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Por mucho que todos considerásemos el partido de ayer como una 'final' anticipada para seguir viviendo esta Liga en rostro de Copa alguien debería de haber suministrado biodraminas con el fin de llevar a buen puerto el viaje marítimo. Porque no hay manera de concluir ... una travesía tan accidentada sin echar la pota por la borda después de semejantes vaivenes entre las mareas altas y las bajas. Superioridad inicial malagueña, rehabilitación baskonista en un segundo cuarto de trayectorias inversamente proporcionales -plena crecida azulgrana y descenso andaluz-, reverso tras el descanso y el delgado alambre sobre el que camina el funambulista con una vara horizontal como única ayuda encima del abismo hasta un final eterno. Una sobremesa de alteraciones vasculares, electrocardiogramas enloquecidos y la casi certeza de que el perdedor vería las semifinales de este torneo de partidas rápidas a través del televisor.
Uno de estos duelos al sol en los que los (contra)cronistas imaginamos varias historias distintas que el transcurso del tiempo va tumbando con el efecto derribador del dominó. Según parecía natural se preparaba uno a ensalzar las virtudes vitorianas, encarnadas en la solidez de lo que el baloncesto moderno define como 'segunda unidad', cuando a la vuelta del descanso resulta que el conjunto de Dusko Ivanovic se deja la consciencia en el vestuario. Y ese presunto crucero de placer a lomos de un buque tan estable, once puntos arriba en veinte minutos, se convierte en una barca a merced del oleaje. El que agitó con sus remos nocivos -para la causa alavesa, naturalmente- el listo del pelo rojo. No hablo del loco genial de Van Gogh, sí del exterior Alberto Díaz que lideraba al grupo de Luis Casimiro. De apellido, Palomo, aunque sólo él lo escriba cuando rellene documentos oficiales. Supongo.
Vuelvo sobre mis pasos para no darlos por perdidos. Hace años, lustros más propiamente expresados, se distinguían bien los titulares de los suplentes, pero con el incremento de la intensidad, el termostato físico elevado a la temperatura de ebullición y las consiguientes rotaciones, el argot de la pelota anaranjada acuña términos compuestos como esa 'segunda unidad' a la que aludía en el párrafo anterior. Y a fe de notario que la del Baskonia respondió en el duelo calenturiento de la verdad. Sobre todo a partir de la actuación, y no la reduzco sólo al último tiro libre con el suspense propio de un 'thriller', de Polonara. Déjenme cambiar de género y, sin colgarme medallas al cuello que en modo alguno me corresponden, comentarles en voz queda lo que dije en casa con tono más alto una hora antes del desenlace. Que Achille protagonizaría el 'espagueti western' de la victoria. Ahí está mi primogénito para confirmarlo.
Sí. Aparte del valor de Henry como vértice defensivo que roba o incomoda (y hasta sus dos triples tan inusuales como básicos) cabe destacar la labor de los otros dos bases, empezando por el sentido común que Granger le procura el juego. Siguiendo por Dragic. Y rematando a través del 'combo' reserva interior que componen el italiano y Diop. En una tarde gris marengo de Shengelia, Polonara se alzó como el delegado de la clase que representa a los que ocupan los pupitres de atrás en el aula. Y así debe de verlo también el mismísimo mariscal, que ensalzó el trabajo de nuestro particular Morricone.
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