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Iñigo Crespo
Viernes, 17 de junio 2016, 01:18
De pronto, la música se apaga. Silencio. Algunos se miran extrañados porque han cortado en mitad de la canción. Otros, quizás sin haberse dado cuenta, continúan impasibles, y una minoría muy reducida abandona la sala Kremlin, en la calle Dos de Mayo. Son cerca de ... las 6.00 horas y un grupo de chicas van vestidas de la mujer que protagonizaba el cartel de propaganda de guerra 'We can do it!'. Pero están lejos de ser el centro de atención. La imagen que proyecta cada cual ha dejado de importar hace unas dos horas. Los 'hipsters' auténticos, lejos de las barbas recortadas a la perfección y las camisas 'vintage', se funden en una diversidad aplastante. La música vuelve tal y como se había ido. De golpe. La culpa fue de un gintonic, que cayó sobre la mesa de mezclas. La fiesta continúa.
La escena, evidentemente, no se repite cada sábado, pero sirve para ilustrar una de las tres dimensiones de Bilbao La Vieja. Dicen que Bilbi nunca duerme, y que sus altas horas pertenecen a un limbo espacio-temporal. Desde luego, lo que menos se mira en el antiguo corazón de la villa es el reloj, sobre todo en Aste Nagusia, donde la zona toma el relevo de la txosnas con orgullo y sin prisa. Quien cruce un día cualquiera el Puente de San Antón encontrará los bares de toda la vida, que mantienen su esencia con un particular romanticismo, pero también el universo moderno que envuelve el Muelle Marzana, y las salas expertas en deshoras. La noche de Bilbao La Vieja se vive en 3D.
Cuando el sol todavía se resiste a esconderse, decenas de jóvenes esperan al anochecer y copan las escaleras frente al Mercado de La Ribera. El Marzana 16 y el Perro Chico no son bares enormes, pero el espacio abierto que tienen frente a ellos les permite sacar cervezas sin parar. Convertido en punto de reunión habitual en los últimos años, al igual que el Bar Nervión, en Dos de Mayo, sirve de lanzadera para una gran noche o para cumplir con el ritual de tomarse una y escapar a tiempo. Estos locales, al igual que el Bihotz, se han convertido en auténticos templos de cervezas extranjeras y artesanales, vitales para saciar los exigentes paladares de quienes se han sumado a la fiebre de la espuma. El ambiente es distendido, alejado de las prisas del centro de la ciudad y del tráfico denso. El lugar perfecto para desconectar o reponer fuerzas para lo que venga después.
De forma paralela, la calle Bilbao La Vieja se mantiene fiel a su pasado. La música contundente escapa por las puertas del Txindorra, mientras decenas de personas llenan las terrazas de la herriko taberna, el Larrabetzu y el Ziburu, donde los más habituales destacan también su buen gusto por la cocina. El denominador común de estos establecimientos, eso sí, es la cerveza a precio asequible, por lo general a dos euros el cañón. «¿La música? Tiramos mucho de Spotify y canciones en euskera», afirman en el Ziburu. Los asiduos a la zona añoran la Taska Pirata, que cerró sus puertas hace algo más de un año. Los vecinos de Bilbi aún conservan el recuerdo nítido de aquel emblemático refugio 'indie'.
Pasada la 1.30 (en el caso de quienes acuden al muelle, en torno a la medianoche), quienes quieren prolongar la noche acuden al Casco, el lugar que sirve de conexión entre las dos noches de Bilbao La Vieja. Somera, Iturribide y Barrenkale sirven para ocupar una brecha entre la juerga temprana y las salas de la noche profunda, donde sobrevive la fiesta de la villa.
El Badulake, el Kremlin y el Balcón de la Lola son los principales espacios que toman el relevo final del Casco Viejo, hasta que el cuerpo pida una tregua o el amanecer llame a las puertas. El primero, situado en la calle Hernani, apuesta por el pop, clásicos de los 80 y algunos temas disco, con los que pone a prueba la energía y las ganas de bailar de los asistentes hasta las 6.00 horas. Pero su dueña, Elena Sarasola, no es ajena al declive que ha sufrido el ocio nocturno de Bilbao en los últimos años. «También esta zona ha ido algo a menos. Echo en falta un relevo generacional. La gente de hoy no tiene tanta costumbre de ir a bares como antes», asegura. El Kremlin, por su lado, tiene un perfil más electrónico, aunque también acoge conciertos que sorprenden a más de uno. El 'Balcón', en la calle Bailén, se asemeja más a una discoteca, ya que intercala el dance con el house. Es, además, uno de los lugares más frecuentados por la comunidad gay de Bilbao. Bilbi abre para todos.
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