletas de ruedas. Y es que por aquí, por Luis Briñas, han estado pasado más de 19.000 personas al día desde que entrara en funcionamiento la Termibus provisonal.
Los vecinos de Luis Briñas celebran que se haya puesto punto y final a la obra. «Ha sido un infierno», relatan. Han soportado polvo, ruido, vibraciones... Ahora, esperan que la cosa se calme un poco. Una vecina confía en que «por lo menos, se nos revalorice la casa aunque toda la obra todavía está muy verde». Otra residente en uno de los portales asegura que «todavía no tengo muy claro donde estan las entradas las salidas, pero este tiempo ha sido horroroso, terrible. Dos años llevamos así. Cuando empezaron las obras, las ventanas estaban recién puestas, y cuando estaban perforando, vibraba toda la casa. Va a haber que volver a pintar», asegura Marie Jeane Bouron, natural de un pueblo situado entre Nantes y La Rochelle y que se enamoró de un vecino de Lekeitio con el que se casó en 1970.
«Cuando compramos esto aquí había un campo de futbol, estaba Garellano, y este barrio era de lo más tranquilo, y ahora esto es un infierno. El ruido la gente no lo quiere, han sido dos años muy malos, con el ruido de los carritos de las maletas de miles de personas pasando desde primera hora». Eso, asegura, ha sido lo peor. «Había tanta gente pasando por esta acera que no podías ni salir del portal». «Tenemos unas ganas de que termine esto...», relataba otro vecino. Arriba, charlamos con una madre y una hija que viven en dos casas contiguas, ambas con vistas a las obras y a la entrada de la nueva intermodal.
«El tajo ha sido molesto. Y lo que nos queda. Lo peor es que no podías abrir las ventanas. Y la salida del portal. Había muchisima gente pasando, y tenías que pedir permiso a la gente que pasaba, porque casi te atropellaban. No te cedían el paso y la salida del garaje estaba imposible», explica Rosa García, de 61 años. «Desde las ocho de la mañana hasta las once de la noche, había mareas y mareas de gente por la acera», relata. Ella lleva unos diez años viviendo aquí. «Entonces, estaba aquí la estación vieja, pero bueno, no había tal marea de gente, ni tal ruido, para las diez de la noche ya casi no había autobuses. Espero que mejore la situación. Se supone que lo han hecho para mejorar la estación y también la situación de los vecinos», confía.
Su madre, Carmen López, de 84 años, se trasladó al piso de al lado porque se puso en venta pocos meses después de que su hija se mudase aquí. Vino con su otro hijo, que sufre una minusvalía. «Lo bueno es que tienes todo al lado, el tranvía, el metro...», cuenta. Durante las obras, relata, «se pasa un poco mal. Lo peor ha sido el ruido y el polvo que se metía en casa. Yo me levantaba prontito, abría las ventanas, limpiaba la casa y los cristales un poco y luego cerraba». Tienen ventanas antiruido que no dejan entrar el barullo. «Las ventanas estas cuestan su dinero, pero vives a gusto». Ahora, «vamos a estar mejor», esperan. Al menos, evitarán «las avalanchas» de gente. Eso sí, «pensaba que iba a haber más jardín, en los panfletos se veía como más zona verde», reivindica su hija.
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