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Virginia Urieta
Sábado, 14 de mayo 2016, 00:38
El pasado miércoles falleció, a los 89 años, José Luis Echevarría, director de Aceros Echevarría. Este bilbaíno fue uno de los empresarios más importantes de su época tras heredar la fábrica que fundó su padre, que se convertiría en una de las más destacadas del ... sector en Euskadi. El solar que antaño ocupaba en Begoña quedó en desuso durante los años ochenta, hasta que en 1989 fue adquirido por el Ayuntamiento de Bilbao para convertirlo en parque público, donde todavía hoy se conserva como testimonio industrial esa particular chimenea, vestigio de tiempos anteriores y símbolo reconocible para muchos bilbaínos, que da nombre al parque Echevarría de la villa.
Su familia recuerda muchas cosas acerca de un hombre que siempre fue «un ejemplo» para todos los que le rodeaban, «amable y con muchos amigos», uno de los empresarios vizcaínos más importantes de su época. Fue en los años 70 cuando Aceros Echevarría, que había comenzado como una fábrica de clavos décadas atrás, invirtió en la nueva planta de Basauri, municipio al que se trasladó como una de las acerías más importantes a nivel europeo. En casa conservan todavía ese contrato con Siemens que el abuelo -recuerda su nieto, Pablo Guinea Echevarría- tenía enmarcado en la pared. «Firmado por el mismo Siemens y mi abuelo, para la instalación de un horno de acero: el primero de todo el país», señala.
Su tío Álvaro, hijo de José Luis, asume que a pesar de ser un empresario de renombre, en su familia su padre «siempre predicaba la austeridad. Era lo que había en nuestra casa, y eso hizo que no sufriéramos, porque no derrochábamos», explica. Tuvo la mala suerte, cuenta, de que llegara la crisis del petróleo, ya en 1974. «Pero no sólo no sacó su dinero de la empresa, como hoy en día hacen muchos en su lugar, sino que puso todo lo que tenía para intentar mantenerla, contando también con el esfuerzo de los trabajadores, que sufrieron recortes importantes», narra su hijo, que señala que a pesar de todo, nunca se llevó los problemas a casa. «Era una persona alegre, emprendedora, que se preocupaba de los que le rodeaban y sobre todo de sus hijos. Era un padre muy familiar, una figura muy importante para nosotros».
Vivió en una época difícil, también para otros empresarios que como él tuvieron que marcharse de su tierra por estar sometidos a persecuciones y amenazas de ETA. «Fue la parte más dura, que también afectó a la familia. Es muy duro ver que gente que ha aportado tanto a su pueblo tenga que marcharse, un golpe que a mí, con 18 años por aquel entonces, me costó asumir», relata Álvaro. Fue el último directivo de Aceros Echevarría -HEVA- en irse, una época en la que nacieron sus nietos. «Nosotros hemos conocido a un abuelo generosísimo que se volcaba con cada uno. Y era consciente de que había nacido en una familia privilegiada no por mérito propio, sino como creyente que era, porque así lo había querido Dios. Por eso siempre era muy generoso: en los colegios a los que llevaba a sus hijos pagaba anónimamente la matrícula de varios niños y niñas que no podían costearse sus estudios», cuenta Pablo. Después regresó a Algorta, a la que había sido su casa de veraneo. Allí falleció tras una larga enfermedad, pero rodeado de sus doce hijos y casi 20 nietos. Se quedan con lo bueno, porque gana. Con el recuerdo de un hombre que era una «gran persona» antes que cualquier otra cosa, «muy trabajador. Cuando se jubiló no se quedó en casa. Trabajó en el Banco de Alimentos, en cooperativas sociales y diferentes ONG, hasta el último día. Siempre decía que prefería que le mandaran», cuenta.
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