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J. HERNÁNDEZ | M. FONSECA
Domingo, 15 de julio 2018
A la entrada de la calle Cortes hay un interminable banco corrido de cemento con asientos de madera desgastados. Allí se sientan estos días todas las Áfricas posibles y, especialmente, las imposibles. Es el refugio en las horas de sol para los migrantes en tránsito ... que llegan por centenares a la capital vizcaína. La entrada de medio millar en las últimas tres semanas desbordó los dispositivos de acogida y obligó a que las instituciones abrieran un primer albergue de 44 plazas. Saturado en pocos días, fue ampliado para alcanzar las 88 camas en otra ubicación. «Podemos entrar a las nueve de la noche y hay que salir para las ocho de la mañana. Pero sólo podemos estar tres días», explican en francés, la única lengua que manejan.
Senegal, Mali, Camerún y Guinea Conakry destacan en un banco que es un lienzo de las urgencias del continente negro. La guerra, la miseria, la persecución de etnias, credos y costumbres ha empujado hasta aquí a este grupo de jóvenes subsaharianos, todos varones de entre 24 y 34 años. Uno de los mayores, Diaba Siraba, llegó hace tres días desde Almería. Una patrullera lo rescató en medio del mar. Ha pasado su tercera noche en el albergue y hoy su plan es volver a sobrevivir. «¿Dónde voy a dormir? Si no llueve, aquí», responde con la tranquilidad asombrosa de quien ha superado el peligroso viaje entre Mali y Marruecos. Habla bien de ese refugio para 72 horas que gestiona Cruz Roja y financia el Gobierno vasco, la Diputación y el Ayuntamiento de Bilbao. Y cuenta que ayer cenaron pan con queso.
El guineano Naby Camara –quizá un guiño al músico africano– abre la bolsa de tela donde lleva todas sus pertenencias. Una botella de agua, un cargador de móvil, un kit de aseo que le ha entregado Cruz Roja y una manta con el distintivo de la entidad. Se levanta, la muestra orgulloso y posa con ella como si fuera una bandera. Quizá, a estas alturas, sea su bandera. «No tenemos nada para comer. Pero vamos a esperar a la cena en el albergue», asegura. Uno de sus compañeros rebusca en la bolsa del saco de dormir y encuentra medio paquete de galletas María. Cáritas ha decidido abrir uno de sus comedores sociales para paliar la última crisis humanitaria del territorio. Gracias a sus voluntarios, desde hoy los migrantes no tendrán que esperar a la cena para comer caliente.
Hay preguntas que inquietan. Cualquiera que tenga que ver con las mafias que negocian con el futuro de estos jóvenes. Cuesta entre mil y dos mil euros cruzar el Estrecho de noche y en patera. La factura asciende si uno quiere, como la mayoría, llegar a Francia, Bélgica o Alemania. Ante esos temas, los más jóvenes bajan la voz y miran de reojo a quienes les acompañan, algunos mayores se levantan. Poco después, los únicos subsaharianos de toda la plaza que se comunican en español trasladan a los periodistas que no se puede preguntar tanto con las manos vacías. Mensaje comprendido.
18.000 migrantes han cruzado ya el Estrecho en lo que va de año, segúnCruz Roja. Es la cifra registrada en todo 2017 y falta más de la mitrad del verano. En 2016 pasaron unos 6.000 en total.
5% es el orcentaje de ese medio millar que llega a Bilbao y, según Cruz Roja, opta por quedarse. 90 personas sin techo más sólo este verano.
«¿Adónde vais?». La cosa no es tan sencilla. La mayoría tiene familiares en Francia y quiere llegar allí, pero otros permanecen varados en tierra de nadie. Los que acaban de llegar ni siquiera podrían situar en un mapa dónde están. Alya Camara, de 23 años, está muy enfadado. «Quiero reunirme con mi tío, que vive en Lille. Yo pedí a la Cruz Roja ir a Barcelona en el bus, pero no me dejaron. Dicen que está lleno, colapsado. Y me mandaron a Bilbao. Mi tío me ha dicho que puede pagar a quien me lleve en coche a Lille». Se le nota preocupado porque es su tercera noche y se le acaba el tiempo en el albergue. «Estamos bloqueados. ¿Qué van a hacer con nosotros?», se preguntan los que no tienen claro qué ruta tomar. Son dos o tres chicos de Guinea Conakry, «un país donde no funciona nada».
Forman parte de ese 5% que se quedarán entre nosotros, según estima Manu Calvo, coordinador de Cruz Roja. Muy pronto, no será fácil seguir su rastro en las estadísticas. «Una vez que pasan los tres días y siguen aquí, dejan de ser migrantes en tránsito». Naturalmente, no se volatilizan: sólo cambia la terminología. Serán refugiados –solicitantes de asilo, técnicamente– o migrantes por motivos económicos. En cualquiera de los casos, deberán recurrir en primera instancia a los servicios de base, es decir, al Ayuntamiento de Bilbao. Allí disponen de los mismos recursos que otros sin techo –los albergues municipales– que están repletos en estos momentos como todos los veranos. También podrían recurrir al servicio de urgencias sociales del Ayuntamiento. Una portavoz municipal admitió «un incremento» en el último mes de las solicitudes, pero evitó cuantificar esa subida. Quienes se sientan en las mesa de coordinación no dudan en asegurar que «todas las instituciones, y en particular el Ayuntamiento, están siguiendo este fenómeno con mucha preocupación».
El aluvión trae a Bilbao a tipos como Meile Lassina, que tiene a sus 18 años un sueño difícil de cumplir. «Quiero ser futbolista. Estaba en un centro de formación deportiva en Costa de Marfil pero no quiero jugar allí», explica. Vestido con un pantalón corto que deja ver unos gemelos desmesurados, relata que ha pasado un mes en Granada después de cruzar en patera el Estrecho. Sus últimos cinco euros los gastó para llegar a la estación madrileña de Avenida América. Son sus primeras horas en Bilbao, adonde ha llegado acompañado por un pequeño grupo de compatriotas. Ninguno de ellos sabe que pueden dormir en el albergue. El plan de Lassina es pasar a Francia, donde vive su hermano mayor.
Las ropas que les da Cruz Roja sirven para identificar las últimas oleadas. En la primera, de finales de junio, llegaban a Termibus con un chandal negro y alpargatas de colores, luego con una sudadera gris con sandalias y otra vez de negro en la más reciente. Pero quizá no haría falta una pista tan evidente. Los recién llegados apenas hablan y desconfían de cualquiera que se les acerca. Los que llevan unos días preguntan y buscan alguna solución. Pasan el día en Doctor Fleming y duermen entre la estación de Abando y Atxuri. Saben que se les acaba el tiempo.
desvío de la ruta habitual
Los hombres que hoy comparten banco no son un grupo homogéneo, más allá del color de la piel y su juventud. Unos han vivido la pobreza más extrema y comenzaron el viaje hace años, un infierno con muchos tramos a pie. Otros subieron a un autobús hace unas cuantas semanas. El senegalés Mamadou Dia cuenta que era profesor universitario y que daba clases de Política desde los 28 años. Su compañero asegura que se licenció en Derecho en Mali, donde «no vale para nada». El resto «ni pudimos trabajar ni estudiar ni nada, porque no había nada que hacer». Algunos han pasado por otras ciudades de la Península, especialmente Barcelona. Llama la atención la ausencia de mujeres, salvo una subsahariana de mediana edad que improvisa bocadillos con abundante salsa. No hay niños y apenas un puñado de menores de edad.
Además del albergue de Bilbao, la crisis migratoria ha obligado a habilitar otro en San Sebastián con 25 plazas y Vitoria tiene listo «un espacio con 100 camas», según fuentes de Cruz Roja. Insisten en que la mayoría de los migrantes parte rápidamente. «En uno de los últimos buses llegaron 40 personas y sólo quedan 3», ejemplifican. Pero ante un flujo tan grande y constante –amén de que hay otras llegadas no controladas por Cruz Roja–, la ecuación es sencilla. De seguir así, unos 1.800 migrantes pasarán por Bilbao este verano. Si entre un 5% y un 10% optan por quedarse, Bilbao ganará entre 90 y 180 vecinos. No son tantos, pero harán falta recursos:la segunda cifra es similar a todos los 'sin techo' que hay registrados en la villa. En los frontones de Atxuri ya están pasando la noche decenas de migrantes que han superado el plazo de los tres días. Suelen sorprenderse de la ayuda que les prestan los vecinos y de la seguridad. Cruzar África a pie satura la retina de violencia, asaltos armados y violaciones. «Aquí en Europa la gente es buena».
:: J. J. HERNÁNDEZ
BILBAO. Cuando cae la noche, las mafias sacan todo tipo de embarcaciones de zonas ocultas en la costa marroquí. Pateras, cayucos, zodiacs, lo que haya. Cruzar el Estrecho es un viaje de siete horas que cuesta entre mil y dos mil euros. No se olvida haber estado en medio del mar en una embarcación atestada de hombres, mujeres y niños que, en su mayoría, no saben nadar. Los hay que logran tocar suelo español y otros son rescatados en medio de la nada por las patrulleras que vigilan las costas andaluzas. Algunos naufragan y nunca se vuelve a saber de ellos.
Sus primeros dos días en Europa los pasan en una comisaría. Se les practican pruebas para determinar si son menores de edad. Luego desfilan ante el juez, que comprueba que no tienen antecedentes penales y les da libertad de tránsito por el país durante 45 días. Es entonces cuando Cruz Roja les ofrece su ayuda (alojamiento, ropa, mantas y comida). Se suele separar a hombres y mujeres, salvo si son matrimonio, para evitar la trata con fines sexuales. Ese es uno de los motivos que explica la ausencia de mujeres entre el medio millar de personas llegadas aBilbao.
Los migrantes en tránsito rechazan quedarse en Andalucía –muchos llegan a Tarifa– y dicen que cuentan con redes de apoyo en otras ciudades españolas o europeas. Hablan de familiares y amigos que sitúan en Francia y Bélgica. Algunas veces es un pretexto para salir de allí. Es habitual que las entidades les paguen el billete de bus hacia puntos próximos a la frontera francoespañola. Muchos señalan Barcelona y Bilbao, pero es habitual que desembarquen por error en cualquier otra parte.
En la capital vizcaína deambulan por Termibus sin hablar una palabra de español ni inglés. Algunos vuelven a contactar con las mafias, otros piden ayuda para ir a la sede de Cruz Roja. En el albergue tendrán tres días para recuperarse. Luego, se pierde su pista.
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