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Pablo Martínez Zarracina
Lunes, 25 de julio 2016, 04:08
La percepción del tiempo, menudo asunto filosófico. Aristóteles lo relacionaba con el movimiento, definiendo el tiempo como una especie de mecánica infalible entre el 'antes y el después'. Kant consideraba en cambio que el tiempo era una entidad ajena al resto de las cosas, una ... especie de presupuesto sin el que la experiencia humana ni siquiera era posible. Heidegger distinguía por su parte entre el tiempo como marco cronológico de los acontecimientos y la temporalidad ontológica que brotaría de la misma raíz del ser existente
Yo me acordé de estas cosas ayer, al ver en la tele a unos jóvenes disfrazados de pokémones en las abarrotadas campas de Aixerrota. Preparaban una paella que les estaba quedando de un amarillo restallante. Lucía salpicada de tropezones cárnicos, gelatinosos, rojizos. El aspecto de la paella era dramático. Hacía pensar en que no era arroz lo que había caído en ese recipiente, sino un Pikachu suicida. Desde gran altura.
«Si ya estamos en Paellas, se acaba julio», pensé. Y lo curioso es que no habría llegado a la misma conclusión, o al menos no con igual clarividencia, si alguien me hubiese dicho sin más la fecha exacta en la que nos encontrábamos. Es raro, pero a continuación lo que pensé fue que, al estar celebrándose las Paellas, ya se habrían lanzado estos días por las cuestas del pueblo de Anguiano los señores esos que giran cuesta abajo locamente, llevando zancos y vestidos, por lo que sea, de bandera autonómica. Resulta imposible no admirarlos. Son la superación racial del derviche.
A partir de ahí, mi conciencia del tiempo se concretó enormemente. Sucede solo en verano. Lo que decretaban los derviches riojanos y las paellas algorteñas era en realidad que se acercaba el día de Santiago, con todo lo que eso significa: el Botafumeiro barriendo el suelo de la catedral compostelana, los miembros de la comparsa 'Los Urris' bajando vestidos de escoceses, sin depilar, por el centro de Gorliz. Una semana después, la gente se disfrazaría de vikingo, como es lógico, en Catoira, Pontevedra, y desembarcaría salvajemente en su propio pueblo, agitando espadas y antorchas, abriendo a hachazos barriles de vino.
Estas fiestas pintorescas las ve uno año tras año en los periódicos y los informativos y terminan funcionando como un calendario alternativo del verano, que es la única parte del año en la que podemos no saber en qué día vivimos. Pero eso no significa que puedas escapar: una tarde te levantas del siestazo, pones la tele, y ves a Celedón sobrevolando la plaza de la Virgen Blanca como un superhéroe atrabiliario de la Llanada. Entonces te das cuenta de que ya estás en agosto. Madre mía. «Pero si parece que el txupinazo en Pamplona fue ayer mismo», te dices sorprendido por la fugacidad del tiempo, que es un misterio filosófico que en verano adopta una medida rara: las fiestas extravagantes de los sitios. Cómo explicárselo a los maestros: «Igual no puedes hablar de la relación entre el ser y el tiempo obviando lo de Celedón, Heidegger, tron».
Que Celedón levante el paraguas por Vitoria significa que en un suspiro estarán en San Sebastián indicándole al ar-ti-lle-ro que le dé fuego y que a continuación Marijaia aparecerá en el Arriaga levantando las manos como si pasase algo muy gordo. Que se te han esfumado otras fiestas de Bilbao no lo entenderás, curiosamente, cuando terminen las fiestas de Bilbao, sino unos días después, cuando veas en la tele la Tomatina de Buñol y te parezca que ni siquiera con todo ese tomate podría confeccionarse un 'bloody mary' a la altura de tu resaca.
¿Que cuando se entera uno de que el verano por fin ha terminado? Pues a veces cuando ves que en Lekeitio agarra un paisano y se cuelga del cuello de un ganso y sube y baja, sube y baja, sube y baja Otras veces sucede cuando ves en la tele que en A Pobra do Caramiñal se celebra una romería en la que la gente viaja dentro de su propio ataúd. Es un tradicional 'bobsleigh' lento de ultratumba. Funciona de miedo. Al menos en lo que a ti respecta. Ves los ataúdes y concluyes, un año más, que se acabó el verano. Que se acabó lo que se daba, por decirlo de otra manera.
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