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Los niños con las camisetas de plástico.

Arenas de Getxo y el valor de lo imposible

La aventura de unas camisetas destino Malawi se ha convertido en el principio de un reto aún más grande

jon uriarte

Sábado, 10 de junio 2017, 01:11

Es imposible hacer que una gota de agua haga el mismo recorrido que la anterior, tras dejarla caer sobre el dorso de nuestra mano. De la misma forma no parece viable que alguien pueda repetir la odisea del Arenas de Getxo. Regalar unas camisetas que ... pueden ayudar a cumplir un sueño. Ya conocen la historia. Y saben que ha tenido un final feliz. Pero no ha resultado fácil. «Lo conseguimos porque no sabíamos que era imposible», confiesa Carlos Aguiló, parte y voz de todas las personas implicadas en que esa gota llegue a su destino. De hecho, no ha parado y continúa recorriendo más camino. Al final de estas líneas entenderán a qué me refiero.

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Antes recordaremos que todo nació tras un tweet del Arenas de Getxo en abril. «Amantes del fútbol, ayudadnos a localizar a estos campeones con los colores del Arenas Club. Les queremos regalar las camisetas». En la imagen aparecían unos niños de Malawi, con unas zamarras hechas de plástico con unos colores que coincidían con los del histórico equipo. Tras ser compartido por más de 75 internautas, lograron saber quiénes eran. El Maghemo Youth FC. Pero debían asegurarse. Tampoco fue fácil, como cuenta Carlos. «No había manera. Así que contactamos con la hermana Mercedes, de las misioneras María Mediadora, que a su vez habló con el doctor Devline. Él fue quien se desplazó hasta el poblado para confirmar que eran ellos».

Carlos no oculta su admiración por este médico que les ha ayudado más allá de lo que nadie podría imaginar. «Ten en cuenta que en estos rincones del planeta el dinero vale menos que los favores personales y la relación entre personas», sentencia, consciente de que cuesta entender algo así en un Occidente que siempre mira a África por encima del hombro. O con ojos solidarios, pero incapaces de buscar una senda en el tortuoso recorrido que exige tamaña aventura. Porque eso ha sido llegar hasta los niños y entregarles el material deportivo. Sobre todo, cuando el destino no entiende de buenas obras. «Las personas encargadas de llevarlo hasta Malawi tenían que partir desde Madrid, destino Amsterdam, pero tuvieron dos horas de retraso y perdieron el enlace a Johannesburgo».

Escuchándole no cuesta entender la angustia. Es el pan nuestro de cada día. Pero en este caso había un problema añadido. «Quienes nos esperaban se habían desplazado desde una distancia de casi 1000 kilómetros y solo podían quedarse un par de días», evoca, aún con angustia, al revivir el momento en que por fin lograron cambiar los billetes para poder viajar hasta Londres y buscar otra vía. Así lo hicieron. Pero al llegar a Johannesburgo las maletas no estaban. Y eran, precisamente, la única razón de la misión. Sin las equipaciones el viaje no tenía sentido. No quedaba otra que esperar y cruzar los dedos. Cuando llegaron por fin, apenas tuvieron tiempo para celebrarlo. «El coche que teníamos para el desplazamiento no era suficientemente grande para las cuatro cajas que contenían el material», cuenta, mostrando una sonrisa irónica que en aquél momento no existía. Tras alquilar un camión emprendieron camino y, tras un día en ruta, llegaron a Lilongwe.

«En este lugar fue donde recibió el doctor Devline a los tres miembros de nuestra comitiva», lo subraya porque, como decíamos antes, allí el contacto es más importante que el dinero. «Para que te hagas una idea, en la aduana no nos pusieron problemas desde el momento en que se enteraron de que éramos los europeos que íbamos a traer las prometidas camisetas. La voz se había corrido. ¡Y eso que el pueblo estaba a 871 kilómetros de allí!». Ya les decía que esta gota tiene vida propia. Sobre todo ahora, que los niños tienen lo prometido.

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«Son 17. Pero hemos mandado 34 equipaciones. Eso supone, además de camisetas, zapatillas, espinilleras, guantes de portero, diez balones y unas bombas para poder hincharlos», desgrana de memoria Carlos y aporta un detalle cargado de ternura. «Lo que más les ha impresionado son las espinilleras. No sabían lo que eran». Y no acaba aquí la lista de lo enviado por el Arenas de Getxo. «Añadimos un chándal, una camiseta y un polo para el medico y así hacerle parte del proyecto, porque siempre estuvo a nuestro lado», insiste agradecido y nos pide que contemos algo más. El siguiente paso de su incansable gota.

«Queremos mandar allí a gente para que les enseñen a jugar a fútbol y, sobre todo, para que les eduquen». Lo que viene siendo aquello de no quedarse solo en regalar la caña sino, además, enseñarles a pescar. «Por suerte contamos con el apoyo de Elecnor en esta aventura. Nuestro objetivo es formarles y, a la vez, trasladarles los valores de nuestro club, para que los añadan a los suyos». No está mal para un equipo que demasiadas veces tiene que recordar a más de uno que es un histórico de laureado pasado y de respetable presente. De hecho, han triunfado en una misión que antes intentaron otros sin éxito. Tanto el Milan, poderoso club donde los haya, como la propia Federación de Malawi lo hicieron. Pero no lo lograron. Aunque la aventura, no lo olviden, continúa. Como decíamos en el arranque, la gota no se detiene. Valga como ejemplo la última confidencia de Carlos. «Una señora, de nombre Rosa Sánchez Tejera nos ha escrito en Facebook diciendo que quiere comprar dos abonos de nuestro club. No le gusta el fútbol y vive, según cuenta, lejos. Pero le ha gustado la iniciativa y quiere colaborar cediendo esos abonos a una institución de niños sin recursos». Son detalles que a cierta gente le parecerá poco, pero para otra son mucho. Que se lo pregunten a los niños del Maghemo Arenas Youth FC. «Así han decidido llamarse desde ahora. Y quieren llevar un escudo inspirado en el nuestro. De hecho, ya estamos trabajando en ello», desvela Carlos. Y al hacerlo no podemos evitar pensar en que un escudo suele ir pegado al corazón. Ese que lleva al Arenas de Getxo, en estos días en que todos los medios preguntamos por su aventura, a gritar a los cuatro vientos la frase que lo resume todo. «Lo conseguimos porque no sabíamos que era imposible».

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