Josu López Villalba, de 81 años, acompañará mañana en la Catedral de Santiago al obispo de Bilbao, Joseba Segura, en el acto solemne con el que la Iglesia de Bizkaia pedirá perdón a los afectados por la pederastia. Lo hará en calidad de sacerdote, aunque ... está jubilado, pero también de víctima. En 1954, cuando entró en el Seminario de Derio, sufrió abusos «por parte del director espiritual Manuel Estomba». Los tocamientos a los que le sometió con apenas 12 años dice que «no marcaron» su vida, un periplo que ha empleado en ayudar donde más le necesitaran y en aprender de quienes menos tienen. Pero no alberga ninguna duda de que, lo que él y otros padecieron en su infancia, es «un hecho histórico, grave y hay que reconocerlo».
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Por eso no le duelen prendas en decir que «hay curas víctimas de abusos. Quiero que se sepa». Y tampoco duda en emplazar a la Iglesia a expiar sus pecados, porque «todos cometemos errores y pedimos perdón por ellos». Cree que aceptar lo que ha pasado es «sano», que la institución debe ser «humilde y sencilla», y que el acto de mañana hace camino en esa dirección.
Concelebrará junto al prelado la ceremonia, en la que se oirán testimonios de otras víctimas, leídos por un representante de la Comisión de Prevención de Abusos de la Diócesis. Que en el templo religioso más importante del territorio se puedan oír los relatos de los afectados indica cómo han cambiado los tiempos en apenas unos años.
López Villalba, hace no tanto, tuvo dificultades para ser escuchado, pese a que los misioneros como él -estuvo dos décadas en Ecuador y Angola- son «muy respetados». Cuando empezó a hablar de los abusos, se sintió «solo y como el malo». Le llegaron a decir que «en la Iglesia de Bizkaia nunca había habido pederastia y que, como eso era así, lo que yo contaba no había ocurrido».
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Sacerdote en Ermua y en Carranza, donde de ciento en viento se iba a pasar una semana «solo con el Nuevo Testamento» a alguna ermita perdida, tuvo en su juventud diferentes oficios. «Estuve 15 días en las minas de Triano y eso cambió mi vida, volví a ser obrero. Ya no llevé ciertas ropas y recuperé el lenguaje barriobajero, porque donde hay que estar es abajo, con la gente», sostiene. Contagia alegría y optimismo, y por ello atesora una nómina de grandes amigos. Conserva algunos en Ecuador, a quienes pidió ayuda para investigar si los abusos de Manuel Estomba, que fue misionero -«le sacaron del seminario a mitad de curso», precisa-, se extendieron al otro lado del charco. Nadie sabía nada.
Él insiste en que, en Derio, «de 100 que estábamos en mi curso, nos tocaba a todos menos a los más altos y fuertes». Sus compañeros «no quieren contarlo públicamente», pero en su opinión «es necesario hablar de esto». Y también ha llegado la hora, asegura, de abordar el aspecto «afectivo-sexual» de los curas, algo «fundamental». Al «no vivirse» esta esfera «con normalidad», considera, «salen cosas», como que «personas de categoría» -les define así en referencia a sus virtudes, no a sus cargos- hagan daño a menores. Relacionado con esto, afirma no entender «dos cosas». La primera es «el celibato obligatorio» y la segunda, «tener vocación con 12 años». «¿Cómo vas a saber a esa edad que quieres ser cura?», pregunta.
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Su último destino como «testigo de Jesús», como le gusta definirse, fue Urkiola, el mismo lugar al que había llegado años antes Estomba. No coincidieron allí, pero «en la sacristía había un retrato enorme suyo. Me aguanté cinco años viendo su foto, que me comía los hígados».
En 2017, poco después de jubilarse, envió un email al entonces obispo, Mario Iceta, contándole su experiencia y solicitándole que retirara el cuadro. No lo había pedido antes porque no apreciaba la «concienciación» que ya empezaba a extenderse por la Diócesis en esos años.
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Sin embargo, dos años después, el 1 de mayo de 2019, en la tradicional comida de misioneros que celebran en el santuario, el gran cuadro seguía allí. Volvió a escribir al prelado y fue más persuasivo. «Al día siguiente lo retiraron». Eso, «retirar de un lugar sagrado» la imagen de un agresor, fue «de los primeros hechos simbólicos» para reparar a las víctimas. Y el de mañana será otro, uno «muy importante».
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