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laura caorsi
Lunes, 18 de julio 2016, 02:47
Las experiencias personales condicionan muchas decisiones. Incluso pueden afinar una vocación presente desde la infancia hasta convertirla en un trabajo y un modo de ver la vida; en algo un poco distinto a lo que se soñaba en la niñez, pero no por ello menos ... gratificante. Esto fue lo que le pasó a Iberka Francés, una joven dominicana que llegó a Bilbao en 1991, cuando tenía cuatro años, y recuerda los primeros tiempos en Euskadi como una prueba de adaptación permanente.
«Yo era pequeña cuando vine, pero recuerdo muchas cosas», relata con una voz muy dulce, casi aniñada, y un marcado acento local. Nadie diría, solo con oírla, que es una mujer independiente y emprendedora, o que nació en Puerto Plata, una provincia norteña de República Dominicana. «Estoy un poco nerviosa», dice al comienzo de la entrevista, con un punto de timidez.
Hija de un matrimonio mixto -madre caribeña y padre vasco- Iberka relata que la decisión de sus padres de trasladarse a Bilbao le cambió por completo la vida. «Todo era diferente, empezando por la escuela. Mis padres me apuntaron al modelo D, con las asignaturas en euskera, así que al principio me costó. También fue difícil la adaptación con mis compañeros. Cuando yo vine, no había tantos extranjeros. No era habitual ver gente de otros países o con la piel de otro color, así que cada poco surgía algún comentario, en plan tú eres más negrita, ¿no? y cosas por el estilo», relata.
«Uno puede pensar que, cuando acaba la novedad, las cosas se normalizan. Pero no siempre es así. En mi caso, pasaban los años y seguían sin venir otros niños de fuera, así que crecí siendo la distinta. En parte, es comprensible. Cuando ves algo que se sale de lo común, te llama la atención. Sin embargo, yo a veces pensaba ¿no se cansan, todavía con lo mismo, esto continúa?. Digamos que me tocó hacer todo el recorrido, hasta los doce años más o menos. En ese momento, comencé a notar que mis compañeros hablaban más conmigo, que me tenían confianza y compartían sus vivencias».
El colegio, más que la ciudad, moldeó el carácter de Iberka. Todavía era una niña, pero descubrió que se le daba bien escuchar a los demás, que le interesaba ayudar a los otros. «Me dije que, cuando tuviera edad para ir a la universidad, iba a estudiar Psicología». Pero ese sueño -que aún mantiene- no se concretó. «Sucedieron dos cosas determinantes. La primera, que mi aita falleció cuando yo tenía catorce años. Eso alteró todo. Mi madre se encontró de pronto sola, conmigo y con mi hermano pequeño, y tuvo que afrontar esa situación como pudo, sacando coraje y tratando de no venirse abajo».
Más cambios de planes
Lo otro que ocurrió, cinco años después, es que Iberka se quedó embarazada. «Era muy joven, tenía diecinueve años, pero decidí seguir adelante. Esa fue mi decisión y, por suerte, mi madre me apoyó muchísimo. No fui a la universidad, pero soy madre de un niño de siete años y seguí formándome en todo lo relacionado con el bienestar de las personas. Aprendí a hacer masajes deportivos y terapéuticos, técnicas de osteopatía, yoga, relajación... y me especialicé en escuchar a los demás. No importa de dónde seamos o qué edad tengamos, todos necesitamos que nos mimen un poco», sostiene.
Hace cuatro años, Iberka inauguró su propio spa en Bilbao. Es un centro donde, además de los tratamientos estéticos y las propuestas habituales de bienestar, imparte cursos de yoga para niños. El planteamiento sorprende, ya que a priori cuesta pensar en un grupo de pequeños relajados, obedientes y en silencio. «No lo puedes imaginar como una clase al uso de yoga para adultos porque el enfoque es distinto», apunta ella con una sonrisa. «Así y todo, te sorprenderías».
«Es fundamental jugar con los niños. Ellos quieren atención, divertirse, que estés con ellos. A través del juego puedes enseñarles a relajarse y a explicar cómo se sienten. Muchos arrebatos, muchos berrinches infantiles, se producen porque no saben contar lo que les pasa. Cuando aprenden a expresar lo que les pasa, lo que les preocupa, lo que les entristece, se relajan un montón. Creo que eso es súper importante, para los niños y los adultos. A mí me hubiese gustado aprender antes, de pequeña, a explicar mis sentimientos. Me tocó aprenderlo de adulta. Y comparto lo que sé».
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