![Emir Sulejmanovic y su padre, Nedzad, en la cancha de basket de Miribilla, barrio en el que viven.](https://s1.ppllstatics.com/elcorreo/www/multimedia/2023/03/28/sulej-kOqG-U1901013116475UCD-758x531@El%20Correo.jpg)
![Emir Sulejmanovic y su padre, Nedzad, en la cancha de basket de Miribilla, barrio en el que viven.](https://s1.ppllstatics.com/elcorreo/www/multimedia/2023/03/28/sulej-kOqG-U1901013116475UCD-758x531@El%20Correo.jpg)
Secciones
Servicios
Destacamos
Edición
Emir Sulejmanovic empezó con el fútbol con cinco-seis años. «Me gustaba porque mi padre había sido jugador y mi hermano mayor también lo practicaba». Lo hizo en Finlandia, su país de adopción, en el que se refugió con su familia para escapar de una ... Bosnia en llamas. Vino al mundo en julio de 1995, en pleno genocidio de Srebrenica -EL CORREO publicó su historia en septiembre de 2019-, recibido por una guerra que había arrasado ciudades y vidas. Él, un bebé, salvó la suya después de nacer en un bosque, con una madre entregada a sus dos hijos que se pasó tiempo sin saber nada de su marido, Nedzad, recluido en un campo de concentración. Vahdeta murió cuando Emir tenía cinco años. En una cancha de baloncesto de Miribilla, al lado del frontón y a unos metros del Bilbao Arena, el ala-pívot del Surne y su padre hablan del pasado, de lo que pudo ser y no fue y de una feliz historia de superación vertebrada por el baloncesto.
Así que Sulejmanovic quiso ser futbolista. De hecho, lo compaginó con el baloncesto durante tres temporadas. «Tenía 12-13 entrenamientos a la semana, cada uno en una punta diferente de la ciudad. Hubo que tomar una decisión», rememora el padre de 'Sule', apodo que corea Miribilla. «Empecé como delantero, luego el entrenador me retrasó al centro del campo y finalmente me puso en defensa. No me importaba defender porque me gusta el contacto, pero ya no era tan divertido», añade el internacional bosnio, quien se decantó por los aros y las canastas. «Sentía más el basket. Tomé una buena decisión, que me ha traído hasta aquí». El hermano de Emir estuvo en las categorías inferiores del TPS Turku, uno de los mejores equipos de fútbol de Finlandia. Una lesión le impidió seguir. Practicó también karate, natación y boxeo, una familia consagrada al deporte.
Emir y Nedzad cruzan recuerdos bajo el cielo de Bilbao. Los dos son protagonistas de una misma historia. El jugador no se entiende sin el padre, fundamental en el desarrollo de un chaval que se hizo profesional con 16 años. Tras superar el drama de la guerra, del campo de concentración y el nacimiento en un bosque, la vida les golpeó con la muerte de Vahdeta, esposa y madre. «Te quedas solo en una ciudad en la que no tienes a nadie. Fue difícil. Luego comprendí que solo yo podía garantizar una buena infancia a mis hijos», comenta Nedzad. Emir le escucha con la mirada clavada al suelo. «Mi madre sigue conmigo. Siempre. Hago todo lo mejor que puedo para que ella esté orgullosa de mí». El silencio cubre la confesión. Dura poco.
A sus 27 años, Sulejmanovic ha vivido en seis países diferentes -Bosnia, Finlandia, Eslovenia, Croacia, Italia y España- y jugado en nueve equipos distintos -Ura, Olimpija, Barcelona, Orlandina, Cibona, Fuenlabrada, Breogán, Tenerife y Bilbao Basket-. Lo ha hecho siempre junto a su padre, una sombra que cobija su figura. «Me ha acompañado en toda mi carrera deportiva. Tengo a alguien con quien hablar, no estar solo nunca. Mi hermano también ha sido un gran apoyo. Les estoy eternamente agradecido. Hay días en los que quieres dejarlo todo, te preguntas si vales o no, pero luego recuerdas por qué has empezado y de dónde vienes. Mi madre es una gran motivación». Su ausencia llena el presente de los Sulejmanovic.
Nedzad interviene para retroceder más de una década y explicar cómo arrancó un viaje en común que sigue vigente. El Olimpija Ljubljana esloveno llamó a Emir. Tenía 16 años. «No quiso ir solo y le acompañé. Pasó la prueba, pero le dijeron que debía quedarse a vivir allí en la residencia. Mi otro hijo ya trabajaba en Finlandia -lleva ocho años al ala-pívot- y preguntamos si podíamos quedarnos en un piso». Les dijeron que no. Hicieron las maletas y se iban al aeropuerto, pero en el último momento les trajeron de vuelta gracias a la intervención del director deportivo del club. A los dos. Desde entonces recorren Europa juntos, celebran las victorias y lloran las derrotas en familia. Se tienen uno al otro. «Ha merecido la pena. Luchar, vivir... Estoy orgulloso de él. Para mí, es el mejor deportista del mundo». Emir ladea la cabeza y sonríe. Complicidad.
El guerrero del Bilbao Basket saborea el baloncesto. «Es una manera de vivir. Lo disfruto mucho. Es una bendición competir en la ACB». En su tiempo libre, visita otras ciudades, pasea, lee. «Me gustan los libros de autoayuda e historias de superación. Veo lo que han hecho los demás y si puedo aplicarlo en momentos difíciles». Ha habido unos cuantos -descenso a la LEB, malas rachas, derrotas- y también felices: «Ganar la Champions, subir con el Breogán a la ACB, cuando me enteré de que me quería el Barça...». Es fan de la comida bosnia -«me encantan cevapi (rollitos de carne) y baklava (pastel)»-, aunque se reconoce seducido por la «chuleta». Toma «agua y té».
- ¿Cuando juega mal se lo dice?
- Nedzad: Depende de su ánimo. A ver cómo llega a casa.
Sonríen los dos.
¿Ya eres suscriptor/a? Inicia sesión
Publicidad
Publicidad
Te puede interesar
Publicidad
Publicidad
Noticias recomendadas
Esta funcionalidad es exclusiva para suscriptores.
Reporta un error en esta noticia
Comentar es una ventaja exclusiva para suscriptores
¿Ya eres suscriptor?
Inicia sesiónNecesitas ser suscriptor para poder votar.