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Dice Branislav Prelevic que «no hay mayor honor» para un jugador que ver colgada su camiseta del techo de un pabellón. «Es un reconocimiento integral ... por toda una vida dedicada al club. No hay nada más grande», comenta la leyenda del PAOK en una conversación telefónica con EL CORREO. Su número 7 fue elevado a los cielos en abril de 2023, cuando la entidad de Salónica canonizó a su santo. No lo hizo antes porque él no quiso, empeñado en retrasar lo inevitable, hasta que accedió a las peticiones del presidente, Athanasios Hatzopoulos. «Es una emoción especial e incomparable con cualquier éxito como jugador», apunta el mito del conjunto griego, la figura más importante de su historia y el único hombre cuyo apellido está suspendido en las alturas del PAOK Sports Arena.
Es imposible entender al PAOK sin Prelevic. Formado como profesional en el Estrella Roja, donde jugó dos temporadas, el serbio fichó por el club de Salónica en 1988. Junto con Nikos Stavropoulos, John Korfas y Panagiotis Fasoulas, el 'killer' belgradense integraba la columna vertebral de un equipo que soñaba con derrocar al Aris de Galis y Giannakis. No tardó nada en ganarse a la afición con su baloncesto, carácter y liderazgo, que con el paso del tiempo le convirtieron en el jugador más admirado y respetado de la entidad helena. Y eso que en sus filas militaron Zoran Savic, Rasa Nesterovic, Pedja Stojakovic, Cliff Levingston, Efthimios Rentzias y los exhombres de negro Kostas Vasileiadis y Fred Weis, entre otros, pero la figura de Prelevic eclipsa a todos. En sus nueve campañas como blanquinegro, el francotirador balcánico ganó una Copa Korac, una Copa Saporta, una liga y una Copa griegas.
Lo ha sido todo en el PAOK: jugador, entrenador, director general y presidente. «Solo me ha faltado ser utillero», dice divertido. Y tampoco le hubiese importado, siempre al servicio del club de su vida. «Dejé el cargo presidencial –estuvo entre 2011 y 2019– porque entendí que ya era suficiente. El PAOK forma parte de mí ser, conforma mi semana, y no hay día en que no piense en el equipo, pero como aficionado», acota. Está feliz con el doble enfrentamiento con el Bilbao Basket. «Es el regreso a los viejos y buenos tiempos», dice en referencia a la época dorada de la entidad en la que él brillaba con luz propia. «Llevamos años, décadas, sin estar en una final europea. Hemos vuelto. Es una suerte que no sea una F4 sino a doble partido y con vuelta en Salónica».
Aun así, con el choque de vuelta en casa, Prelevic evita hablar de favoritos. «No existen en una final», comenta desde su casa en Salónica, donde dice sentir la «fiebre» de la parte blanquinegra de la ciudad por la posibilidad de hacerse con su tercer título continental. El PAOK, un histórico de las canchas griegas y europeas, lleva casi tres décadas sin consignar un trofeo internacional en sus vitrinas. «Noto esa energía positiva que envuelve este tipo de partidos», subraya el serbio, quien recuerda que las entradas volaron en «cuestión de minutos». Pero no quiere lanzar las campanas al vuelo. «El PAOK y el Bilbao Basket están muy igualados. Decidirán los detalles en un enfrentamiento de 80 minutos. No me atrevo con un pronóstico».
Prelevic tiene bien estudiados los resultados del Surne, sobre todo a raíz de su milagrosa remontada ante el Dijon. «Un equipo que es capaz de ganar de casi 30 a su rival en un cuarto, en toda una semifinal europea, transmite que tiene mucha calidad. ¿Un parcial de 28-2 en los últimos cinco minutos? Increíble». Concede una importancia relativa al hecho de que el segundo partido se jugará en Salónica. «No creo que sea determinante salvo que esté todo igualado, separado por muy pocos puntos. Entonces el público hará su trabajo. En este caso –remarca–, tal vez sea una pequeña ventaja». En realidad es grande, y si no, que se lo pregunten al Dijon o al Legia. Para el Bilbao Basket no hay nada imposible en Miribilla, y tampoco para el PAOK en uno de los pabellones más calientes de Europa, donde acaba de aplastar al AEK (94-69).
Tan caliente que el serbio advierte: «No creo que el Bilbao Basket haya jugado en un ambiente así. Será una experiencia bonita para todos ellos». Los hombres de negro son conscientes de que pelearán por el título en una jaula hecha de ruido, colorido, calor y presión. «Es un fanatismo educado», matiza Prelevic, quien añade que no habrá ningún problema en la final. «La gente puede sentirse segura». Hoy empieza la final de los 80 minutos y conviene viajar a Grecia con una buena renta, donde tocará competir en un infierno bajo la camiseta con el número 7. Es de una leyenda que estará allí, en las gradas, como un aficionado más.
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