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Goran Huskic esboza una leve sonrisa cuando se le pregunta por el año de su nacimiento, 1992. Mala época para andar por un lugar de Europa en el que él vino al mundo, Serbia, un país desgajado de Yugoslavia que olía a pólvora y recibía ... ecos de los bombardeos vecinos. El pívot del RETAbet, un hombre tranquilo dentro y fuera de la cancha que nació en el «caos», apelativo que usa para referirse a aquellos tiempos, no conoció la guerra: se la contaron. Tiene raíces en Bosnia -su abuelo paterno es de allí y aún cuenta con familia en Sarajevo- y supo de sus horrores. Este belgradense de 28 años, que será padre en abril, pasó por situaciones complicadas en la década de los noventa, maldita para varias generaciones, pero salió adelante. Lleva tres meses en Bilbao empujando para sacar al equipo del pozo. «Solo necesitamos una o dos victorias para que todo cambie», dice en una conversación mantenida en Miribilla, donde habló de un pasado difícil superado con éxito y de un futuro esperanzador.
El serbio cogió un balón de baloncesto a los ocho años y no lo ha vuelto a soltar. Coqueteó con el voleibol -«nada serio, solo fueron dos meses»-, pero decidió colgarse del aro. Dos décadas después, sigue suspendido en las alturas. «La culpa es de mi tío, que también era jugador de basket. Crecí viéndole en las canchas. Era bueno, pero las lesiones y un accidente acabaron con su carrera», rebobina Huskic, quien se contagió del deporte de la canasta y continúa enganchado como el primer día. Fuera de las pistas le gusta la historia, estudiar los porqués del pasado, y considera que los Balcanes son un polvorín. «Tengo la sensación de que si las fuerzas de fuera nos tiran el hueso morderíamos otra vez», lamenta, aunque espera que las armas jamás vuelvan a sustituir a la palabra.
Habla con naturalidad de los «terribles noventa» y de lo que le contaron sus familiares bosnios. Su padre, ingeniero mecánico, trabajaba en una central térmica de Obrenovac, ciudad situada a 30 kilómetros de Belgrado. «Todo aquello era un caos. Mi viejo conducía un Zastava 1 -coche de fabricación yugoslava- y hubo épocas en las que el sueldo llegaba con cinco meses de retraso». Un día le pidió un helado y se quedó con la ganas. «No puedo», le dijo. Cuando por fin llegaba la nómina, había que comprar rápido porque la inflación era brutal y el dinero valía menos cada hora que pasaba. «Luego se normalizó todo», explica Huskic, orgulloso de su familia y de que su vida por fin entró en una fase de normalidad. Luego le contaron la guerra que pasaron los suyos en Bosnia.
Mirza, hermano de su padre, les hablaba de cómo se las ingeniaban para sobrevivir. «Un día nos contó que echaban tierra en una de las habitaciones para cultivar las patatas y comer. Fue algo terrible para todos». Afortunadamente, solo conoció los horrores de la guerra en boca de los mayores, aunque en 1999 le tocó vivir el bombardeo de la OTAN sobre Serbia. Tenía siete años y recuerda todos los detalles de una campaña militar -llevada a cabo por la Alianza como respuesta a las acciones serbias en Kosovo- que duró 78 días y dejó entre 1.200 y 5.700 civiles muertos, con más de 9.000 toneladas de bombas arrojadas desde el aire. «Nos llevaron al pueblo», comenta Huskic. «Allí no había objetivos y nos pasábamos los días jugando, encantados de no tener colegio. Veíamos pasar aviones y escuchábamos explosiones». Los noventa agonizaban y con ellos el sufrimiento de todos los pueblos de la ex Yugoslavia, constituidos en pequeños países que tratan de encontrar su camino. Huskic tenía claro el suyo: baloncesto.
Después de una experiencia de un año en Estados Unidos, que le gustó poco, el pívot llegó a España. Sus agentes en el país, Igor Crespo y Richi González, en contacto con Nikola Loncar, le trajeron para verle. Gustó. Fichó por el Gipuzkoa Basket. Estuvo dos años en San Sebastián con Sito Alonso -todavía recuerda las duras sesiones individuales con el 'coach'-, luego marchó al Huesca y finalmente firmó con el Burgos. Hace tres meses, se cruzó en su camino el Bilbao Basket, donde juega como cedido. «Poco a poco vuelvo a ser yo», explica el serbio, quien ha tenido que lidiar con una complicada lesión de tobillo y luego con la covid. El virus le dejó vacío, sin energía, pero empieza a reconocer al tipo que ve en el espejo. Cómodo en la piel de «poste bajo», tras muchas temporadas como cuatro, solo piensa en sacar al RETAbet del pozo.
Sostiene que el Bilbao Basket necesita encadenar un par de «buenos resultados» para soltar el peso que le mantiene clavado en el fondo de la tabla. «Hay equipo, hay calidad», asegura. «Estamos bien. Ahora trabajamos por fin todos juntos. Debemos ajustarnos y conocernos. Sé que es febrero, pero nos han pasado muchas cosas. Tenemos que conjuntarnos y encontrar la química. En los tres próximos partidos -GBC, Betis y Estudiantes- se decide la temporada». Amante de las artes marciales mixtas, de la UFC, «antes de Conor McGregor» y ahora fan de «Khabib Nurmagomedov», Huskic piensa pelear hasta el final y seguir de pie. Lo hizo su familia en los noventa, lo quiere hacer él con el Bilbao Basket.
En 2012, el Baskonia llamó a las puertas de Goran Huskic. «Quisieron ficharme y luego dejarme jugar en el filial. Pero tardaban, no acababan de firmarme y como estaba sin equipo me fui a Estados Unidos». Recaló en el Howard College, donde vivió una experiencia dura. «Estaba en una pequeña localidad de Texas, en medio de ninguna parte, y lo pasé mal. Fue mi primera vez fuera de casa y el ambiente era complicado», recuerda el pívot del RETAbet. Subraya que el Howard College tenía un buen equipo de baloncesto, «con jugadores de gran nivel», pero con problemas. «Caían en las pruebas de dopaje por fumar, eran conflictivos.. Querían machacar por encima de mí, pegaban, me escupían», rememora una etapa difícil que dejó rápido atrás.
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