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Ainhoa De las Heras
Lunes, 18 de enero 2016, 02:04
Las hermanas Bilbao, Carmen, la mayor, de 89 años, y Pilar, de 85, ambas solteras, vivían en plena naturaleza. En un caserío solitario y coqueto en el barrio Elejabieta del pequeño municipio de Artea, en el valle de Arratia, en la Bizkaia más verde, donde ... entonces residían unas 600 personas, la mitad en casas unifamiliares separadas entre sí unos 100 metros de media. Un día, el 3 de mayo de 2001, hace ya casi quince años, unos intrusos rompieron su pacífica existencia. Mataron a Carmen a golpes y dejaron malherida a Pilar, a la que metieron un atizador en la boca para evitar que gritara pidiendo auxilio.
El suceso conmocionó a la sociedad vasca y el estremecedor testimonio de la única superviviente heló la sangre a los asistentes al juicio por este caso, que se celebró dos años después, en septiembre de 2003 en la Audiencia vizcaína. «Me rompieron los dientes con un hierro», explicó la mujer, que vestida de luto riguroso, aún temía que aquellos «hombres con barba negra» regresaran. «¿Y si vuelven y me matan?», se preguntaba la pobre mujer en el estrado.
Según contó, los ladridos de su perro pastor Terranova 'Montes' les alertaron de que alguien se acercaba al caserón. Acostumbraban a echar una siesta después de comer. Eran las cinco de la tarde. Las dos salieron a la puerta cuando dos desconocidos les preguntaron si tenían chatarra. Cuando Pilar se dio la vuelta para intentar indicarles dónde podían encontrar lo que buscaban, comenzaron a pegarlas con saña.
Carmen cayó y se golpeó en la cabeza. La mujer murió al día siguiente en el hospital de Galdakao, donde ingresó en estado de profundo e irreversible coma. Pilar sufrió la fractura de varias costillas y múltiples hematomas y se recuperó tras pasar un mes en la cama. Las secuelas psicológicas perduraron. Dos de los tres ladrones arrastraron el cuerpo de Carmen al interior de la cocina y mientras uno atemorizaba a la otra anciana, el otro revolvía la planta superior de la vivienda en busca del dinero que sospechaban que las hermanas podían guardar. Se llevaron varios miles de pesetas de las de entonces, que se repartieron entre los tres, aunque no les duraría mucho tiempo. Antes de huir en un Opel Kadett de color rojo que a la postre les delataría, arrancaron la línea telefónica para impedir que las mujeres pudieran pedir auxilio.
«Hacernos unos chalés»
Unos días después del brutal suceso, la Ertzaintza arrestó en el barrio de Txurdinaga y en Bilbao la Vieja a dos de los sospechosos. Se trataba de Mohamed K., de 31 años y origen magrebí, y José Manuel G.E., de 28 años y etnia gitana. El coche había aparecido mal aparcado en una calle de Bilbao, lleno de huellas dactilares que cotejaron con las de los autores del salvaje asalto. Meses después, en octubre, fue detenido el tercer implicado, Rafael E., de 24 años, también gitano, cuando regresó a su casa del barrio de San Francisco. Había huido de Bizkaia cuando arrestaron a sus cómplices. Los tres eran toxicómanos y tenían antecedentes penales por robos violentos.
José Manuel admitió los hechos ante la Policía y el juez de instrucción porque había tenido un papel secundario en el crimen. Había aguardado al volante del coche para propiciar la huida y había avisado a sus compinches de que se acercaba alguien. Según declaró, aquel día habían salido a «hacernos unos chalés». Sin embargo, durante la vista oral cambio la versión y exculpó a los otros dos acusados asegurando que quienes le acompañaban eran otros individuos con los que «solía drogarme en las Cortes», a los que no identificó. Se enfrentaban a una petición fiscal de 60 años de prisión por los delitos de allanamiento de morada, homicidio, robo y lesiones.
Finalmente, los dos principales acusados fueron condenados a trece años de prisión cada uno por el crimen y el asalto al caserío, mientras que José Manuel se enfrentó a tres años de cárcel como coautor de un robo con violencia y allanamiento. Se les aplicó la agravante de reincidencia, aunque quedó compensada con la atenuante de drogadicción.
En 2005, el Tribunal Supremo rebajó a cuatro años la pena a cada uno de los dos condenados por el homicidio al entender que cometieron una imprudencia grave, pero que no había quedado acreditado que el golpe fuerte propinado a la hermana mayor y que le tiró al suelo, provocara directamente su muerte.
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