iratxe gómez bringas
Domingo, 1 de junio 2014, 01:46
Para quienes viven fuera de su país en plena era tecnológica no existen fronteras. Que se lo pregunten si no a Inés Sojo, para quien todo era más complicado hace 29 años. No había tantas frecuencias de vuelos ni líneas low cost. Y las conversaciones ... con los familiares eran mucho más reducidas. Ahora incluso se puede hablar con una madre a kilómetros de distancia mirándola a los ojos a través del ordenador. La nostalgia se hace más llevadera. Algo que sabe bien Sojo, que decidió hace tres décadas seguir a su amor, un suizo que conoció en sus vacaciones de Laredo y que trastocó su destino. «Me pilló en la época de la reconversión industrial y había mucho paro, una situación muy similar a la de ahora. Mi pareja, en cambio, tenía un trabajo fijo como ingeniero, así que para continuar la relación me fui yo para Suiza», echa la vista atrás.
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Fue un pequeño golpe para su familia, ya que se fue la mayor de seis hermanos. Pero en el foro interno de esta vasca siempre estuvo la curiosidad de probar suerte en el extranjero. El primer año le costó, pero al paso del tiempo se ha dado cuenta que la cultura suiza «es muy similar a la vasca». Al igual que en Euskadi, el carácter de la gente es más cerrado y distante, pero cuando ha logrado entrar en su círculo le han abierto los brazos.
Se mudó a Lausana y tuvo suerte al tener una base digna de francés. Así que una vez allí, buscó otra vía a su formación previa. «Estudié Administrativo y no me gustaba nada. Siempre he querido un trabajo de contacto con la gente». Así que se formó como animadora y trabajó un tiempo en un psiquiátrico y más adelante con niños, siempre en la misma línea. No tuvo problemas en encontrar trabajo porque «cuando llegué no existía el paro y en la actualidad es muy bajo. Tenemos la suerte de que se puede cambiar de trabajo».
Su trayectoria laboral llegó a su auge con el Plan Bolonia, que llevó a introducir una asignatura obligatoria en la Facultad de Medicina, a través de la cual los alumnos aprenden a tratar a los pacientes. «Trabajo en este área desde hace unos nueve años y yo hago de actriz en esta unidad pedagógica a través de juegos de rol». Este programa se introdujo al detectar que los pacientes se curan mejor o con mayor rapidez cuando reciben un buen trato de su médico. Los alumnos tienen esta asignatura desde segundo año y si no la aprueban no pueden ejercer. «Montamos hospitales de campaña con gente en camas y con los síntomas reales. Los alumnos hacen el personaje de médico y la dificultad del tratamiento crece en función del curso». Lo más vital que se enseña es a escuchar y empatizar con el paciente y nunca a juzgarlo.
El sistema sanitario suizo es de gran calidad, pero tiene «un problema», que es privado. «Lo pagamos del sueldo. Y las autoridades te obligan a contratar un seguro. Eso sí, si no puedes pagarlo, te ayudan. Pero la verdad que resulta muy caro». Teniendo en cuenta que el 80% de la población es de clase media y que la cultura suiza apuesta por el alquiler de la vivienda, esto obliga a hacer frente a altos gastos fijos al mes. Se compensa con los sueldos porque «en Suiza por menos de 3.700 euros es complicado vivir».
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A estas leyes se llega a través de una democracia abierta. Cualquier ciudadano puede lanzar una iniciativa siempre que cuente con el respaldo mínimo de 100.000 firmas. «Aquí estamos todo el día votando. Y muchas veces se aprueban leyes un poco abusivas al primar muchas veces más la emoción y no analizar al máximo los detalles». Esta democracia conlleva a participar en acciones de verdadero peso y en otras que no afectan a la mayoría de la población. Además, esta democracia abierta ha generado un efecto adverso, ya que los jóvenes suizos están desmotivados. «No valoran su derecho al voto. La participación es muy baja, dicen estar cansados de estar votando a cada rato. Es una pena la verdad. Cuando vine aquí me pareció genial poder participar en todo».
La juventud en Suiza no es muy distinta a la española. A la baja participación con sus votos, se suma la ampliación de edad para dejar la casa de sus padres. «Debe ser una ola europea, no sólo en España». Y eso que en el país suizo es más fácil acceder al primer trabajo. Les piden experiencia como a los españoles, pero a los tres o cuatro meses ya cuentan con una oportunidad laboral. Hay cosas que no cambian a pesar de la distancia. Y volviendo al parecido razonable que Sojo hace de la cultura vasca y suiza, allí también existen los txokos bajo otro nombre y se disfruta cantando, o haciendo actividades al aire libre, como el senderismo o la bicicleta.
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Lo que prima en Suiza es la agenda cultural. Se apuesta mucho por las actividades relacionadas con el arte, el teatro, el ballet, la ópera... «Como en invierno no se puede salir a la calle facilitan que la gente pueda acceder a la cultura. La compañía de ballet de Lausana es muy valorada y hay un vasco entre los bailarines, Iker Murillo, a quien conocí el otro día». Se puede ir al ballet o a la ópera por poco dinero si acudes, por ejemplo, al ensayo general. Y en relación de precios, la actividad cultural más cara es el cine. Una entrada cuesta 17 euros.
Pero no son los cines lo que más echa de menos esta vasca. Al margen de su añoranza a su familia y amigos, tiene un recuerdo constante hacia los paisajes y el mar. «En mi corazón sigo viviendo allí. Pero plantearme la vuelta es difícil». Eso sí, no olvida nunca sus raíces y hace poco organizó un concierto con dos corales vascas que causaron furor entre los suizos.
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