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Si el mar estuviera cerca del polígono industrial Aurrera, se escucharía el oleaje durante muchas horas al día. Lejos de lo que puede parecer por la propia naturaleza del lugar, en este día de primavera, fresco, soleado, lumínico, apenas hay a media mañana un puñado ... de murmullos en el aire, alguna voz aislada y un ronroneo intermitente de motores. Y eso va contra toda lógica en un vasto territorio laboral donde, según algunas encuestas, casi 13.000 personas trabajan detrás de las puertas de un millar largo de naves; desde talleres mecánicos a compañías de transporte, carpinterías o firmas de rotulación.
Encajonados en la vega que delimitan Barakaldo, Trapagaran, Zierbena y Sestao, recintos empresariales como Aparcabisa, Aurrera, Elguero o Ibarzaharra componen lo que oficialmente se denomina un área de actividad económica. En Euskadi emplean a más de 270.000 personas. Así lo apuntaba el Eustat en 2016, en uno de los estudios más exhaustivos en esta materia, aunque es difícil concretar el número exacto de personal debido a la propia movilidad laboral en las empresas. El parque de la Margen Izquierda y Zona Minera es uno de los más potentes.
Explica Ramón Martínez, comercial de 52 años, que en realidad esta vega en aparente letargo se despierta varias veces al día y ruge. «Tan pronto está tranquila como se llena de camiones, coches y furgonetas de reparto y se monta el lío. Eso sí, a los diez minutos igual ya no ves a nadie. Todo son pymes: pocos empleados por empresa, la gente está en sus naves, algunas funcionan por turnos o unas horas al día. Pero aunque veas poco movimiento, la actividad es completa. Casi todas están ocupadas».
He aquí la confirmación: «Nos hicieron un parking debajo de la autopista, pero aun así, la gente que entra pronto, a las 7.45 horas, tiene que estar ya a las 7 para lograr aparcar», informa Javier Jiménez Maestre, baracaldés de 47 años que lleva 14 en Aurrera al frente de la carpintería metálica Aluvalle S.L.U..
El baremo es ese. El coche. Cuando uno visita un polígono urbano en el siglo XXI lo menos en lo que debe pensar es en Altos Hornos de Bizkaia. Ni en la Babcock. Aquello es un pasado monumental. Un titán extinguido. La actividad no se determina aquí por el número de pares de botas que pisan las calles cuando suena la sirena. La medida está en la cosecha de vehículos. «No es lo mismo un polígono en Burgos, donde hay terreno, que en Bizkaia. Aquí son bastante desastrosos, estrechos y sin aparcamientos para los trabajadores y vehículos de empresa, que han ido aumentando con los años», dice Maestre, a unos metros de las hileras de automóviles que invaden los arcenes.
Ahora, el Gobierno vasco y el EVE ejecutan un plan valorado en 4,6 millones de euros para renovar este tipo de recintos y aumentar su atractivo ante la reactivación económica. «¿Ventajas? Sí, muchas. En los polígonos todo está centralizado y las empresas nos apoyamos unas a otras. Incluso nos hacemos publicidad mutua o derivamos clientes. Son apropiados para los pequeños negocios porque nos sirven para agruparnos y defendernos», precisa Maestre.
Los parques empresariales surgieron de un agujero negro. De la orfandad del hierro fundido que dejó AHV al cerrar y del mismo camino que siguieron otros tantos colosos de la industria pesada, un sector que hasta avanzados los años 70 se consideraba equiparable al mismísimo reino de Asgard. Inquebrantable. Pero naufragó y surgieron iniciativas como Industrialdeak -solo entre Ortuella, Abanto, Muskiz, Balmaseda, Güeñes, Erandio y Portugalete, los parques de la sociedad pública Sprilur ocupan casi medio millón de metros cuadrados, con más de 3.600 empleos- y otras destinadas a facilitar suelo asequible y un nuevo concepto modular y urbanístico: empresas más pequeñas, con mayor especialización y el sentido Ikea del 'hazlo tú mismo'.
El autónomo es el soberano absoluto del polígono. Aquí manda y aquí sufre. Profesionales que, como Maestre, arriesgaron el dinero del paro para ser poligoneros. De los auténticos. Los que empapan cada euro de sudor. «Desde 2006 hemos creado nueve puestos de trabajo. Estoy orgulloso. En estas calles hay más autónomos y trabajadores que en una gran empresa con capital mixto público-privado. Pero a nosotros nadie nos da nada para afrontar los gastos: alquiler de pabellón, coches de servicio, seguros para todo, maquinaria, cursos de formación...».
Hace casi cuatro décadas, dejar la ciudad y marcharse a la vega de Barakaldo y Trapagaran era como la familia Prescott subiéndose a a la carreta para conquistar California. Alex Etxebarria es un pionero. Trabajó en Ortuella y en Bilbao. Y luego se llevó su negocio de motocicletas a Aurrera. «Y estoy mucho mejor. Me instalé aquí hace 24 años y los amigos me preguntaban: '¿Pero, de verdad te vas a ir allí?'. Al principio pensé que estaba un poco aislado, pero luego me di cuenta de las ventajas y de que la gente hoy se mueve de otra manera. No molesto a nadie, no tengo problemas de OTA y dispongo de espacio».
Eso sí, su local está enclaustrado entre dos clubes de alterne que abrieron sus puertas mientras él seguía reparando motores. Pocos polígonos habrá en España tan completos. «A algunos les pareció que podría ser conflictivo -recuerda Alex-. Pero en absoluto. Abren cuando nosotros cerramos y ni siquiera nos encontramos con sus clientes». ¿Y es seguro un polígono? «Sí, aquí hay personal de seguridad y nos conocemos todos», apostilla.
«Con los vecinos tenemos muy buen rollo», coincide Jessica Gordillo, de 36 años, empleada en una firma multiservicio de reparaciones. Vive en Cruces y viene en coche porque «no hay buena conexión de autobús. Es más fácil quedarse a comer aquí para no perder tiempo en el camino». Jessica y su compañera Sofía se sienten a gusto en este polígono «donde cada vez trabajan más mujeres», aunque la primera echa de menos «la ciudad. Aquí no disponemos de servicios y estás bastante limitada si necesitas hacer unas compras». La federación española del parques industriales reivindicó ya hace ocho años lo mismo que ahora pide Jessica: la conveniencia de dotarlos de equipamientos como supermercados, escuelas infantiles u oficinas postales.
Lo que sí hay es un puñado de bares y restaurantes. Tampoco muchos. Pero son los boxes de la Fórmula Menú. Listos para ofrecer cientos de comidas a mediodía y miles de pintxos desde el amanecer. Ana Diego fue jefa de cocina en el Euskal Sena y ahora dirige los fogones del restaurante de Aparcabisa. «A las doce el menú tiene que estar planificado. Los clientes valoran sobre todo que el servicio sea rápido para que ellos luego dispongan de su tiempo. Al principio lo llevaba mal. Estaba acostumbrada a sacar los platos con comodidad. Aquí hay que darlo al momento», dice esta vecina de Santutxu. E Iñaki Elezcano lo confirma. «¡Te pido un codillo y un hígado muy hecho!», exclama el jefe de sala irrumpiendo como un huracán vestido con camisa de algodón impoluta en la cocina. Una máquina. Antes despachaba 5.000 cafés diarios en la cafetería del hospital de Galdakao. «Aquí, al ser un lugar de trabajo, de transporte, no se viene sólo a por el café; también a por el pintxo. Y luego hay que acertar con las comidas: los camioneros ahora cuidan bastante la alimentación», revela este hombre que define su labor como una mezcla de «ciencia y arte. A Chicote le enseñamos nosotros».
116.000 personas trabajaban en los polígonos de Bizkaia en 2016, según la última referencia del Eustat, sobre todo en industria, servicios y comercios.
Saturación «Se aprovechó tanto el terreno para construir y sacar rentabilidad -dice el comercial Luis Alfonso Garay, con una nave en Aurrera-, que está todo saturado: pabellones pequeños y no hay viales ni playas de descarga».
6 son los modelos de parque empresarial repartidos por Bizkaia: industrial, logístico, comercial, científico, de servicios y mixto.
La era digital «El cliente se ha acostumbrado a ir a los polígonos, aunque el negocio hoy funciona vía Internet y e-mail. Aun así, el trato personal sigue siendo fundamental. Hay que abrir las puertas», dice el dueño de Aluvalle.
Generación 'tupper' «Desde la crisis se nota la influencia del 'tupper'. Los antiguos obreros venían al menú, pero eso ya es historia. Los jóvenes y mileuristas se lo traen de casa», explica César Rivas, del asador Ibarbide.
Compañerismo «Nos echamos una mano y mantenemos una relación laboral. Bastantes talleres del polígono Aurrera son clientes nuestros», dice Roberto García, 27 años en Aparcabisa dedicado a la logística del transporte.
Un autobús nunca duerme. Sobre todo, en la Margen Izquierda, que es como Las Vegas en versión laboral, un lugar de sueño corto. Dos enormes naves llaman la atención junto a una de las entradas de Aparcabisa. En su interior radica la base de operaciones de una de las cinco empresas concesionarias de Bizkaibus. Se ocupa de los 102 vehículos que mantienen vivo el latido del transporte interurbano en esta comarca y la Zona Minera. 88.000 kilómetros al año, 17 horas de carretera diarias. Desde los conductores hasta los mecánicos, 500 personas trabajan en estos dos pabellones, que comparten el parque con empresas logísticas donde se alinean enormes tráilers.
Aquí todo es grande. Llegas con un utilitario y pareces el llavero del polígono. «A veces la convivencia entre tanto vehículo es complicada», dice un trabajador. Y en un plazo relativamente corto, a escasa distancia abrirá Amazon. «No creo que nos afecte a las compañías de transporte ya instaladas. Ellos van por su cuenta y nosotros por la nuestra».
Averías «pequeñas»
Los mecánicos son profesionales bregados que limpian y repostan todos los autobuses cada madrugada, pero que pueden desempeñar labores de coloso, como levantar de forma rutinaria sobre gatos unidades articuladas de 16 toneladas de peso y 18 metros de longitud. «La mayoría de averías son pequeñas, de tipo electrónico, como con cualquier coche. Los autobuses se renuevan bastante», señala un empleado. «A veces solo afloran las quejas, pero nadie valora lo que hay detrás -matiza el gerente de las instalaciones, Sergio Ruiz-, un trabajo constante de gestión y mantenimiento que consiguen que la calidad y la capacidad de respuesta sean muy altas».
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