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Todas coinciden en que se ha avanzado mucho. Y parece evidente: hace treinta o cuarenta años habría resultado bastante más difícil lograr unas cuantas de las veinte imágenes que nos propusimos conseguir. Seguro que más de una –como las de la harrijasotzaile y la tornera fresadora, por ejemplo– se habría quedado sin hacer.
Las protagonistas de nuestros retratos del 8-M vienen, al fin y al cabo, de ese pasado y lo han sufrido de una manera u otra: un caso muy ilustrativo es el de Susana Martínez, la copiloto de Air Europa, que tardó mucho en conseguir que sus padres se tomasen en serio su decidida vocación de manejar aviones, pero no es la única que se ha visto de manera involuntaria en el papel, no siempre cómodo, de pionera.
Todas coinciden también en que todavía queda camino por recorrer. En mayor o menor medida, según las disciplinas, aquel pasado sigue formando parte de nuestro presente y obstaculiza de manera tozuda el pleno desarrollo de la igualdad. Hay mayor proporción de trabajadoras en los puestos de base que en los de mando, existen oficios precarizados y minusvalorados por su tradición femenina, los hombros de las mujeres continúan asumiendo una sobrecarga de responsabilidad en la conciliación familiar y todavía se mantiene, en fin, un sesgo que nos hace mirar de forma distinta a algunos profesionales y artistas si son chicas y no chicos.
El proceso de mejora nos atañe a todos. «Para que cambien las cosas, los hombres deben implicarse igualmente en la crianza», destaca la científica Ainara Castellanos. Y, si eso fuese posible, seguro que las otras diecinueve fotografías asentirían al oírlo.
Empezó en el oficio a los 15, «muy precariamente». Después, le fisgó a una peluquería su máquina de extensiones, se compró una igual y estudió el curso correspondiente en Barcelona. Y hace 24 años entró a trabajar en ese mismo establecimiento al que había sometido a 'espionaje industrial': Logan, pioneros en Bilbao de los piercings, los tatuajes y la peluquería más lanzada. «Yo no le doy valor a la moda, ni a las nuevas tendencias, sino a escuchar a la persona: lo llevo por lo emocional. Lo que me gratifica es ver la sonrisa en el espejo. ¡Les haces felices!». Kriss argumenta que «la peluquería también son cuidados, también entra en la precariedad del trabajo femenino y por eso no se valora».
Estudió jardinería, pero su padre montó un taller en Alegría (Álava) y Arantzazu acabó formándose en el manejo de torno y fresa para trabajar con él. Y ahí sigue con sus ejes, sus roscas, sus casquillos y su trigonometría. ¿Le gusta? «Pago las facturas. ¿A quién le gusta trabajar? Pero es mejor que la jardinería, todo el día con la azada». Aunque sí conoce a alguna soldadora, las torneras fresadoras brillan por su ausencia. «¿Quién manda en el mundo? ¿Quién tiene las empresas? No sé si es afán de protegernos, ¡pobrecitas, que no nos manchemos!, o si es que no confían en nosotras, pero faltan oportunidades. Y podemos hacerlo igual o mejor».
Carmen tiene las cosas tan claras como los cristales que acaba de limpiar. Su taller de confección «se acabó con la crisis» y empezó a trabajar en la limpieza. Ahora se ocupa de dejar como los chorros del oro las oficinas de una acería: «También me tocó limpiar la fábrica, pero prefiero lo de ahora: librarme de las botas de seguridad y el casco fue un alivio». Su profesión sigue siendo sobre todo femenina (Carmen ironiza sobre el «distinto concepto» de la suciedad que suelen tener los hombres) y eso ha marcado su consideración social: «Nosotras no podríamos estar un par de días sin ir a la fábrica, ¡cómo estaría todo! En realidad somos bastante importantes».
Begoña se casó con Patricio, piloto de rallies, y se aburría viéndolo desde fuera cuando le acompañaba a entrenar. «Como copiloto era mucho más divertido. Soy muy competitiva y la concentración ya la tenía entrenada del atletismo», explica Begoña, que fue campeona de España junior de salto de altura. «En los rallies cada vez hay más chicas copiloto, pero las chicas al volante siguen siendo poquitas», apunta. En su vida 'civil', Begoña es profesora de autoescuela, así que parece la ideal para preguntarle por uno de los eternos clichés del machismo. ¿Qué tal conducen las mujeres? «Yo prefiero dar clase a chicas, que no van de 'yo ya controlo' como tantos chicos. La chavala que maneja bien, ¡olé!, suele ser muy buena».
Entre los tópicos que detesta Leire (que, ahora mismo, está presentando el nuevo álbum de Lorelei Green, 'Lava') destaca ese de que a las mujeres les atrae menos hacer música: «Yo he estudiado Educación Infantil y sé que ese interés primigenio existe. Pero el interés se alimenta con modelos: mi ama tocaba la guitarra y cantaba en casa y quizá por eso lo vi posible y deseable», argumenta. Y añade otro sesgo latoso: «Se nos tolera menos la mediocridad. Hay muchos grupos de hombres mediocres a los que no se les pide más, pero, si son mujeres, se ven cuestionadas».
Aprendió el oficio con su padre y ha acabado de autónoma con un empleado. «Hago de todo: cimientos, alicatar, embaldosar, tabiques, tejados, pladur, tarima... Es un trabajo bonito, no estás en una oficina y lo que haces se ve a lo grande». Pero Sonia tiene claro que, si su padre no se hubiese dedicado a esto, el camino habría sido más complicado: «A lo mejor una empresa externa no te contrataría porque creen que no vas a funcionar como un chico, y en realidad depende de la persona y no del género. Eso sí, en los últimos años noto que tienen más confianza en mí, no sé si será porque las cosas cambian o porque tengo más edad y experiencia».
En el instituto empezaron a fascinarle áreas como la genética o la antropología forense. Eso la llevo a estudiar Biología y a pasar por universidades de Finlandia y EE UU. Hoy es investigadora Ikerbasque, centrada en las enfermedades autoinmunes: «Lo mejor es cuando descubres algo nuevo, claro. Y esa emoción de pensar que a lo mejor sucede hoy». ¿Las niñas quieren ser científicas? «He estado en colegios por el 11-F y a las niñas les interesa igual que a los niños. Pero luego el mayor esprint, cuando tienes que rendir más a tope, coincide con la edad de la maternidad. También ellos tienen hijos, claro, pero ahí vamos a otras cuestiones».
Elena ha pasado por lo que podríamos considerar los dos extremos de la enfermería. Estuvo en Grandes Quemados, en Urgencias y en la UCI. «Son sitios duros y te afectan, pero a veces te hacen más fuerte. Lo das todo por ayudar y eso tiene su peso dentro de la crudeza del momento». Ahora, en cambio, trabaja como enfermera pediátrica en un ambulatorio. «Y también me encanta. Aquí me río muchísimo», contrasta. Las enfermeras, una de las pocas profesiones designadas tradicionalmente en femenino, están más que acostumbradas a reivindicarse: «No somos, como muchos creen, 'las que llevamos las medicinas'. Hemos ido a la Universidad y somos un eslabón importante».
Solo tenía 10 añitos cuando a su clase la llevaron de excursión a Arkaute. Allí, Sandra vio nítido su futuro: «Con 18 años oposité y entré. No es una profesión: 'soy' ertzaina, me defino así», aclara. En su promoción, la 13, las mujeres no pasaban del 10%. En las actuales son ya la tercera parte, pero siguen haciendo falta planes de promoción: «Conforme subes en la escala jerárquica, las mujeres van desapareciendo», resume. Del 17% en la plantilla total se pasa al 8% entre los comisarios. ¿Y qué hay de la ciudadanía, las respeta igual que a los compañeros varones? «Hace 30 años viví en primera persona cómo nos aceptaban. Nunca me he sentido discriminada en el trato con los ciudadanos».
Cuando Garazi comenzó a competir, aspiraba sobre todo a viajar. «Ni siquiera me planteaba soñar con ser profesional, porque no sabía que era una posibilidad. Hace siete u ocho años empezó a haber mujeres que demostraban que el surf podía ser un oficio para nosotras. Mi generación es la primera que ha podido vivir de esto, aunque sea con cuentagotas», desarrolla. En 2018, un accidente mientras entrenaba en una playa francesa estuvo a punto de dejarla paralizada de cintura para abajo. «Aquello ha definido en gran medida cómo vivo mi vida y mi carrera. Tuve mala suerte en un momento determinado y muy buena suerte después».
Es hermana, nieta y sobrina de carteros, así que, cuando se quedó en paro, no tuvo que pensárselo mucho: «Me apunté a la bolsa de trabajo y fui presentándome a 'opes' hasta que la saqué. Me encanta, porque estableces una relación con las personas. Te destinan a un sitio y se te hace grande, pero pronto conoces a todo el mundo, sabes dónde localizarlos, haces amistades... Formamos parte de la vida de la gente». Fue feliz repartiendo en Igorre, aunque los perros de los caseríos le daban algún disgusto, y también en San Miguel de Basauri. «Cuando empecé, éramos dos carteras de los diecinueve de la oficina. Ahora somos más chicas que chicos».
Iba para arquitecta, sin 'apellidos', pero no le dio la nota y acabó estudiando Arquitectura Técnica. Hoy lo celebra, porque se ha quedado prendada del trajín de la obra: «Me encanta, un proyecto nunca es igual a otro». Eso sí, se trata de un universo muy masculino, en el que no resulta fácil desembarcar siendo mujer, y menos aún siendo mujer joven: «Es cierto que las primeras semanas o los primeros meses, hasta que te empiezan a conocer, la cosa se puede poner imposible. Cuando voy con compañeros, veo que ellos tienen menos problema. Supongo que es cosa de la edad: a algunos les pilla de sopetón que una mujer les dé órdenes».
Durante años, la idea de una mujer harrijasotzaile provocaba cortocircuitos en muchas mentes: «A ninguna chica se le ocurría levantar piedras. Cuando empecé, estábamos tres, y en la última competición éramos ya doce, ¡superbién!», celebra Lierni, que venía del crossfit. «La piedra es un deporte precioso. Animo a las chicas a probarlo, porque es más técnica que fuerza». Eso sí, puesta a romper clichés, Lierni lo hace a pares, ya que regenta un centro de estética especializado en maquillaje. «Mi entrenador me vio con las uñas pintadas, maquillada y peinada y me dijo si iba a competir así. Pues claro, no voy a cambiar y, además, ¡va a estar la tele!».
De niña, Silvia se aficionó a ver carreras de motociclismo por la tele y ahí nació su vocación: «En vez de estar sobre la moto, quería estar con el micrófono. Me parecía un trabajo muy llamativo y lo de estar cada quince días en un país distinto era un planazo». Ahora está en la sección audiovisual de EL CORREO y, aunque no le toca informar de muchas carreras ni volar de circuito en circuito, la pasión continúa: «Este trabajo me ha permitido conocer historias emocionantes y me ha acercado a mujeres muy interesantes. Una de las entrevistas que más me han marcado es la que le hice a Nilofar Bayat, la activista y jugadora de baloncesto en silla de ruedas, nada más llegar a Bilbao escapando de los talibanes. Una gran lección de dignidad y derechos humanos que sería muy valiosa en los colegios».
Naiomi empezó con el kung fu, para liberarse del estrés de los estudios de Ingeniería Industrial, pero un amigo le descubrió el jiu-jitsu y el grappling y lo tuvo claro: «Decidí que iba a ser campeona de esto». Lo ha conseguido, claro, pero... ¿por qué le gusta tanto? «Es casi un juego y estás en constante evolución. Te da un montón de confianza en ti misma y te ayuda a descubrir tus límites y confiar en otras personas». Cuando empezó con estas disciplinas, era la única chica en su gimnasio, y eso que se trata de prácticas muy recomendables de cara a la autodefensa: «La posición más vulnerable en la que te puedes ver durante un ataque en la calle es una de las más fuertes en el jiu-jitsu».
Yahaira venía de ser diecisiete veces campeona de España de yudo cuando, con 33 años, decidió hacerse bombera. «Siempre me había llamado la atención: el tema social, el ayudar a los demás, la parte física y deportiva, el compañerismo que hay dentro...». Fue una época rara en la que pruebas y cursos se entrelazaban con maternidad y lactancia. «Ese es el tipo de cosas que hay que cuidar. Hay que facilitar que se compagine lo uno y lo otro. Yo tuve que calcular cuándo me quedaba embarazada». Yahaira (que hoy, además del Día de la Mujer, celebra el Día del Bombero... incluido ese 3% de bomberas, claro) participa en reportajes como este para «dar a conocer al resto de mujeres que es una opción viable».
Sus 21 años en Andra Mari, bajo la exigente luz de la estrella Michelin, la convirtieron en el rostro femenino más visible de la alta cocina vizcaína, pero en 2021 colgó la chaquetilla, superada por la presión de compatibilizar la exigencia del oficio y las obligaciones de madre separada. Ahora lleva «seis mesitos» al frente de El Paladar, el restaurante del Hotel Puente Colgante. «Hay mujeres que se echan atrás. La sociedad es muy culpable: llegas a casa y te pones con un montón de historias. Me preocupaba, por ejemplo, que la casa estuviese perfecta. Ahora he asumido que la perfección no existe y he dado prioridad a mi hija y a mí misma».
Cuando estudiaba Medicina en la UPV, Eider ya quería especializarse en Anestesia «sí o sí». Hoy trabaja en la Unidad del Dolor del Hospital de Galdakao: «Es justo la parte que más me gusta, la más médica, en contacto directo con el paciente para hacer un diagnóstico de su dolor». Las estadísticas muestran que la Sanidad es un sector feminizado, pero hay estereotipos difíciles de extirpar: «Aunque aquí somos todo mujeres, queda mucho por hacer. Algunos pacientes, sobre todo los mayores, me ven como una chica joven, una chavalita, y esperan a que llegue el gran doctor. Pero la sociedad va cambiando y cada vez se notan menos diferencias».
Cuando la niña Susana soltó que de mayor quería ser piloto, sus padres pensaron que ya se le pasaría: «No me tomaban en serio, creyeron que era un capricho. La verdad es que no sé de dónde me vino». Estuvo trabajando de azafata de tierra hasta que logró convencer a su familia de pagarle la carrera de piloto y, en la actualidad, vuela en Air Europa. «Es cuestión de luchar por lo que se quiere. Lo elegiría mil veces: el avión da una sensación de libertad total, veo amanecer y atardecer y pienso qué suerte tengo. Pero seguimos siendo muy pocas: como antes era de militares, se ve muy de hombres, aunque una vez dentro es igual para ellos y para nosotras».
Lo suyo con el ballet fue «un flechazo vital» a los 5 años. «La estética es fabulosa, es un canal de expresar emociones y reúne lo físico con un arte y una forma de enseñanza. Después trasladamos esa disciplina a otros ámbitos de la vida», reflexiona Teresa, que encabeza su propio estudio e impulsa el proyecto divulgativo Bilbao es Ballet. En su mundo hay que promover el acceso de varones: «Sí, yo tengo que hablar al revés que el resto. Seguimos teniendo muy pocos chicos, en torno al 5% del alumnado, y empiezan un poco estigmatizados. Somos así: si un niño sale dantzari, maravilloso, pero, si sale bailarín de ballet, no tanto».
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Fermín Apezteguia y Josemi Benítez (gráficos)
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