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Virginia Urieta
Lunes, 19 de mayo 2014, 00:49
Entre 3.000 participantes repartidos en 260 grupos cada uno, obviamente, de su madre y de su padre, lo normal es que hubiera variedad. La III Carrera Familiar de EL CORREO no pudo hacer mejor marca, con una mañana casi veraniega de esas que tanto ... echaban de menos los bilbaínos algunos ni se lo creían, a otros les parecieron demasiados los 22 grados que marcaba el mercurio pasadas las once de la mañana y esa marea roja de solidaridad que desbordó la ría, desde la explanada del Guggenheim y hasta el Museo Marítimo, en una prueba en la que sólo importaba llegar unidos. «Juntos y enteros. Con terminar nos vale», decía Nuria, bilbaína. La suerte es que había margen: el recorrido, igual que en ediciones anteriores, rondaba el kilómetro y medio, aunque se podían dar hasta cinco vueltas y alcanzar así los nueve kilómetros. Eso estaba reservado para los valientes.
Fueron ocho, dos familias con sus tres generaciones y un amigo que se sumó al clan. La peque, Eneritz, de 7 años, esperaba junto a su aita, Isidro, de 51. Es el tercer año que participan. «Hay que predicar con el ejemplo, sacar a los abuelos para que no se acartonen», bromeaba Isidro. Menos mal que se tomó con humor eso de que le confundieran con el aitona. Ayer estaba prohibido. «No sé si llegaré, igual me da un achaque», bromeaba.
Tampoco estaba permitido tratar a nadie de usted. Celia de 66 años, ama de Aitor y Aroa, y amama de Ane, de 11 es lo primero que dijo. Y resulta que fue la que mejor aguantó la carrera. «Con algún kilito de más, pero estoy en buena forma». Su nuera matizaba: «Pensábamos que no iba a aguantar, y mírala. No ha parado». La excusa para salir a correr era perfecta: los 3.768 euros que recaudó la prueba cada grupo pagó seis euros de inscripción fue destinada a la Fundación Stop Sanfilippo, con el objetivo de colaborar en la investigación para la enfermedad. «Si además de hacer deporte lo hacemos por una buena causa, mejor que mejor», decían.
Los que mejor lo llevaban iban sobre las sillitas, pequeños ataviados con sus gafas de sol y el gorrito para evitar insolaciones. Bebés en brazos o en carritos motorizados y de lo más modernos, parejas de la mano, amigos, amigas, perros con la camiseta roja y la lengua fuera y hasta exparejas. Ayer era el día de la unión, de la familia. Del deporte y de la fuerza.
Aris, de 9 años, se tumbaba en el suelo mientras trataba de acompasar su respiración. Sólo de vez en cuando abría los ojos y asomaba la cabeza, una vez reclinada, para comprobar que todo seguía en orden. Su hermana Uxue, de 14, llegó también rendida, pero nada mejor que refugiarse a la sombra con algo de beber y un bocadillo después de haber echado el resto. La que mejor estaba era, sin duda, Eneritz, de 3 años, que atravesó la meta sobre su sillita y ofrecía por tanto un estado físico envidiable, muy superior al resto, sin que se le moviera la gorra. «No ha sido duro», confesaba su aita, Asier. Carolina, ama de Aris y Uxue, opinaba lo mismo. Separados «pero arrejuntados», la expareja y las tres niñas fueron juntos, como familia bien avenida. «Hacen falta más actos como éste», valoran.
«Y usted, ¿no estira?»
Los que pasaban la primera vuelta, apenas 15 minutos después de empezar según ritmos, llegaban bastante enteros. Tanto que muchos se animaron a continuar y a las doce y media algunos todavía seguían corriendo. Y usted, ¿no estira? «Ahora, ahora decía Antonio mientras apuraba unas galletas. Primero hay que reponer fuerzas». Aseguraba el vecino de Santurtzi que no corre «nunca», pero se siente en forma. «Ha sido divertido». Le acompañaban su hija, la suegra de su hija y la nieta de la suegra. Un poco lioso, pero ahí estaban todos. «Nos encanta participar. Siempre nos apuntamos a los eventos populares indicaba Leire, su hija. Y si es algo solidario, mejor. Seguro que el año que viene repetimos, aunque habrá que prepararse para aguantar alguna vuelta más».
Parecía que a Jonathan podía haberle pasado de todo menos que le diera un tirón. Ha hecho kárate, judo, baloncesto... Acudió con su pareja, Tere, tía de Lucía y hermana de su madre, Inés. «Su padre iba a venir pero se ha puesto malo, hemos tenido una baja», señalaba la familia, de Barakaldo. Los que pasaron por la meta recibieron su avituallamiento, y pudieron reponerse en la explanada del Guggenheim con la actuación del Mago Oliver, un sorteo de bicis y hasta hinchables, con actividades para los más pequeños.
«¿Sol? Sí, pero mejor así, y no como el año pasado, que tuvimos que ponernos el chubasquero», valoraba Susana, vecina de Durango. «Sólo hemos dado una vuelta confesaba Ainhoa, su hija de seis años, mientras se bebía el zumo. Hemos llegado cansadas». Decía su ama que hace bastante deporte, pero que no le va nada correr. «Los mayores lo hemos llevado algo mejor», revelaba. Descansaban después de la carrera con unos amigos con los que se encontraron. Txelo, su amiga y vecina de Ermua, lo tenía claro: «Hay que fomentar el deporte, que la gente lo vea desde otro punto de vista: se puede practicar con los niños, con los aitas, y no sólo como competición, también para pasar un día divertido».
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