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Jon Aroca
Viernes, 8 de junio 2018, 18:32
En junio de 2011 el baloncesto español empezó a cambiar. El Real Madrid llevaba cuatro años sin ganar la Liga y el recuerdo de lo que era la triunfar en Copa y Euroliga quedaba cada vez más difuminado en el pasado. La Final Four disputada ... ese año, y en cuyas semifinales cayeron con estrépito, no servía para saciar las ganas de triunfo. Un club históricamente ganador como el blanco se había acostumbrado a ver como otros se llevaban la gloria. Pero ese 21 de junio de 2011 el Real Madrid iba a comenzar a cambiar su historia, que como un dominó también alteraría la del baloncesto nacional. Pablo Laso era el nuevo entrenador del Real Madrid.
El tiempo suele tener la costumbre de poner las cosas en su lugar. Y siete años después Pablo Laso ocupa un puesto privilegiado en el olimpo de los entrenadores europeos. Sus cifras lé avalan. Desde ese 2011 ha disputado todas las finales de la Liga ACB. Todas, 7 de 7. La última, la de este año, a la que han llegado después de doblegar por la vía rápida a Tenerife y Gran Canaria. Pero no son sólo los títulos, baremo evidente en el deporte profesional, sino las sensaciones. El Real Madrid es un equipo que juega bien. Y, sobre todo, es un equipo ganador.
La historia de Laso en el Real Madrid es una historia de tesón, casi de cabezonería, y de confianza en sus planteamientos. Pese a las dudas sobre plantilla y cuerpo técnico su etapa empezó bien, pues en su primer año se llevó la Copa por primera vez en casi veinte años y volvieron a competir la Liga hasta el final. Sólo el Barcelona, superior por entonces, pudo frenar a los blancos. Esa Liga sí que la ganaron al año siguiente, pero no consiguieron quitarse la espina de la Euroliga. Llegaron al partido definitivo de la Final Four. Se fueron al final del primer cuarto 17 arriba, pero el Olympiacos remontó y dejó a los blancos con un pésimo sabor de boca. Al año siguiente esa sensación de amargor persistió, y volvieron a quedarse a las puertas de ganar. El Madrid crecía, pero había quien lo veía como un gigante con pies de barro. «No juegan mal, pero necesitan un entrenador mejor», murmuraban muchos.
Pero, cuando más dudas volvía a haber, Laso rompía otra vez los esquemas de propios y extraños. En la temporada 2014-2015 el Real Madrid se llevó los cuatro títulos en juego. Todos. La Supercopa sólo fue el prólogo. En Liga sentenció al Barça por la vía rápida para ganar su segundo título en tres años. En Copa volvieron a superar a los culés. La guinda llegó en Europa. Olympiacos empezó ganando en la Final Four, pero un recital de los blancos les aupó a la cumbre de baloncesto europeo. El Real Madrid volvía a colocarse en las quinielas para todos los títulos, y lo hacía de la mano de un entrenador alejado del perfil de estrella, que dejaba a su paso un reguero de conversos a su doctrina.
Llegados a este punto, la complejidad no estaba ya en ganar, sino en seguir siendo los mejores. Un paralelismo que es fácil de trazar con la sección de fútbol de la entidad blanca, acostumbrada también a saborear las mieles del éxito. Era la 2015-2016, y el Real Madrid volvió a vencer. Es cierto que esta vez en la Euroliga se quedaron en el camino, pero Liga y Copa volvieron a llevar su sello. Era su segunda ACB seguida y la cuarta Copa en cinco años. En las competiciones nacionales se han reivindicado como absolutos dominadores. El año pasado sólo el sorprendente Valencia de Pedro Martínez les impidió reeditar el doblete. La Copa, eso sí, volvió a llevar el sello blanco.
Esta temporada volverán a jugar la final de la ACB por séptimo año consecutivo. Con Laso en el banquillo, los blancos han jugado 21 de 29 finales posibles. Además, se han reafirmado en el viejo tópico de que «no se juegan finales, se ganan». Lo han demostrado alzándose con la décima Euroliga de su historia. El entrenador vitoriano capitanea un equipo ganador que ha crecido a su lado. Llull, un jugador algo alocado hace unos años, se ha transformado en uno de los mejores en su puesto del continente. Rudy -que termina contrato pero que aún no ha cerrado su renovación- está jugando al baloncesto como no lo hacía hace tiempo. Y Felipe Reyes, a sus 38 años, se ha convertido en el jugador con más partidos en la historia de la ACB jugando como si tuviera una década menos. Todos tienen un denominador común: un entrenador que con trabajo y esfuerzo ha disipado a base de títulos las sempiternas dudas que había sobre él. Laso es profeta en la tierra blanca.
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