Pablo Martínez Zarracina
Lunes, 30 de mayo 2016, 01:56
La semana pasada fue tremenda. ¿Para mí? No, no: para Bizkaia. El martes supimos que se había descubierto en la profundidad de una cueva de Berriatua un «santuario» de arte rupestre formado por alrededor de setenta grabados procedentes del Paleolítico superior. No nos habíamos recuperado ... de la impresión cuando el viernes supimos que iba a llegar a Sopela un cable trasatlántico de gran capacidad lanzado desde Estados Unidos por Facebook y Microsoft.
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Las pinturas de Berriatua tienen catorce mil años. El cable de información que unirá Virginia Beach con Sopela Beach medirá seis mil kilómetros. Las pinturas de Berriatua representan caballos, bisontes, ciervos, uros: lo que viene siendo un gran día de caza en el Magdaleniense. El cable que cruzará el Atlántico transmitirá información con una velocidad dieciséis millones de veces superior a las conexiones domésticas de Internet.
Tras enterarme de estas cosas tan impresionantes, yo les confieso que me encontré mal. Al fin y al cabo, uno está habituado a sentir vértigo pensando a veces en el pasado y a veces en el futuro, pero no a sentirlo pensando en ambas direcciones a la vez. Ese vértigo ambivalente es ya una exageración. Además, incide en cuestiones tan profundas y esenciales -desde el origen del hombre hasta el devenir mismo de la Historia- que termina siendo un vértigo bastante grandilocuente, como si nos lo estuviese rodando Terrence Malick.
Incluso me tuve que sentar. Es que ya estaba viendo a un cromañón dibujando el logo de Facebook en la noche primordial. Y ese cromañón tenía que ser precisamente de Bizkaia, como si el mundo no fuese suficientemente grande, o como si necesitásemos que se confirmase lo que siempre hemos sospechado: que todo lo existente terminaría por confluir en algún momento en los alrededores de Bilbao.
«Menudo mogollón», me dije resoplando. Lo hice por demostrarme que la situación no me superaba y mantenía afinada la capacidad de análisis. También por respetar el estilo del arqueólogo que presentó las pinturas de Berriatua. «Son de Champions League», dijo, probablemente por la cosa de la divulgación.
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Pero no nos distraigamos: Berriatua está a unos cuarenta kilómetros en línea recta de Sopela. Recorrer esa distancia será pronto recorrer dieciséis mil años de Historia, desde el Paleolítico a la más avanzada era de la información. He hecho cálculos y creo que el tiempo presente nos quedará a la altura de Mungia.
En cualquier caso, algo pasa. Háganse a la idea de que en un año a Sopela estará llegando información submarina a 160 terabits por segundo. Recuerden que un terabit equivale a un millón de millones de bits. ¿Qué quiere decir eso? No tengo ni idea, pero es probable que no se haya visto tanta animación en el fondo del mar desde el periodo Cámbrico. Y ya saben cómo acabó aquello: con un estallido nunca visto de nuevos pobladores del mundo. ¿Ven dónde quiero ir a parar? Lo que antes o después termine saliendo del cable de Sopela -porque es evidente que la información terminará encarnándose en materia por sí misma- no tardará en llegar a Berriatua. Y allí podrá descifrar el mensaje que los primeros pobladores dejaron hace catorce mil años para cuando llegase el momento.
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Dicho de otro modo: los acontecimientos de los últimos días parecen indicar que el cierre de la Historia tendrá lugar en Bizkaia. No se descarta que Gipuzkoa y Álava le protesten al Cosmos el favoritismo.
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