Los 20.000 kilómetros de una víctima de abusos
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Una vizcaína que sufrió pederastia eclesial recorre España durmiendo en su coche para hablar con más afectadosHace más de un año que Leonor García durmió por primera vez en 'la suite'. Así llama a su Renault Clio, adaptado para colocar un colchón en la parte trasera. Decenas de noches después, y tras recorrer España de punta a punta, está en plena ... edición del documental 'Hermana Leonor. 20.000 kilómetros de confesión'. Pese al protagonismo de su coche, el lugar en el que pasaba las noches cuando se echaba a la carretera, no se trata de una 'road movie'. Los cuatro capítulos de este trabajo narran las vivencias de una docena de personas que, como esta vizcaína, sufrieron abusos sexuales en su infancia en el ámbito de la Iglesia.
Su historia, o un pequeño resumen de ella, empieza en 1978 en el sanatorio infantil de Santa Marina, en Bilbao. García, que firma el trabajo como Leonor Paqué, tenía entonces 8 años y sufría tuberculosis. La ingresaron en ese centro, especializado en la atención a menores con esta enfermedad. Salió de allí, algo más de medio año después, con una herida difícil de curar. Ese daño se lo había infligido «el padre Martín», el cura que cada domingo se desplazaba hasta las instalaciones a dar misa. «Nos acariciaba en los genitales cuando estábamos en la cama», recuerda. Pero lo que Leonor García quiere contar, hecha esta introducción, es el ahora.
Y el ahora comienza en diciembre de 2021, cuando se encuentra por primera vez, en un plató de televisión, con Emiliano Álvarez, víctima de abusos en el Seminario de La Bañeza (León) y uno de los pioneros en España a la hora de denunciar la pederastia eclesial. Su naturalidad la marcó. «Nos hablamos como si nos conociéramos de toda la vida, con un cariño tremendo, y le dije 'voy a ir a verte», rememora.
La escritora, natural de Erandio pero residente en Madrid, tenía ganas de «saber más» sobre quién era en ese momento Emiliano el adulto, no el niño violentado varias décadas atrás. «A veces las víctimas hablamos de lo que nos pasó cuando teníamos 10 años, pero no de quiénes somos ahora, qué hacemos, dónde vivimos...», relata.
En ese afán de conocer, pensó en viajar a León, y también a más lugares en los que poder escuchar. «La economía no siempre da para ir de hoteles, así que mi hermano Diego me adaptó el coche para que pudiera dormir en él», explica. En ese momento, todavía no había ningún proyecto audiovisual en su cabeza, pero su hijo la animó a que se grabara en el viaje y le ofreció una cámara. García volvió a reclutar a su hermano, con el que tiene una productora, y que es quien la acompaña en sus desplazamientos para grabar.
Quedaron con Emiliano, que falleció el pasado año, y este les llevó hasta a Lucias. Por ellos, conocieron a Mariví. Y así, con la ayuda de otras víctimas que «habían estado tan solas» como ella, acabaron visitando a trece afectados o familiares, siete varones y seis mujeres, cuyas entrevistas forman parte del documental. «Hemos ido a Ciudad Real, a Tarragona, a Barcelona, a Albacete, a Andalucía...», detalla. Siempre acompañada por 'Tinta', su perrita, y por Diego, «que no cabía en el coche y dormía en tienda de campaña».
La experiencia ha supuesto «un seísmo personal», reconoce Leonor, aunque de esa clase de terremotos que te «reconcilian con la vida». «Cuando visitábamos a alguien, nos sentíamos como si fuéramos familia; aunque algunos fueran humildes, nos ponían en la mesa lo mejor que tenían», se emociona. «La única víctima que conozco que ha recibido una indemnización me hizo un Bizum para que pueda terminar el proyecto», agradece.
Como periodista sabe que «a veces vas a un sitio con tensión, preocupada de no ofender», pero en este largo año se ha dado cuenta de que, más que hablar, más que preguntar, lo que ha hecho es «compartir vivencias». Se trata de historias, algunas «muy duras», como la de una mujer que «duerme con un bate de béisbol al lado de la cama porque nunca ha podido perder el miedo», En este momento, buscan una plataforma en la que lanzar el documental. Pero tiene claro que, de no encontrar interesados, «no nos lo vamos a quedar guardado en un cajón, porque merece la pena escuchar a las víctimas».
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