Fue el origen de la mayor catástrofe medioambiental que se recuerda. Miles de toneladas de residuos, entre ellos amianto, se vinieron abajo. Los incendios que se desataron en la cota más alta de la montaña de basura la convirtieron en una incineradora al aire libre ... y los vecinos denunciaron el hedor y picores de garganta que se generalizaron tras el derrumbe. El aire sabía a metal y a plástico quemado. El vertedero, en pleno barrio Eitzaga de Zaldibar, está muy cerca de Ermua, Eibar y Elgeta, donde las mascarillas se agotaron en las farmacias un mes antes que en el resto de la comunidad por el covid. Los cuatro ayuntamientos se personaron como acusación particular y hace unos días se aceptó que formen parte de la causa que instruyen los juzgados de Durango. Sus alcaldes esperan que se haga justicia. El de Zaldibar, José Luis Maiztegi, aseguró esta semana que la única prioridad es apoyar al Gobierno vasco en la búsqueda de Joaquín Beltrán y apostó por que se «determinen las responsabilidades y que cada cual las asuma». «Lo primero es encontrar a Joaquín, que la familia pueda descansar, que los tribunales determinen y depuren lo ocurrido y que se restauren los daños», coincidieron los regidores.
«Miedo» por los incendios
«En el primer momento, poco después del derrumbe, se decía que el número de desaparecidos era de diez. El técnico que visitó la zona pudo comprobar que había riesgo de más desprendimientos», recuerda el alcalde de Ermua, Juan Carlos Abascal. Las jornadas posteriores fueron maratonianas. De actividad frenética. Los incendios desataron «mucho miedo» entre los vecinos y un gran malestar social. La detección de contaminantes fue uno de los momentos más críticos. El 9 de febrero se analizaron varios parámetros y el día 15 Salud Pública emitió una alerta por la elevada concentración de dioxinas y furanos. Recomendó no realizar deporte al aire libre y ventilar la casa solo lo necesario. También que no se comieran productos de la huerta de la zona.
Se sucedían las reuniones técnicas y las citas informativas ante los vecinos en las que llegó a haber 400 personas muy «molestas». Varias manifestaciones exigieron responsabilidades por las emisiones contaminantes. Ermua fue el municipio más perjudicado, pero nunca fue informado de la apertura del vertedero, detalla Abascal. «En momentos así, hay que dar la cara. Se instalaron medidores y mi tarea fue informar y tranquilizar. Había informaciones contradictorias y se lanzaron bulos, como que había lindane o amianto en suspensión». En la localidad reinaba el enfado. «Nos han hecho pintadas, nos han insultado...». A su juicio, siempre «se cargan las tintas contra los mecanismos de control. Lo que tengo claro es que no era el emplazamiento idóneo para el vertedero».
La exconsejera de Salud, Nekane Murga, llamó personalmente al alcalde de Eibar, Miguel de los Toyos, para que tomara precauciones en su localidad. «Fue una catástrofe con unas importantes repercusiones humanas que afectó y sigue afectando a la ciudadanía. Provocó una situación muy complicada en la que tuvimos que reaccionar de inmediato. Colocamos medidores y adoptamos todas las medidas de prevención, además de informar a tiempo real de lo que sucedía», rememora.
«Había mucha preocupación entre los vecinos porque no sabían lo que estaban respirando», relata Iraitz Lazkano, alcalde del pequeño municipio de Elgeta. Fueron momentos de «mucho estrés» porque un desastre «de magnitudes que no conocíamos hasta entonces» acabó «con dos trabajadores sepultados entre toneladas de escombros». En Elgeta «tuvimos que aplicar las recomendaciones que el Gobierno hacía para el resto» de municipios porque tardaron varios días en incluirles en la mesa de crisis en la que la cúpula del Gobiero vasco, los técnicos y los alcaldes compartían información y en instalar medidores de la calidad del aire.
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