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«La gente te paga hasta con el reloj». Sheila Basto, del bar del hogar del jubilado de Gatika, tuvo hace dos años que claudicar y poner datáfono en el establecimiento, que también hace las veces de ultramarinos con productos de primera necesidad. El efectivo ... no siempre está asegurado en esta localidad, la de mayor tamaño de Bizkaia que no dispone de un cajero -no digamos ya una sucursal bancaria- para que sus 1.623 habitantes puedan retirar dinero. El Instituto Valenciano de Investigaciones Económicas publicó en 2022, a petición de las patronales del sector, un análisis sobre la exclusión financiera en España, con datos de 2021. Desde entonces, y pese al acuerdo alcanzado hace ya más de dos años por el Gobierno central y los representantes de la banca, que se comprometieron a garantizar la inclusión a través de cajeros, oficinas móviles y otras fórmulas, las mismas 26 localidades del territorio que entonces no disponían de un punto de retirada de dinero siguen igual. Así, 14.000 personas deben desplazarse una media de cuatro kilómetros para acceder a estos servicios.
En un momento en el que es posible llevar la tarjeta de crédito en el móvil, en el que se puede saldar cuentas por Bizum y en el que incluso hay quienes pagan en dinero electrónico, la ausencia de este servicio puede parecer poca cosa. Pero no debe olvidarse que, según el último estudio del Banco de España (BdE) sobre los hábitos de pago, de finales del pasado año, seis de cada diez ciudadanos consideran las monedas y billetes su método de abono preferente. «Estoy acostumbrado a pagar con dinero y quiero seguir pagando con dinero», asegura Gotzon Arrieta, que vive a caballo entre Gatika, donde la oficina cerró hace dos décadas, y Ea, donde tampoco hay presencia de ninguna entidad financiera desde 2020. Junto con su amigo Manu, que se encuentra en la misma situación, comenta que «nos han prometido que se va a poner», pero no es fácil.
El consistorio de EA, que multiplica su población en verano, ha sacado en más de una ocasión a concurso una lonja municipal para instalar un cajero. La licitación siempre queda desierta, y vecinos y veraneantes continúan excluidos a nivel financiero. «A los bancos se les llena la boca con la obra social, pero imponen unos criterios abusivos en los que los ayuntamientos tienen que pagar primero, segundo y postre mientras ellos se tumban a echar la siesta», afean los amigos.
La realidad, reconocen en los pueblos afectados, es que a todo se acostumbra uno. Y a todo se adapta. Al panadero que reparte a domicilio, se le paga al mes; los negocios cobran un vino con el datáfono... Pero hay quienes se niegan a usar una tarjeta. «Yo no tengo, sacamos dinero en Mungia cuando bajamos a hacer algún recado», afirma Miguel Ángel mientras toma un café con Javier, René y Carlos en el bar Eleiz-Ondo de Meñaka.
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Enumeran también otros servicios perdidos -«la farmacia cerró hace cuatro o cinco años»-, ganados -«el médico antes venía dos veces a la semana y desde el año pasado, a diario»- y escasos -«el bizkaibus pasa dos veces al día»-. «Dependemos mucho de internet, el que tiene o el que se maneja. Antes en el banco te ponían un gestor para ti y ahora llamas a un teléfono que igual te cogen de Madrid», prosigue este grupo, al que no le importa tanto el cajero como disponer de atención personalizada y, a poder ser, presencial.
El Banco de España constató en otro análisis hace algo más de un año que los municipios rurales demandan oficinas bancarias, no soluciones alternativas como puedan ser puntos de retirada de efectivo en tiendas o en oficinas de Correos. Y, en ese sentido, la población desatendida en Bizkaia aumenta hasta las 39.762 personas, las más de 14.000 que viven en localidades sin cajero y otras 15.000 que sí disponen de ese servicio, pero no de un espacio en el que realizar trámites.
«¡Si están quitando en Mungia, cómo van a poner aquí!», lanzan las hermanas Rosa María y Nekane Astorquiza en la taberna-restaurante Mikel Bengoa de la misma localidad. Y razón no les falta. La reestructuración bancaria, que también incluyó recortes en horarios de atención, se ha llevado por delante desde 2008 más de 550 oficinas en Bizkaia (no hay datos del número de cajeros desaparecidos).
Desde la pandemia, otro momento clave en esto de los cierres, las sucursales que han bajado la persiana han aumentado. Según los datos del BdE, al comenzar el 2020 había en el territorio 625 distribuidas por 65 municipios, mientras que a mediados del pasado año, último dato disponible, 481 en el mismo número de localidades, lo que pone de relieve que las clausuras se produjeron en lugares en los que había más presencia bancaria.
Y eso, lo de la falta de variedad, es algo que destacan Arantza Mendizabal y Aitor Allika en Meñaka. «Si no es de tu banco, da igual que haya cajero, porque te tienes que ir a otro sitio o pagar la comisión», puntualizan. Hay quienes tiran de tarjeta «en las grandes superficies», como Arantza Etxebarria y Daniel Fernández, de Gatika, pero que, en los negocios pequeños, «siempre» pagan «con dinero». Además distinguen, como muchos otros, entre mayores y jóvenes. Los primeros «siguen con el efectivo», constatan en los comercios locales, que apuntan a que los chavales «salen de casa con la cartera vacía» porque se han acostumbrado a otros métodos de pago.
Aunque eso no siempre es lo más seguro. «El Banco de España dijo que había que tener en efectivo tres sueldos en casa», expone Jaione Muruaga mientras da cuenta de un pincho de tortilla en Meñaka. Y recuerda la caída generalizada de los sistemas de bancos, aeropuertos, instituciones, hospitales... que se dio el pasado julio por un error en la actualización de un servicio de antivirus. «Es que pasan cosas así y no puedes ni sacar», prosigue. Dejando a un lado ese viernes negro para los sistemas informáticos, los fallos puntuales son más o menos habituales. «A veces dan problemas los datáfonos y hay gente que no tiene dinero en efectivo para pagar», reconoce Kepa Arrizabalaga, de la taberna Alboka de Gatika.
- ¿Y qué hace entonces?
- No voy a dejar a un currela sin desayunar, así que confío en que vuelvan a pagar otro día.
Y eso, la palabra, sí que es más fiable que la tecnología. «Nunca» se ha encontrado con que, en una situación así, no regresen a saldar la deuda.
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