En el Buesa Arena el baloncesto no solo se ve, también se siente. Y para muestra, el Baskonia-Real Madrid de este martes. Si el templo azulgrana acostumbra a ser una olla a presión, la cita le llevó a la ebullición. Y en varias ocasiones. ... Como el mate de Moneke para poner el 66-64 en el marcador. Los pasos de Tavares, celebrados prácticamente como una anotación propia. O el triple de Howard a falta de 15 segundos que desató la locura en las gradas y abrió el camino a una victoria de máxima tensión.
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El partido es la base sobre la que se cimienta la gran fiesta que revoluciona siempre las gradas. ¿O al revés? Da igual, uno solo debe preocuparse de disfrutar. Una atmósfera avivada por los aleros. Por un lado, el grupo Indar. Y desde el otro extremo tira del equipo la fanfarre Biotzatarrak, la batuta de este espectáculo coral al que acompañó EL CORREO. Sus trompetas, saxofones, bombos... son lo más parecido a un desfibrilador. Cuando el equipo estaba seis puntos abajo, entonaron el «a por ellos» como acicate. La conquista se recordará durante mucho tiempo. Hoy aún retumbarán sus ecos.
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La responsabilidad de romper el hielo de los encuentros recae siempre en Aker. Con el pabellón en pie, provocó ese palmeo que poco a poco va acelerando el ritmo hasta estallar. Toda una declaración de intenciones. Luego ya es turno de la txaranga que, apresurada, tomó posición antes de que el balón volase sobre el parqué. «Venimos directos del trabajo. Yo soy profesor de pádel, pero hay ingenieros, comerciales... Pero nunca fallamos», confesó Txema Ruiz, uno de los cinco 'culpables' de la creación, hace 40 años, de la animación que ayer latió con veinte almas.
Un ataque coral
Al igual que Pablo Laso y Cabarrot alentaron a Howard en su camino al banquillo cuando cometió la tercera falta, ellos se encargan de avivar la llama. Incluso con ese 53-59 abajo. «No entendemos un partido del Baskonia sin tocar. Queremos que la gente se divierta y tirar del equipo cuando lo necesite», comentó Andoni Duque, antes de indicar el comienzo del siguiente tema. Trabajan al compás de cada ataque. Imagínense lo que supone eso en un partido de baloncesto. Son inagotables.
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A vista de pájaro, bajo el vomitorio número 11, fueron marcando el ritmo del camino victorioso. Sufrieron, y de lo lindo. «¡Pues claro, somos baskonistas de pro!», comentaron, tratando de disimular el nerviosismo propio del momento. Qué mérito conseguir no desafinar cuando el partido entró en el último minuto con todo por decidir. Pero ya habían conseguido dar forma a esa atmósfera que rayaba el techo. Último ataque y de pronto se apagan las luces. Los móviles del pabellón entraron en acción. La estampa era mágica. Y también el mejor resumen del partido: un triunfo brillante.
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