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Podría ser la plaza de armas de cualquier ciudad de tierra caliente: un espacio monumental y con palmeras en el corazón de la capital frondosa ... y colonial. Podría ser un domingo cualquiera en el trópico, una mañana en la que los caballeros pasean con pulcras guayaberas y flexibles sombreros jipijapa. A su lado, las damas llevan jazmines en el pelo y derraman lisura, también hacen cosas muy admirables, según parece, con los aroma de mistura, etc.
Sin embargo, es solo la Plaza Nueva, puro neoclásico bilbaíno, y es probable que la gente que está en ella lleve zapatos de agua, porque han dado lluvia para la tarde. Dos manzanas más allá no surge el Caribe, sino la ría, que tampoco está mal, pero no es lo mismo. Por los alrededores, no se detectan flexibles sombreros panamás, pero sí algunas txapelas sobrias, impermeables, de Gorostiaga.
Una vez aclarada la confusión geográfica, conviene matizarla un poco. Porque sí tiene su importancia el trópico en este rincón del norte del sur de Europa. Se trata, eso sí, de un trópico de cercanías, de uno más bien íntimo, de consumo privado. Y tiene que ver con la capacidad de detenerse un rato a disfrutar de la realidad, abandonando la prisa y la producción, sentándose en una terraza a tomar un aperitivo o paseando un rato bajo las palmeras, con el pensamiento adormilado y alguna melodía recurrente en los labios. Jugaría enormemente a favor de estas líneas que esa canción fuese de Chabuca Granda, ya saben, «déjame que te cuente, limeña», pero en la versión, si la hubiese, de Mocedades. Menuda forma de cerrar el círculo simbólico sería esa.
Bilbao es una ciudad atlántica, laboriosa y circunspecta que desarrolla mal que bien sus defensas hedonistas. Se advierte en la Plaza Nueva, un lugar en el que siempre parece ser domingo a excepción de los domingos, cuando lo que parece ser es directamente otra ciudad. Entras en la Plaza Nueva y descubres de pronto que sí está el cielo sobre el Casco Viejo y que la gente se detiene a charlar y tomar algo. Basta con eso para comprender que lo correcto es hacer lo mismo. La vida se detiene entonces en una especie de paréntesis caribeño, solo que con rabas y vermús preparados en lugar de platos de fruta fresca y combinados de ron. Se trata de una anomalía feliz y tropical que sucede constantemente. Deberían comprobarlo los meteorólogos. Puede que en la Plaza Nueva haya al año más horas de sol que en el resto de Bilbao. O, al menos, a veces lo parece.
agrupación de acuarelistas vascos Getxotarra, de 44 años, es profesor de acuarela en su estudio de Las Arenas y miembro de la Agrupación de Acuarelistas Vascos. Empezó a pintar en su juventud de forma autodidacta y continuó formándose como alumno de los maestros Evencio Coritna, Carlos Espiga, Ana Sánchez y Mendo. Define la acuarela como el medio más limpio, transparente y espontáneo. Aquel en el que nunca es posible hacer dos obras iguales.
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