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Bajo los adoquines no había arena de playa, pero bajo la arena de la playa podría esconderse una medalla olímpica. Es la que busca el exbaskonista Chase Budinger. El californiano se ha pasado al volley playa para cumplir su sueño de participar en ... unos Juegos. Hace unas semanas que el californiano oficializó su inscripción en el circuito profesional.
Budinger forma pareja con su paisano Sean Rosenthal, que apodado Superman por lo alto que es capaz de saltar para rematar la jugada, es uno de los mejores jugadores del mundo. Él ya ha disputado dos olimpíadas con el bañador azul, rojo y blanco -Pekín y Londres- y ahora, acompañado por el exNBA, que llega aún más arriba para machacar la pelota, aspira a regresar a la élite. Tokio'20 quizá les quede muy cerca -el baloncestista tiene que reencontrar sensaciones en la red-, pero París'24 parece un objetivo asequible.
La verdad es que Budinger no es un paracaidista en esto del voleibol. En el colegio, en La Costa Canyon High, competía en las dos disciplinas. Era alero en el equipo de baloncesto y rematador en el de voley. Solo al pasar a la universidad tuvo que decantarse por uno de los dos deportes. Y no fue una elección sencilla. En su último año de 'high school' en 2006 (diez antes de venir a Vitoria) fue declarado el mejor jugador de voleibol de Estados Unidos y el mejor jugador de baloncesto de California. Quizá el MVP en el McDonald's All American Game -una especie de All Star escolar de gran prestigio- acabó por convencer al rubio de Encinitas, que pasó de la red para colgarse de la canasta. Y eso que el MVP tuvo que compartirlo con un tal Kevin Durant, que también debía apuntar maneras.
No le fue mal entre los aros. Tres notables cursos con los Wildcats de Arizona, siete temporadas en la NBA, una impresionante capacidad de salto... Solo la lesión en su rodilla le alejó de una franquicia. Intentó redimirse y regresar con su estancia en Vitoria, pero en la capital alavesa vio que aquello se había terminado. «Nunca me hice a estar fuera de casa», declaró en algunas ocasiones. «No volvería a jugar a baloncesto en Europa». Y este invierno, sin equipo, recibió una llamada de Rosenthal, al que conocía desde años atrás. Ya solo le queda rematar la jugada.
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