Una visita al mercado de Gernika el penúltimo lunes de octubre, antes de la gran fiesta del agro vizcaíno, ofrece una idea de la situación del campo en el territorio. A la crisis «estructural» en la que está inmerso el sector, marcada por la «competencia» ... de otros países en los que es más barato producir, la escasa actualización de los precios y la falta de relevo generacional, se han sumado una pandemia, una sequía histórica que ha mermado de forma importante la producción y una guerra que ha disparado los costes. El «goteo de cierres» es constante; los agricultores y ganaderos se ahogan en gastos y se hacen mayores. De ahí que, en apenas una década, Bizkaia haya perdido casi la mitad de sus huertas y el 20% de su superficie para pastos.
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En 2020, fecha del último Censo Agrario del Eustat, el territorio contaba con 3.583 explotaciones agrícolas -incluyendo las de autoconsumo- frente a las más de 6.000 que existían en 2009. Si nos remontamos a hace tres décadas, ha desaparecido una de cada tres. En el caso de las granjas de vacuno, ovino, caprino... la deriva ha sido similar, con 1.981 instalaciones con animales -se cuentan los caseríos para consumo propio-. En diez años han cerrado una de cada cuatro. Y en veinte se han perdido cerca de 22.000 cabezas.
Que el campo encadena una crisis tras otra no se le escapa a nadie. La pregunta es por qué. Y la respuesta no es sencilla. Sindicatos agrarios, organizaciones profesionales y los propios afectados coinciden en que la «especulación» rige el mercado de los alimentos. «Tiene que ver con la entrada de fondos de inversión en el sector; ahí está el aumento de precios», asegura Alberto Llona, de Ehne Bizkaia. En la misma línea, Iñigo Bilbao, de la agrupación Enba, denuncia que «nuestro problema es que una persona cobra 17 céntimos por un kilo de fruta y esa fruta acaba a 3 euros en el supermercado; producir no es rentable, pero especular sí, porque todos tenemos que comer».
El sector vende en muchos casos «por debajo de costes», lo que «obliga a la gente a cerrar». «Cuando no quede nadie -alerta Bilbao- será todo mucho más caro». Las administraciones, a su juicio, tienen la «responsabilidad» de impedir esas situaciones, porque «se está favoreciendo la importación de producto barato». En su opinión, «da igual el modelo, lo que hagas, que serás mileurista». En ese sentido, asegura que, con la agroecología, «no se produce suficiente para conseguir un salario digno» y que en explotaciones «tecnificadas, con producciones más importantes, facturan un millón de euros y acaban con pérdidas».
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Estamos yendo, asegura, hacia «un empobrecimiento de todos los productores». «Un estudio reciente del Consejo de Agricultura y Alimentación Ecológica de Euskadi dice que los empresarios que tienen a su cargo trabajadores ganan unos 1.400 euros con inversiones de cientos de miles. No podemos pagar salarios buenos, los trabajadores están cobrando 1.060 euros», lamenta.
Alberto Llona, sin embargo, está convencido de que la «creación de estrategias o sistemas alimentarios cada vez más locales» es parte de la solución. «Esta crisis actual, la de los precios, está afectando sobre todo a quienes son muy dependientes de insumos exteriores», precisa. Y debe hacerse una «apuesta importante» para impulsar proyectos «de venta directa» incorporando «a los jóvenes» a este sector. Algunos ya lo han hecho, como Kepa Agirregoikoa, que montó hace una década un negocio de esas características que es viable. Tiene en Etxano ocho vacas con las que elabora yogur y queso. «Hago todo el ciclo, desde la producción de forraje hasta la comercialización en el mercado de Gernika, en tiendas pequeñas, comedores escolares, grupos de consumo...», desgrana. Es «volver a lo de antes» aprovechando los avances actuales porque, tal y como funciona ahora el sector, «no es rentable ni sostenible porque es totalmente dependiente de ayudas». Tanto Bilbao como Llona coinciden en que las aportaciones «coyunturales» son bien recibidas, pero solo son «parches» para un sistema que agoniza. El PIB del sector primario, de hecho, decrecerá un 11,3% en el segundo semestre del próximo año, según las previsiones del propio Gobierno vasco, tras enlazar acusadas caídas a lo largo de este 2022.
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Los problemas del modelo actual, de los que advierten desde hace años, se han visto «de forma más clara» ahora, señala el técnico de Ehne. Hace años «salía más barato» -o menos trabajoso- comprar la comida de los animales fuera. Pero ahora «se ha disparado» el precio. Basta mirar los datos que semanalmente ofrece el Ministerio de Agricultura, Pesca y Alimentación. Sin ir muy lejos, a principios de octubre de 2020, el pienso complementario para vacuno de leche se pagaba a 235 euros la tonelada. Ahora está a 411,88. Para Llona es necesario «repensar» la gestión de las tierras «a diez años vista», recuperar superficie para pastos. Las dificultades de este año, insiste Bilbao, han llevado al matadero al «25%» de las vacas lecheras del territorio, donde quedan «unas 7.000».
Las organizaciones profesionales son conscientes de que el cierre de explotaciones continuará en los próximos años. Ha hecho daño que el calor y la ausencia de lluvias de este verano hayan reducido, como detalla Bilbao, «la producción de manzana un 80%, los forrajes y hierbas a la mitad porque se ha perdido un corte, la huerta de secano a la mitad...». Pero la gran espada de Damocles es otra: la edad. Los jefes de explotación, de acuerdo a los datos del Eustat, tienen de media 57 años. Solo el 10,4% de quienes lideran una empresa agrícola son menores de 40, frente al 30% que tienen más de 65. Algunos como Arantza Legarretaetxebarria, ya jubilada, siguen al pie del cañón porque, después de medio siglo vendiendo sus hortalizas en el mercado de Gernika, tienen «clientela fija». Pero entiende que «los jóvenes no quieran este trabajo». Y tiene claro que, a día de hoy, ella «no empezaría de nuevo».
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huertas de autoconsumo y explotaciones agrarias de tierras labradas había en 2020. En 2009 eran 6.065.
euros costaba a comienzos de octubre la tonelada de pienso para vacas lecheras. En 2020 estaba a 235 euros.
ha sido la reducción de la producción en frutales por el calor y la falta de lluvia.
de las explotaciones profesionales están dirigidas por una persona menor de 40 años.
Maribel Abajo | Frutales y sidra
Maribel Abajo y su marido trabajan 1.300 frutales en Gatika, la mayoría de ellos manzanos. También tienen algo de huerta y elaboran su propia marca de sidra, Eguskiza. Pero este año es diferente. Habitual de mercados como el Gernika o el de Mungia, la baserritarra probablemente finalizará esta semana o la que viene de despachar sus frutas. «Normalmente acabo de vender las manzanas en febrero, pero este año voy a terminar en noviembre. He perdido tres meses y medio de venta», asegura.
«El calor y la falta de lluvia» han afectado al crecimiento de buena parte de los productos del campo. En su caso han cosechado menos manzanas y más pequeñas, lo que ha derivado en la «pérdida de muchísimos kilos». Tampoco será una temporada fácil para la elaboración de sidra, porque, al prensar el fruto, «saca menos agua», así que hacen falta más para llenar una botella.
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En la plaza de la villa foral vende el kilo de manzanas, sean del tipo que sean, a 2,20 euros. «Se nota diferencia de calidad con las de los supermercados», asegura. Se lo hicieron saber además hace unos días unos niños de excursión, que «se sorprendieron de lo buenas que estaban». Abajo, que también tiene en su puesto peras, membrillos, guindillas..., anima a examinar el mercado. «Mira a tu alrededor, casi todos somos mayores y hay muchos huecos vacíos. A la gente se le ha acabado pronto la cosecha y ya no tiene qué vender», explica. De hecho, productos habituales en estas fechas, como el pimiento seco y las alubias, escasean.
Pedro Barreras | Ganadero
«Ahora estoy trabajando a media jornada, 12 horas». El que habla es Pedro Barreras, presidente de la asociación vizcaína de vaca frisona y propietario junto a su mujer de una granja en Carranza de unos 200 bóvidos, entre vacas de ordeño y crías. Al año, calcula, faena «3.500 horas», de lunes a domingo. «Se muere tu padre y tienes que ordeñar», ejemplifica. Su profesión le gusta y su granja es «rentable», pero entiende que, con ese nivel de exigencia, la brutal subida de precios y lo «poco que pagan por la leche» la gente que está a punto de jubilarse «cierre las granjas».
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En su caso, «casi el 80% de la comida» de sus animales la fabrica él. Eso lo paga «el cuerpo» -todos los veranos pasa un mes en Burgos cosechando «sin descanso»-, pero no el bolsillo, lo que le permite tirar para adelante. Aunque los gastos también se le han disparado. Tiene al mes una factura de 2.600 euros en gasoil, el doble que hace dos años, y la electricidad le cuesta 4.400, cuando antes pagaba algo más de mil. «El maíz verde para las vacas, para ensilar, el año pasado estaba a 50 céntimos el kilo y ahora a 120 euros», ilustra.
Esta situación ha dado la puntilla a muchos negocios. «Hay un goteo constante de cierres, pero no se mandan al matadero más vacas que antes porque no sean rentables», señala. La razón principal es que, tal y como están las cosas, y teniendo en cuenta que «muchos ya son mayores», en lugar de cerrar paulatinamente «lo hacen ahora de golpe y por lo menos sacan algo de dinero vendiendo los animales para carne».
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Alazne Intxauspe | Horticultora
Era periodista, pero lo dejó todo y hace una década montó una explotación agroecológica con su pareja en Iurreta. Alazne Intxauspe «disfruta» del campo, de esa hectárea con seiscientos metros a las faldas de Urkiola desde la que venden cestas a grupos de consumo, a una ikastola y en una tienda que han abierto una docena de productores en Durango.
Este complicado verano, «un punto más en este cúmulo», no les ha ido «tan mal». «Habíamos montado el riego el año pasado...», desliza. Esa ha sido su salvación. «Si no, no tendríamos nada, porque ha hecho falta mucha agua». En cualquier caso, el sol les ha «achicharrado pimientos» y los «tomates» en su invernadero de 1.200 metros, en el que reconoce que no habían «montado bien la aireación». La «diversificación» es su forma de sobrevivir en este sector complejo, en el que, «si lo apuestas todo a un producto y te va mal, te hundes». A su juicio, «es casi un acto heroico mantenerse», y eso no debiera ser así. Hacen falta, subraya, «mecanismos para que sea viable y una opción de trabajo», como «relocalizar» la producción y la venta porque, con el sistema actual, «se está ahogando tanto a la parte consumidora como a nosotros, que se supone que somos estratégicos».
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En ese sentido, subraya, «no podemos vender a precio de oro porque la alimentación es una necesidad básica», pero tampoco es viable tirar los precios. «No puedo sacar unos pimientos de asar a un euro. Hay un mito de que la verdura tiene que ser barata, pero hay que poner en valor lo que cuesta producirla», insiste.
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