Ernest Hemingway, escritor estadounidense, en la Plaza del Castillo, en Pamplona.

Hemingway y el calor

La posteridad del Nobel americano, ese eterno San Fermín, ha hecho escala de un día en Bilbao

Pablo Martínez Zarracina

Lunes, 23 de mayo 2016, 01:46

El nieto de Hemingway ha estado en Bilbao. Guiaba, según parece, a un equipo de periodistas chinos tras los pasos del gran escritor americano. Estuvieron en el Carlton, visitaron Vista Alegre, fueron a un frontón En el Museo de Bellas Artes filmaron el cuadro famoso ... de Ucelay.

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El Ayuntamiento envió al concejal de Desarrollo Económico a atender a la comitiva. Sin embargo, no sé si hemos estado a la altura. Quizá el joven Hemingway y los periodistas chinos no avisaron con tiempo. Aun así, podríamos haber organizado un poco de figuración. No habría costado tanto, por ejemplo, que todo el mundo que se cruzase con los cámaras llevase txapela. Quizá podríamos haber soltado también unos toros descomunales en Vista Alegre. Quién sabe si hasta podríamos haber organizado una guerra civil, aunque fuese una pequeña, aprovechando tal vez para dinamitar el parque de atracciones y explicarles a los chinos que el combate en Artxanda estaba siendo encarnizado.

Al mismo tiempo, podría haberse adecuado alguna tasquita del Casco Viejo para meter allí al nieto de Hemingway y a los reporteros chinos del modo más casual. «Tomamos algo en cualquier sitio, en este mismo». Cómo le habría gustado a esa gente entrar en un bar lleno de contrabandistas, pelotaris y maletillas, un bar alegre, atendido por bellas mozas vascas, en el que de pronto el estruendo cesase y alguien se pusiese en pie para entonar un zortziko de destrucción anímica masiva, como en las pelis de Luis Mariano. La canción llenaría la atmósfera de melancolía. Y haría brillar la mirada de los curtidos parroquianos, también la de los bailaores y los bandoleros que podríamos haber colocado en una mesa para que los chinos viesen que no había en el local un resquicio por el que pudiese colarse un gramo más de autenticidad.

Hemingway, me refiero al abuelo, fue un extraordinario conocedor de Bilbao. Sobre todo, de su clima. En sus reportajes del verano sangriento para 'Life' anota que en agosto Bilbao es la ciudad más calurosa de España y que solo Córdoba, llegado el caso, puede competir con ella en altas temperaturas. Treinta años antes, el narrador de 'Muerte en la tarde' ya estaba con los sofocos: «Las tres ciudades más calurosas de España, cuando viene el calor, son Bilbao, Córdoba y Sevilla». Se trata en opinión de Hemingway de un calor «senegalés». Sorprende que no le dieran también el Nobel de Meteorología.

Lo más doloroso de todo es que llovió. Y hasta hizo fresco. Un día gris. Me refiero a la jornada que pasaron entre nosotros el nieto de Hemingway y los periodistas chinos. Supongo que tuvieron que tirar de paraguas y que no les vino mal el jersey, la manga larga, la rebequita. Imagino que no hubo tiempo de llevarlos a una sauna. Todo esto nos sirve para volver a un lugar incómodo: la posteridad de Ernest Hemingway. Es una posteridad cuando menos llamativa. Y deprimente. No es agradable ver cómo un gran escritor es sobrevivido, de un modo invariable, por lo peor de sí mismo. Saben a lo que me refiero, ese eterno San Fermín. Y los herederos, los del turismo, los cámaras chinos Se trata de la escenificación inacabable de un profundo disparate. Consiste en entender que el mérito de un escritor no tiene que ver con derribar los clichés, sino con apuntalarlos.

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