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Los policías llevaban meses advirtiendo de que cada vez se veían más navajas y cuchillos en las calles de Euskadi. Aparecían en robos con violencia, en una pelea por cualquier tontería en el exterior de una discoteca o en un control aleatorio. Esta impresión generalizada no tardó en verse plasmada en las estadísticas oficiales, que ya hace meses apuntaban a una proliferación sin precedentes de agresiones con armas blancas en el conjunto del País Vasco, y en Bilbao y Bizkaia en particular.
Dos apuntes evidencian la gravedad del problema: la Ertzaintza y las policías locales pusieron 968 sanciones en 2022 por portar navajas, un 19% más que en 2019, antes de la pandemia. El pasado año en Bilbao se produjeron 805 delitos cometidos con armas de todo tipo -mayoritariamente blancas-, lo que de media supone más de dos cada día. Se trata de un incremento más que notable con respecto a los 577 que hubo en 2021.
El pasado verano se rozó el drama después de que un joven fuese apuñalado en el cuello en plena Aste Nagusia bilbaína, en un incidente que puso de relieve la escalada de las agresiones de gravedad. Desde entonces, el goteo de navajazos con heridos ha sido constante, con casos en las tres capitales vascas, el más trágico de ellos en Navidad con la muerte del joven Lukas Agirre, víctima de una puñalada en San Sebastián. Tras él se han encadenado sobresaltos varios fines de semana en Bilbao y Vitoria. Sin embargo, la maquinaria institucional para intentar atajar esta ola de sucesos, una auténtica «lacra» en palabras de los representantes públicos, no se ha puesto en marcha a pleno rendimiento hasta esta misma semana, cuando apenas faltan tres meses para la celebración de las elecciones municipales y forales de mayo, con declaraciones de alcaldes y consejeros del Gobierno vasco llamando a endurecer las sanciones, a realizar «juicios rápidos» y a colocar detectores de metales y seguridad privada en discotecas. Medidas coercitivas y de prevención que vuelven a revelar que la inseguridad constituye una preocupación sustancial de la ciudadanía -de hecho, el último estudio sociológico de la Diputación de Bizkaia publicado hace unos días lo situaba como el tercer problema señalado por los encuestados tras el empleo y la sanidad-. Incluso los sondeos municipales de Bilbao situaban la inseguridad como la principal preocupación ya en 2021 tras dejar atrás la fase más dura de la pandemia.
Cacheos. La Ertzaintza ha iniciado cacheos en discotecas.
Multas más elevadas. Además de estudiar la posibilidad de exigir detectores de metales en locales de ocio, el Gobierno vasco ha anunciado un endurecimiento de las sanciones.
Los tres incidentes que han hecho a las administraciones poner el foco en las armas blancas tienen varios denominadores en común: todos se produjeron de madrugada y en el entorno de discotecas de Bilbao, San Sebastián y Vitoria. Casi todos los implicados eran muy jóvenes, veinteañeros, y habían salido de fiesta con el puñal guardado en el bolsillo, como si fuese un objeto más. Los desencandenantes fueron simples discusiones de bar o asuntos de celos. El caso más grave fue el de Donostia, donde el joven Lukas Agirre perdió la vida la madrugada del día de Navidad. En esa misma fecha en el centro de Bilbao, se produjo otra pelea a la salida de un local de ocio nocturno. Esta pelea no tuvo tanta repercusión, pero dos chicos resultaron heridos, uno de ellos de gravedad tras recibir puñaladas en el pulmón y el abdomen, y tuvieron que ser ingresados en el hospital.
Juan Angel Anta
Doctor en Criminología
Poco después de estas agresiones ya se produjo una primera reacción del Gobierno vasco. El vicelehendakari primero y consejero de Seguridad, Josu Erkoreka, reconoció un aumento «preocupante» de la presencia y uso de armas blancas en Euskadi «en los últimos dos o tres años». En el Parlamento, anunció sin entrar en detalles un plan de prevención contra la proliferación de las armas blancas. Este periódico desveló que una de sus piedras angulares iban a ser los cacheos policiales, que empezaron a practicarse el pasado fin de semana en el exterior de discotecas y lugares de riesgo. Una medida que no persigue tanto la incautación de armas, que son fácilmente reemplazables (se pueden comprar cúters por apenas un euro y medio y cuchillos de grandes dimensiones en cualquier bazar), como reforzar la presencia policial con carácter disuasorio en las zonas sensibles en las que se producen más incidentes.
El plan comenzó con otro incidente de gravedad: un múltiple apuñalamiento en un local de ocio nocturno de Vitoria. A partir de ese momento, los acontecimientos se han precipitado de forma vertiginosa. Esta semana el Gobierno vasco ha anunciado una batería de medidas sin precedentes, entre ellas sanciones económicas de hasta 9.000 euros -cinco veces más que las penas actuales- para los que portan navajas en determinadas circunstancias y, además, estudia la posibilidad de exigir a los locales nocturnos la instalación de detectores de metales. Medidas que han llegado acompañadas de un evidente endurecimiento de los discursos de los cargos públicos. «Vamos a ir a por ellos», proclamó el alcalde de Bilbao, Juan Mari Aburto, que apuesta por la «presión policial y judicial» para combatir esta «lacra». Del plan de prevención a la 'guerra al navajero'.
Todos los expertos consultados por este diario recuerdan que las agresiones con navajas han estado presentes en nuestra sociedad desde hace décadas. Lo que ha cambiado -insisten- es la «facilidad» con la que se esgrimen y la violencia con la que actúan algunos de sus portadores.
Juan Angel Anta, doctor en Criminología y director de la empresa Detecta, especializada en la detección del engaño, subraya que hay varios perfiles de jóvenes que utilizan las armas blancas. Anta, que trabaja también con chavales que han sido condenados por algún delito, explica que muchos son chicos que provienen de entornos de países de América Latina en los que se sale a la calle con cuchillos para «defenderse» de otras bandas. También están -apunta- los jóvenes magrebíes sin arraigo familiar, que están todo el día en la calle y usan los objetos punzantes para robar o defenderse. Anta también advierte de los delincuentes «tradicionales», que en principio portan navajas y destornilladores para consumir drogas o para cometer robos, pero que no dudan en utilizarlas si se ven involucrados en alguna pelea.
Javier Elzo
Catedrático de Sociología
El catedrático de Sociología Javier Elzo, especialista en el comportamiento de la juventud, subraya dos factores determinantes para explicar esta ola de agresiones. A su juicio, lo más importante es la «pérdida del sentido de la autoridad» y la «apología de la desobediencia» que percibe entre muchos jóvenes. Un análisis que coincide con lo que ven muchos policías y educadores. «Cuando les quitamos una navaja en vez de agachar la cabeza se enfadan y se ponen chulos porque lo sienten como una ofensa», explica un ertzaina. Elzo advierte que en esta escalada influye la «imitación», lo que los chicos ven en la escuela.
La solución no llegará a corto plazo e insiste en que no basta con «medidas policiales y judiciales». Se necesita unir fuerzas entre distintos ámbitos y dar también voz a los propios jóvenes. Un análisis con el que coincide el doctor en Criminología, que hace hincapié en lo fácil que es conseguir una arma blanca y mantiene que se necesitan dos tipos de medidas: las activas, como pueden ser controles policiales en discotecas y los detectores de metales. Y las pasivas, enfocadas en la prevención.
En su opinión, sería más eficaz realizar campañas para divulgar las consecuencias del uso de las armas blancas. Y no sóloeconómicas. También recalca que muchos de los chicos que llevan navajas son «insolventes», por lo que las multas no surten el efecto disuasorio pretendido. Opina que sería más beneficioso sustituirlas por trabajos en beneficio de la comunidad. Y también advierte que la «inmediatez de los castigos» es vital para que perciban mejor las consecuencias. Según los expertos consultados, con medidas de estas características quizá siga habiendo agresiones con armas blancas, pero sí se conseguirá que muchos de estos jóvenes se lo piensen antes y dejen los cuchillos en casa o no vuelvan a utilizarlos.
Maikel tiene 20 años y está en libertad vigilada. Ya fue condenado cuando era menor de edad por una pelea en la que volaron cuchillos en Barakaldo. Para él fue una pelea más, como otras tantas en las que se ha visto involucrado desde que apenas era un adolescente. Fue contra un grupo de jóvenes de Sestao. Pero en aquella ocasión salieron varias navajas de los bolsillos y hubo varios heridos.
Maikel (nombre ficticio) nació en Colombia y llegó a Euskadi siendo apenas un niño. Apenas tiene recuerdos de su país natal. El empezó a fumar porros y a llevar una navajilla hace «ya mucho», casi al mismo tiempo. Lo hizo por imitación, después de ver que varios de los chicos mayores con los que se relacionaba salían siempre «con un pincho». Sus amigos las tenían para «protegerse» de otra cuadrilla con la que estaban enfrentados, ya que no sabían en qué momento se los iban a encontrar de frente. Poco a poco él se fue metiendo en la misma dinámica y aquello se convirtió en una costumbre, que le ha buscado bastantes problemas. Ha pasado también por un centro de menores.
Hoy sigue llevándola, aunque «solo de vez en cuando». Ha encontrado un trabajo de camarero y cuando se pone detrás de la barra deja la navaja en casa. No está orgulloso de las cosas que ha hecho pero insiste en que sólo se defendía y afirma que le gustaría no tener que llevarla. Pero dice que «la calle es peligrosa» y que así se siente más seguro.
Chicos «más violentos»
Juan tiene 23 años y un hijo pequeño. Este joven dejó de llevar navaja y de «meterse en problemas» en 2018, después de pasar una temporada en un centro de menores tras verse involucrado en una reyerta con armas blancas. Juan cambió radicalmente de actitud, tuvo un hijo y ahora trabaja en lo que le va saliendo para sacar adelante a su familia. Este chico también llevaba el puñal como una herramienta de defensa. Pero asegura que no le aportó nada bueno y afirma que los «jóvenes» de ahora son «mucho más violentos» que en la época en la que él llevaba navaja.
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Mikel Labastida y Leticia Aróstegui (diseño)
Óscar Beltrán de Otálora y Gonzalo de las Heras
José A. González y Álex Sánchez
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