Grúas genealógicas
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Pinceladas de Bilbao ·
La historia personal y colectiva se concentra en los rincones industriales de la ríapablo martínez zarracina
Domingo, 14 de abril 2019
Unamuno se ponía geológico y explicaba que la historia es la «pobre corteza en la que vivimos», mientras que la intrahistoria es el «inmenso foco ardiente» que el planeta lleva dentro. Para comprobar que la teoría del maestro tiene desajustes, basta con acercarse a la dársena de Axpe y enfrentarse al paisaje de La Naval, frente a la ría, o sea, en la misma superficie sobre la que vivimos, pero también, mezclándolo todo, frente al mismo foco ardiente de nuestra intimidad o de nuestra vida interior, de la misma mismidad de uno mismo. Por decirlo de algún modo.
Igual que los románticos corrían a visitar ruinas para inspirarse, sentir el vértigo del tiempo y justificar a continuación sus desvaríos, los habitantes del Gran Bilbao deberíamos ir a los rincones industriales que sobreviven en la ría como quien regresa al lugar del que proviene, encontrando allí algo del sentido que con frecuencia le falta al mundo. El efecto es el de volver al lugar donde uno creció, que ya puede estar derrumbándose que siempre será acogedor. Se planta uno frente a La Naval y las grúas incluso parecen agacharse un poco, como si fuesen tiernas mascotas mitológicas dándote la bienvenida.
Luego está el inconfundible fulgor metálico, el aire pesado, la luz dura y borrosa, el asombro de los grandes volúmenes transformados en rutina. Su efecto, tan poderoso, se conserva intacto en la pincelada. Habrá quien huele a lavanda y recuerda su infancia feliz en la campiña. Luego estamos los que necesitamos un poco de dióxido de nitrógeno para suspirar y sentirnos como en casa.
Se trata, por supuesto, de una irremediable educación sentimental. Se me recuerda parado con gran concentración frente al 'Jardín de las Delicias' la primera vez que tuve frente a mí el tríptico de El Bosco. Clavado frente al panel derecho, concretamente. El infierno. La gravedad de mi actitud podía hacer pensar en que era yo un gran experto en pintura flamenca. El modo en que me acercaba a la tabla podía hacer pensar en que era solo un gran miope. Ninguna de las dos cosas era cierta. Solo intentaba ver mejor el fondo del infierno: la misteriosa ciudad nocturna en llamas, tan irreal y poderosa. Y mis pensamientos no eran artísticos, sino biográficos: «Pero qué manera de clavar Altos Hornos, el holandés este, con cuatro siglos de antelación». Es la intrahistoria lo que custodian entre sus garras, para siempre, las grúas de La Naval.
Nacida en Bilbao, se formó como pintora en el Museo de Reproducciones, realizando después diversas prácticas en estudios de otros artistas. Durante una década ejerció la docencia en su estudio-taller. Ha impartido cursos en España, Francia y Portugal y participado en numerosas exposiciones nacionales e internacionales. Entre sus premios recientes, destaca el Memorial Mariano Bertuchi de Xauen (Marruecos).
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Mikel Labastida y Leticia Aróstegui (diseño)
Óscar Beltrán de Otálora y Gonzalo de las Heras
José A. González y Álex Sánchez
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