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laura caorsi
Lunes, 15 de agosto 2016, 00:46
Emigrar no significa olvidarse del país de origen, de la vida allí ni de los afectos que quedaron. Y, en casos como el de Tété Barrigah, que se marchó de Togo con veinte años, tampoco implica desentenderse de la arista más aciaga de su realidad. ... Tété no olvida la situación económica que forzó su emigración ni el durísimo viaje que realizó durante años para llegar finalmente a Bilbao. Por el contrario, tiene muy claro que esa realidad sigue oprimiendo a buena parte de la población y auspiciando itinerarios como el suyo, sembrados de peligros y contratiempos.
«Mientras las cosas no mejoren allí, la gente se seguirá marchando. Es importante entender esto y trabajar para cambiarlo», explica. «Hay que ofrecer alternativas a los niños y jóvenes que están en Togo, sacarlos de las calles y de la precariedad, darles unos estudios y unas herramientas para que no tengan que emigrar como lo hemos hecho muchos de nosotros», sostiene. Conscientes de que la ayuda exterior es una pieza clave para poner en marcha la maquinaria del progreso, Tété y otros togoleses residentes en Euskadi han creado una asociación cuya finalidad es tender puentes entre su tierra y el País Vasco.
«Somos muy pocos togoleses -apenas hay 14 en toda la comunidad-, pero nos esforzamos mucho para sacar adelante proyectos sociales que favorezcan la integración aquí y el desarrollo allí. Las dos cosas son muy importantes. En nuestra asociación, Novisi Elkartea, apostamos por los espacios de intercambio cultural», asegura Barrigah. «Tenemos un equipo de fútbol donde coinciden vascos y africanos, un grupo de música con el que damos a conocer nuestra percusión, y ahora estamos trabajando en uno de los proyectos más bonitos y ambiciosos que hemos tenido entre manos: llevar un contenedor de libros a Togo», destaca.
Tété explica que, hace unos meses, recibieron una importante donación de Azkuna Zentroa. «Nos entregaron 8.000 libros y material de informática para ayudar a nuestra iniciativa de desarrollo cultural. La idea es apoyar a los centros educativos infantiles y crear un espacio nuevo, la Biblioteca de Aného, para promover el aprendizaje y el uso de las lenguas castellana y vasca», explica. «Queremos llevar el euskera a Togo y, en un futuro, crear allí una euskal etxea. De esa manera, muchos niños huérfanos o pobres que hoy están en la calle, buscándose la vida para poder comer, podrán estar en un sitio seguro, estudiando y aprendiendo idiomas», detalla ilusionado.
«Pero lo primero es llevar los libros», señala volviendo al presente. Y para eso hace falta un contenedor y dinero. «Hemos organizado una gala benéfica para recaudar fondos». El Festival Colores de la diversidad tendrá lugar este viernes, a las 19.00horas, en Bilborock. Participarán varias asociaciones, no solo africanas, y la entrada costará 5 euros. «La fiesta busca promover la integración y combatir el racismo, la xenofobia y las muchas discriminaciones que nos afectan como sociedad. Celebramos el encuentro de culturas y, además, usaremos lo recaudado para hacer realidad este proyecto en Togo», expone.
Salto a la valla
«En mi país hay muchos niños en la calle. A veces, son huérfanos. Otras, tienen padres alcohólicos. Pero siempre son pobres, y tienen que trabajar buscando chatarra, por ejemplo, para poder comer. La situación es tan adversa que no pueden cambiarla solos», describe Tété, y añade que a él le tocó vivirlo. «En mi familia somos siete hermanos. Cuando mi padre murió, mi madre no ganaba lo suficiente para sacarnos a todos adelante. Mis hermanos mayores trabajaban también, una es peluquera, otra costurera, otro carpintero... Con eso no alcanza para vivir», lamenta.
Dos de sus hermanas emigraron a Benín, el país vecino, para trabajar como camareras. Él decidió venir a Europa. Pidió el visado varias veces en el consulado, pero no se lo concedieron, así que se lanzó a hacer un viaje de casi tres años donde descubrió lo mejor y lo peor del género humano. «Tardé solo dos semanas en llegar a Marruecos e intenté cruzar por la valla, pero no lo conseguí. Descubrí que mucha gente vive de los migrantes, que se aprovechan. Hay grupitos que dominan zonas. Hasta para dormir en el monte tienes que pagarles si no quieres tener problemas», relata.
Tété estuvo dos años así, hasta que se animó a intentarlo otra vez. «Crucé nadando desde Tetuán a Ceuta. De ahí me llevaron a Madrid, luego a Lleida y finalmente vine a Bilbao. Llegué en 2011, dormí en un albergue y en un edificio abandonado, comí en comedores sociales», recuerda. «Lo pasé muy mal y ahora soy voluntario. Mi primer trabajo me lo dio un iraní, que tenía una tienda y necesitaba que alguien le ayudara a pintarla. Fue un camino muy difícil hasta lograr cierta estabilidad. No quiero que otros pasen por lo mismo», reconoce con amargura.
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