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Carlos Benito
Domingo, 9 de octubre 2016, 02:36
Las normas del módulo 8 de la prisión de Zuera, en Zaragoza, exigen que los reclusos impartan un curso a sus compañeros sobre algún tema que dominen. Deben presentar un proyecto a los educadores y, cuando se lo aprueban, dedicar varias horas a la semana ... a instruir a otros presos: José Ortega Cano, por ejemplo, cumplió condena en esta sección de la cárcel y ofreció una serie de charlas sobre tauromaquia. El constructor vizcaíno Jabyer Fernández, sentenciado a tres años de cárcel por un delito de insolvencia punible, también es inquilino de este módulo, muy cotizado entre la población reclusa, y al igual que el diestro ha enfocado su actividad docente hacia la especialidad que le ha dado fama: se dedica a dar clases sobre creación de empresas.
«Me imagino que el curso se centra principalmente en el lado burocrático del asunto, sin meterse en la parte mala», bromea un funcionario de la prisión, consciente de lo chocante que resulta que el mayor moroso de las haciendas vascas -con una deuda cercana a los 65 millones de euros, según las listas publicadas la semana pasada- instruya a otros en las sutilezas del mundo empresarial. A la vez, también es evidente que muy pocos sabrán mejor que él cómo levantar un imperio desde la nada menos prometedora: Jabyer Fernández, que abandonó los estudios en la adolescencia y empezó trabajando de peón ferrallista -los operarios que levantan el esqueleto metálico del hormigón armado-, logró crear un entramado de empresas que llegó a dar empleo a dos mil personas, responsable de obras como la estructura de la Torre Iberdrola o el BEC.
El pabellón donde cumple su pena no es un lugar cualquiera. Se trata de un 'módulo de respeto', en el que los internos se comprometen a cumplir a rajatabla determinadas reglas: desde organizarse en grupos para asumir las distintas tareas de limpieza y mantenimiento, hasta detalles de civismo como no escupir en el suelo, ducharse después de hacer deporte o no llevar gorro en lugares cubiertos. «Los estereotipos que circulan acerca de la cárcel no tienen nada que ver con un entorno como el módulo 8. Cuando entras, te das cuenta de que podrías comer sopas en el suelo, de lo limpio que está, y allí hay una convivencia más normalizada que la de cualquier barrio. De hecho, se comportan como todos desearíamos que lo hiciese la gente: a nadie se le pasa por la cabeza tirar un papel al suelo», explica el trabajador.
En un entorno así, Jabyer se ha integrado «sin ningún problema» y cumple escrupulosamente sus horarios y tareas. El módulo cuenta con cafetería -donde el empresario puede comprar productos del economato con los cien euros semanales que le corresponden de peculio-, peluquería atendida por reclusos, gimnasio, sala de ordenadores sin conexión a internet y una biblioteca donde imparte sus lecciones y también recibe las de sus compañeros.
Entre ellos abundan los delincuentes económicos, cuya presencia en la cárcel aragonesa -y, en general, en todo el sistema penitenciario español- se ha disparado en los últimos años. El otro grupo dominante son las personas que han cometido delitos contra la seguridad vial, por reincidir en la conducción sin carné o por sentarse al volante bajo el efecto de alguna sustancia estupefaciente. «Son personas socializadas y de cierto nivel. En este módulo nunca ha pasado nada», resume el funcionario.
Hay un detalle muy revelador sobre el talante que rige su funcionamiento: cuenta con un fondo común al que los presos aportan dinero para comprar el material de los cursillos -en Zuera se puede aprender prácticamente de todo, desde origami hasta artesanía en cuero, pasando por yoga, mecánica del automóvil o filigranas, hilos y mandalas- y también con una hucha destinada a que los compañeros de menos posibles puedan tomarse un café. Y en esos botes siempre suele haber dinero.
A las ocho de la mañana, los internos del módulo 8 ya tienen que estar vestidos y en pie para el recuento de la mañana. Cuando completan la limpieza de sus celdas, que albergan a dos reclusos y están provistas de ducha, bajan a desayunar y después se dedican a sus diversas actividades, como las clases o la actividad en el polideportivo, dotado de pistas de squash y pádel, dos minifrontones y una piscina que dejó de llenarse con la crisis. Comen a la una y cuarto en el propio módulo y a continuación suben a la celda, donde pasan un nuevo recuento y disfrutan de tiempo libre hasta las cinco de la tarde. A esa hora retoman las actividades durante algo más de dos horas. Cenan a las siete y cuarto y regresan a las celdas. Ya no se apagan las luces como antaño los propios internos deciden hasta qué hora leen o ven la televisión.
Buen comportamiento
Jabyer Fernández se ha adaptado a la rutina carcelaria con la naturalidad de quien está acostumbrado a moverse en ambientes de todo tipo. Al fin y al cabo, hablamos de un hombre que empezó a labrarse su fortuna al frente de una cuadrilla itinerante de temporeros de la ferralla y al que la prosperidad acabó abriéndole todas las puertas: era bienvenido en los despachos más nobles, tenía línea abierta para hablar con los políticos y se sentaba en los palcos de honor del deporte.
Ahora, aunque todavía debe hacer frente al pago de 35 millones por responsabilidad civil en la quiebra de Iurbenor, ha conseguido que la Junta de Tratamiento del centro penitenciario -es decir, el órgano interno que supervisa la evolución de los reclusos- le haya concedido la posibilidad de un permiso, el primero en el año y cuatro meses que lleva en la cárcel. Entre los factores que se han tenido en cuenta figuran la proporción de pena que ya ha cumplido y ese impecable comportamiento del que hace gala en prisión, pero, para disfrutar de su respiro de tres días fuera de la cárcel, le falta todavía el visto bueno del juez de vigilancia penitenciaria de Aragón.
Según fuentes jurídicas, uno de los condicionantes en su caso es la especial sensibilidad que existe hacia los delitos económicos tras la explosión de casos de corrupción en España. En esa atmósfera, tanto las instituciones penitenciarias como las judiciales se han vuelto particularmente estrictas con los condenados por este tipo de conductas. Uno de los requisitos determinantes es precisamente la obligación de hacer frente a la sanción por responsabilidad civil, un trámite imprescindible para acceder a medidas de gracia como el tercer grado. Sin eso, Jabyer Fernández, aquel triunfador que tuvo todas las puertas abiertas, seguirá encontrándose cerradas las de la cárcel.
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