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Pablo Martínez Zarracina
Lunes, 6 de abril 2015, 00:44
El otro día se presentó la candidatura de Juan Mari Aburto a la alcaldía de Bilbao. El acto se celebró en el Arenal y tuvo en él mucho protagonismo el cuaderno rojo del candidato. Se trata de una libreta en la que al parecer Aburto ... anota ideas propias y sugerencias ajenas. La importancia del cuadernito es máxima. En el acto del Arenal, el candidato les regaló uno igual a quienes le acompañan en la lista. No hay ocasión electoral en la que no salga a relucir "el famoso cuaderno rojo". Así lo llama Aburto en Facebook. "He tenido que aprender a escribir de pie, lloviendo y con frío", confiesa en su muro. Tranquiliza saber que el probable próximo alcalde de Bilbao puede escribir de pie sin mayor problema.
Dos cosas me llaman la atención sobre el cuaderno rojo. Una es la repetición. En las últimas autonómicas fue Urkullu quien hizo campaña presumiendo de cuadernos. En su caso eran muchos y de anillas. Sintetizaban el rigor del candidato. En un acto en el Campos, Urkullu se refirió también a su "famoso cuaderno". Y fueron muchos los que le alabaron la costumbre de anotarlo todo en él. En Sabin Etxea le tienen mucha confianza a los cuadernos.
Es la segunda cosa que me llama la atención. La identificación que parece hacerse entre una libreta y la sensatez. Lo digo porque mi experiencia al respecto es la contraria. Yo vivo rodeado de cuadernos y habría que estar loco para confiarme cualquier clase de responsabilidad política. Cualquier clase de responsabilidad, si me apuran. Abro una de mis libretas. Y veo un dibujo. Es mío, aunque parece de un expresionista alemán bastante borracho.
En el dibujo, unos escaladores aproximadamente mutantes (tienen muchos brazos y fuman mientras ascienden) tratan de llegar a la cima de lo que parece ser un sombrero mexicano gigante que ha surgido, por lo que se ve, en medio del Himalaya. Alguien dispara a los escaladores desde un helicóptero. De un modo difícilmente explicable, el lugar que suele ocupar el sol en nuestro mundo ha sido tomado por una versión del Enrique VIII de Holbein que estuviese transformándose en un lagarto con txapela.
Lo curioso es que ahora cierro ese mismo cuaderno, lo sostengo para la foto y transmito la sensación de que soy un tipo con la cabeza bien amueblada. Lo que custodio en mi libreta parece de pronto importante: un montón de notas certeras, varios comienzos de artículos memorables, una colección de citas extraídas de las lecturas más exigentes.
Esa es otra, las citas. Busco un poco, tampoco mucho, en las libretas que me rodean. Veamos. "Llamé a todos mis criados para que me contemplaran" (Pepys). "¡Y ahí están todos esos hermanos! ¡Ese puto zoo de hermanos!" (Martin Amis). "Un diálogo consigo mismo y un monólogo con los demás" (Arroyo-Stephens). "¡Mantecón! ¡Refúteme a Kant!" (Buñuel). "Además de fundar Sidney, consiguió una notable gesta: en 1814, murió al caer de una silla de ruedas desde una ventana" (Bill Bryson). "Primer guardia civil: les han reducido el tricornio" (Max Aub). "¡No me diga que no conoce a Dovlátov! Escribe como Turguénev. Mejor incluso" (Dovlátov).
Eso por no hablar de las notas más bien sueltas. Presentan aún más trascendencia. "A Stendhal los domingos se le hacían insufribles". "Ribeyro detesta a Camba". "A Belmonte le pone su tío, un profesor de inglés. El niño no aprende inglés, pero el inglés aprende a torear". "Dice Peter OToole que las irlandesas tienen una figura estupenda porque se pasan el día sacando a sus maridos a pulso de las tabernas". "Se cree que Wittgenstein solo se rió una vez: cuando a Jünger se le rajaron los pantalones en un picnic". "El chófer de Hitler se llamaba Schreck, espantajo".
Ahora multipliquen por cien, mejor por mil, este caudal de información descabellada. Y añádanle sin falta los dibujitos, también esos que se hacen mientras se habla por teléfono, los que consiguen sintetizar de un modo arriesgadísimo la vanguardia onírica y la epilepsia. El resultado es aproximadamente lo que tiene uno anotado en sus cuadernos, en sus decenas de cuadernos coloristas y multiformes. Vistos en conjunto, presentan un aspecto imponente. Dicen mucho y bueno de mí, con una sola condición. Que permanezcan cerrados.
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