Jorge Barbó
Lunes, 14 de noviembre 2016, 00:17
En el preciso instante en que uno atraviesa el arco de seguridad de la tienda saltan las alarmas. Como en una rara sinfonía de la vergüenza, los pitidos parecen atraer todas las miradas de la tienda, de la calle, del mundo. Empiezan los sudores y ... hasta los temblores. Cuando el guardia de seguridad se le acerca, el presunto sólo atina a emitir balbuceos y tartamudeos, se saca el tique del bolsillo y lo empieza a agitar como si fuera esa bandera blanca que ondea el soldado atemorizado en señal de rendición. Todo por una alarma que a la dependienta se le olvidó desactivar. Una situación similar afrontan cada año centenares de personas. Sólo que ellos sí tenían algo que esconder. Los comercios de Bilbao denuncian cada año 300 hurtos en sus negocios. La cifra, estable en el tiempo, esconde sin embargo un cambio de tendencia en los objetos más codiciados por los ladrones. Cada vez se roban menos discos y más perfumes.
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Un guardia jurado apura un pitillo a la puerta de una conocida tienda de moda de la plaza Moyua de Bilbao. «Parece que no nos damos cuenta, pero siempre estamos al tanto de todo», apunta el vigilante, que prefiere no ser identificado. Desde su posición, el hombre está acostumbrado a presenciar cómo se las ingenian los amantes de lo ajeno para llevarse su botín. «Vemos de todo, desde auténticos profesionales del choriceo a las típicas niñas que se lo toman como una especie de travesura», destaca el empleado. Para él, son estas últimas las más difíciles de detectar a simple vista. «Hay algunas que entran muy pijitas y aprovechan para llevarse todo lo que pillan, sobre todo maquillajes, pulseras y artículos de bisutería», detalla. Y es que, en ocasiones, las apariencias engañan.
Alarmas en las pegatinas
«Sí que es verdad que tendemos a dejarnos llevar por los prejuicios y siempre pones más atención al que te entra con malas pintas», reconoce la dependienta de una perfumería de la Gran Vía de Bilbao. «Y una vez, vi cómo una señora, muy puesta ella, se metía dos perfumes en un bolsazo de Loewe y se iba, tan pichi, por la puerta antes de que saltaran las alarmas», relata. «Creo que yo pasé más vergüenza que ella», abunda la vendedora, que reconoce que buena parte de su jornada de trabajo se va en mantener a raya a los posibles ladrones, que ven en los frascos de perfume de muestra uno de sus principales objetos de deseo. «La gente cree que no tienen alarma por no estar metidos en su caja, pero todo lleva pegatina», desvela la joven, en referencia a las etiquetas adhesivas programadas para hacer saltar los arcos de seguridad al cruzar las puertas.
En otro tiempo, junto a perfumes y colonias, los discos copaban los primeros puestos de las listas de éxitos de los ladrones. Pero hoy los cedés no interesan al personal «ni para robar», ironiza Javier Artolazaga, propietario de Power Records, templo de los amantes de los discos en la capital vizcaína. «Hubo unos años en que los robos eran continuos», recuerda. «Nosotros nunca hemos tenido mucha vocación de vigilancia, pero era habitual ver cómo la gente se llevaba los cedés y dejaban las cajas vacías o, directamente, se los metían bajo la ropa», relata. «Ahora ni los ladrones tratan de robar a los del top manta», insiste. «Y eso dice mucho de la importancia que la gente le da a la música en formato físico», reflexiona Artolazaga.
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El centro de Bilbao, junto a las zonas comerciales de barrios como Santutxu y Deusto, es una de las zonas más codiciadas por los delincuentes. «En general, es una ciudad comercial con mucha seguridad, donde tanto clientes como comerciantes respiran esa sensación», destaca el gerente de BilbaoCentro, Jorge Aio, quien ensalza la labor de los pequeños empresarios «que tienen que trabajar a la vez para ofrecer el mejor trato y atender a sus clientes y, a la vez, garantizar su seguridad y la de sus negocios», destaca.
Según los últimos datos ofrecidos por el área de Seguridad del Ayuntamiento, en Bilbao se han registrado en lo que va de año 250 denuncias por hurtos en comercios. Al cierre de 2015, tanto la Policía Municipal como la Ertzaintza habían contabilizado 303 casos, una cifra sensiblemente inferior a las denuncias que se interpusieron un año antes, cuando 332 empresarios tanto pequeños como grandes aseguraron haber sido víctimas de los ladrones en sus establecimientos. Aunque la realidad supera a las estadísticas. Muchos de los robos no llegan jamás a los comisarías. «Si la cantidad es pequeña, no nos sale a cuenta perder el tiempo en ir a denunciar», explica el propietario de una conocida tienda de moda del centro de la capital vizcaína. En este sentido, Aio pide que se retomen instrumentos «como el de la denuncia rápida» para tratar de poner fin a la sangría que suponen los actos delictivos para los empresarios.
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Como una especie de pincho de plástico, adheridas a prendas de vestir, complementos y todo tipo de productos, las alarmas con las que los comerciantes tratan de blindar sus productos ante las manos ajenas, parecen imposibles de retirar. Hay quien las intenta arrancar por las bravas, con funestas consecuencias. Jerséis hechos jirones, camisetas entintadas algunos dispositivos sueltan un chorro de tinta para dejar la prenda inservible tras ser forzada, son habituales en los probadores de las diferentes tiendas de moda. Aunque la mayoría de ladrones siguen recurriendo a métodos rudimentarios, caseros, como las tradicionales bolsas forradas de papel de aluminio y pequeñas palancas con las que violentar los sistemas de seguridad, tanto agentes de seguridad como comerciantes se topan en los últimos tiempos con dispositivos muy similares a los que ellos mismos utilizan para la desactivación de los artículos.
Aunque los proveedores tradicionales de productos para el comercio aseguran controlar la venta de artículos como imanes específicos y llaves, la venta por internet no exige ningún tipo de filtro. En uno de los portales de referencia de comercio on-line se puede encontrar un amplio surtido de imanes para burlar las alarmas más comunes por unos 25 euros gastos de envío incluidos y el vendedor acompaña la venta con una descripción detallada de cómo utilizarlos para conseguir liberar los dispositivos sin dañar el artículo robado.
Las empresas de seguridad también han detectado la proliferación de este tipo de aparatos y ya han adaptado sus antenas así llaman a los arcos que flanquean los accesos a los comercios para ser capaces de detectar estos imanes que se escapan al control del mercado tradicional. «En el caso de las cajas de poliuretano que se utilizan para vigilar objetos pequeños, además de estar alarmadas, también llevan un código específico que hace que si se manipulan, alerten al comerciante», detalla David Pérez del Pino, director de la firma Checkpoint, especializada en sistemas antirrobo.
Con todo, no es en el pequeño comercio donde los cacos tratan de hacer la compra sin tirar ni de tarjeta ni de monedero de forma preferente. Grandes cadenas y centros comeriales, tanto del centro como de la periferia, son los lugares de peregrinación de los seguidores de la cofradía del robo. Sin embargo, para los responsables de estas empresas, el hurto es un tema tabú. Por mucho que lastren cada año sus cuentas, ningún gran almacén consultado por este diario quiso ofrecer datos concretos sobre hurtos en sus lineales. Y eso que invierten cada año ingentes cantidades de dinero para blindarse ante los ladrones.
Berberechos como joyas
La firma Checkpoint es líder en el sector y provee de sistemas antirrobo a la mayor parte de las grandes cadenas españolas. Su director en España, David Pérez del Pino, admite que, a pesar de lo efectivo de sus sistemas, la picaresca de los ladrones hace que algunos consigan burlar las alarmas. Bolsos forrados con papel de aluminio para que los arcos de seguridad no consigan detectar la mercancía robada e imanes para deshacerse de las alarmas son las herramientas más utilizadas por los ladrones. «Pero siempre tratamos de ir siempre un paso por delante», apunta el responsable de la empresa, que, a pesar de evitar ofrecer datos concretos sobre el precio de un sistema estándar de seguridad, destaca que la inversión se recupera «en menos de un año». Aunque, a veces, ni el más sofisticado de los sistemas, en apariencia inexpugnable, consigue disuadir a los ladrones.
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M. trabaja como empleado de vigilancia en unos conocidos grandes almacenes. Aunque la mayor parte de su tiempo utiliza el uniforme, en ocasiones también desempeña su trabajo de paisano. «Así, es más fácil sorprender a la gente con las manos en la masa», evidencia. «Cuando les pillas, muchos se hacen los despistados, aunque otros, encima se ponen agresivos y se llegan a encarar contigo», admite. «En el supermercado hay grupos que van directos a los ibéricos y a las latas de conserva», destaca. «Los berberechos y el bonito son lo más goloso para ellos, los tenemos como si fueran diamantes, muy vigilados», ironiza el joven, que admite que cada vez menos delincuentes se atreven a dejarse caer por las secciones de electrónica. «Todo está tan alarmado que prefieren centrarse en productos de menor valor, menos vigilados y con mayor salida después para ellos», sostiene el joven.
La percepción del vigilante está en línea de los datos que maneja la Policía Municipal de Bilbao. «Ropa, bolsos y complementos de poco valor pero, que en suma suponen una cantidad importante están entre lo más hurtado», destaca el jefe de Inspección de la guardia urbana, que dibuja un perfil tipo de delincuente como «una persona con pocos recursos, que pertenece a grupos organizados e itinerantes por las ciudades del entorno y tienen mucha movilidad».
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