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laura caorsi
Lunes, 4 de abril 2016, 02:25
«Hay que decirle sí a la vida, a sentirse bien, a desconectar, a disfrutar del cuerpo, a la alegría. Es importante compartir experiencias con los demás, conocer a otras personas, reír mucho. ¿Qué sentido tiene estar vivos, si no?». La reflexión pertenece al cubano ... Juan Carlos Cano, un bailarín profesional y director artístico de espectáculos musicales que llegó al País Vasco en 1999 y que desde entonces se gana la vida dando clases de baile. Su academia, Getxo Salsa, «es la primera academia de danza cubana de todo Euskadi», cuenta orgulloso, aunque para él es mucho más todavía. «Casi te diría que es una especie de club social, una gran familia».
«Realmente, lo siento así -continúa- porque cuando atraviesas esta puerta, es como si entraras en Cuba. Y aquí pasan cosas muy bonitas. Hay personas de todas las edades, jóvenes y mayores, y de distintas clases sociales, pero eso no es un problema, al contrario. La gente se mezcla y las diferencias se esfuman. A lo largo de estos dieciséis años, unos alumnos siguen y otros lo dejan, unos llegan y otros se van, pero todos vuelven. Eso es muy gratificante. El otro día me enteré de que soy el extranjero con más tiempo de permanencia ininterrumpida con un negocio abierto en Getxo. Puede parecer una tontería, pero para mí es algo muy importante». Y lo es, sobre todo, si se consideran los inicios.
La llegada de Juan Carlos a Euskadi fue impulsiva y atípica. Llevaba tiempo fuera de Cuba y estaba viviendo en Madrid cuando conoció a un matrimonio mixto, una pareja vascocubana, que residía en Bizkaia. «Entablamos amistad y un día me invitaron a pasar un fin de semana con ellos en su casa», recuerda. Lo siguiente fue un flechazo, al mejor estilo de Cupido. «Cuando entré al País Vasco y vi el verdor, la vegetación, las montañas y el mar, me enamoré. Yo soy isleño, siempre había vivido cerca del mar, y Madrid me resultaba demasiado seco, demasiado árido. El aire de Euskadi era limpio y fresco. Me encantó».
Tal fue su impresión que, después de ese fin de semana, mientras volvía a Madrid, solo pensaba en mudarse. Y lo hizo tres días después. «Al miércoles siguiente contraté un camión de mudanzas, metí allí todas mis cosas, cogí mi coche y me vine conduciendo hasta aquí, con el camión detrás». Confiesa que lo único que le importaba era encontrar un sitio que estuviera cerca del mar, donde pudiera disfrutar de la naturaleza. Así fue como llegó a Barrika. «Me dijeron que tenía costa y fui. Estacioné frente a una inmobiliaria y pregunté por un piso para alquilar. La chica se sorprendió al ver el camión con los muebles. Me preguntó si me habían echado de mi casa», recuerda con humor.
Los primeros pasos
Juan Carlos no conocía nada de la zona, excepto lo que había visto el fin de semana anterior. Tampoco sabía cómo sería su vida a partir de ese momento. Lo único que tenía claro era que había tomado la decisión correcta. «Hay momentos en los que te preguntas qué estás haciendo con tu vida, qué cosas están mal, cómo te gustaría que fueran. A mí me sucedió ese año. Decidí empezar por compartir lo que sabía: bailar. Fui hasta un bar que estaba junto al Ayuntamiento de Sopela, me presenté y le dije al dueño que quería dar clases de baile allí. El hombre se quedó un poco descolocado, pero aceptó. Hice unos cuantos cartelitos a mano, los escribí con un boli y los repartí. El primer día tenía veinte personas esperando».
Comenzó dando clases en distintos lugares, hasta que creó la clientela suficiente como para abrir algo por su cuenta. De esa manera nació Getxo Salsa, un proyecto al que Juan Carlos le dedica todos los días de su vida. «Lo que empezó como un modo de supervivencia, acabó transformándose en mi proyecto vital. Trabajo todos los días, doy entre siete y nueve clases diarias, y también he incorporado la expresión corporal como una terapia de salud y bienestar. No soy médico, pero prestarle atención al cuerpo es muy importante para sentirse bien. Mente sana, cuerpo sano», recuerda.
«La verdad, soy muy feliz en el País Vasco. Mis alumnos son como mi familia y lo que hago me da tanta vida que solo puedo estar agradecido. Aquí tengo libertad para crear y he conocido a mucha gente majísima. Además, los vascos son geniales cuando bailan, tienen tremenda soltura. Es estos años hemos hecho varias caravanas salseras a otras comunidades. Hemos ido a Salamanca, a Medina de Pomar, a Madrid... Ahí nos pusimos a bailar en la Puerta del Sol y la gente nos echaba monedas», cuenta divertido. «También solemos viajar en grupo a Cuba, cada dos años, para conocer el país, su cultura y su música. Un día fuimos al cabaret Parisien y hubo una competición de baile. ¡Había que ver a mis alumnos allí! Cuando llegaron los vascos a bailar al Parisien, el resto tuvo que recogerse».
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