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Una acrobacia aérea en plena boca del lobo y un corte oportuno para aprovechar el despiste fatídico del defensor. Fernando San Emeterio corona al Baskonia ... con un 2+1 triunfal en un Buesa Arena abarrotado un 16 de junio de 2010 que deja tumbado al Barcelona en el tercer partido de la serie final. Una década después, Luca Vildoza reabre la sala de trofeos con una canasta que rompe el silencio de la Fonteta, una final a cara o cruz, disputada bajo la reclusión impuesta por el coronavirus. De nuevo, cae el Barça, tan poderoso y favorito como en su versión de diez años antes. Derrotado por un Baskonia que ejerce de nuevo de campeón imprevisto. El azote de los grandes.
Dos jugadas que quedan para la posteridad, grabadas en el imaginario baskonista. Las dos tienen su intrahistoria y sus interpretaciones. ¿Pudo entrar por la izquierda en vez de por la derecha San Emeterio? ¿Qué factor fue clave para solucionar el nudo de jugada que coronó a Vildoza? Entrenador ayudante durante 17 temporadas en el Baskonia, David Gil (Vitoria, 1976) vivió en primera línea estos dos lances históricos, sobre los que pone ahora la lupa para EL CORREO. La pizarra y lo entrenado cuentan, pero también las decisiones personales de cada protagonista en un juego de aciertos y errores como es el baloncesto.
David Gil recapitula la acción más cercana en el tiempo. Lo vivido hace casi un mes en la Fonteta todavía tensa el nervio. El técnico vitoriano aclara, en primer lugar, las circunsntancias de ese tiempo muerto a diez segundos del final, después de que Oriola igualara el duelo con dos lanzamientos libres (67-67). La posesión de ataque es baskonista, pero en el momento de la vuelta a la cancha se anula el cambio que devolvía a Janning a la acción. «Esa tensión del momento hace que se nos olvidara a todos que ese cambio no se podía producir», reconoce Gil. Los recovecos del reglamento obligan a que Polonara entre de nuevo en sustitución del escolta de Watertown. ¿Todo queda entonces en manos de la improvisación? En absoluto, tal y como explica el entrenador alavés. «El sistema de saque que habíamos marcado lo habíamos utilizado bastante, sobre todo en la fase final». El dibujo teórico preveía a Henry como encargado de poner el balón en juego con un pase a Shengelia y posterior mano a mano al base, que buscaría romper por el centro para luego calibrar opciones, ya fuera de pase o asalto personal a canasta.
Como ocurre en tantas ocasiones, alguien rompe el guion. Se trata del georgiano, que apuesta por la jugada individual, no encuentra una grieta en la defensa blaugrana y termina por ceder la bola a Polonara. «Todo el mundo se va a una esquina, como en un partido de minibasket, y la jugada se vuelve loca», narra David Gil. El ala-pívot italiano amaga con un triple mientras el reloj aprieta hacia una posible prórroga. En el lado débil, quedan Vildoza y Kuric, protagonistas del prodigio. «El fallo de Kuric es algo increíble. Ceder una puerta atrás y perder la Liga por eso es tremendo», reconoce el técnico vitoriano. En pleno caos, el pase de Polonara al base argentino «tiene mucha complicación porque el primero apenas tiene visión». Aquí, entra el factor acústico. «El grito de Luca es tan potente que capta de inmediato la atención de su compañero. Si hubiera habido público en la Fonteta es muy posible que no se hubiera escuchado», explica el vitoriano.
El resto es historia baskonista, una imagen icónica que incluir a la archivada diez años atrás, que también vivió el asistente azulgrana desde el banquillo que dirigía Dusko Ivanovic. «En la jugada de Luca teníamos cierto control de la situación, fue una improvisación reglada. La de Fernando es puro 'uno contra uno'». El entrenador vitoriano reconoce que, a pesar del paso del tiempo, «los que vivimos aquella final la tenemos muy presente». San Emeterio se convierte en firmante del tercer título liguero en la historia azulgrana tras recoger el rebote de un tiro libre errado de Basile, 76-78 en contra a siete segundos y cinco décimas del final, correr la cancha sin mirar a nadie más que al aro blaugrana y apostar por una penetración de diestro cerrado, justo por el lado donde Terence Morris había situado como muro su musculado cuerpo de 2,07 metros. «Es una acción a aro pasado, un 'uno contra uno' puro y duro. Ahí no había pizarra, pero emerge la técnica de Fernando con su diestra. Es una canasta muy difícil», detalla el ayudante azulgrana.
Cómo salió 'vivo' de aquella incursión con el botín de un tiro libre adicional solo lo sabe el alero cántabro. «Aquel partido lo tuvimos perdido durante mucho tiempo. Incluso estaba perdido antes de la canasta de Fernando». David Gil tiene muy fresca en la memoria el sentimiento con que afrontó el Baskonia aquel tercer encuentro de play off contra un Barcelona que se había coronado semanas antes campeón de la Euroliga. Con las fuerzas justas, obligados a no fallar a pesar de la ventaja inicial de los dos duelos ganados en el Palau. «El equipo tenía la sensación de que no había más partido que ese. Nunca he visto a nadie luchar tanto por completar un partido de semejante manera. Aquel tercer partido era a vida o muerte y el equipo nunca quiso morir. Es el ejemplo perfecto de cómo un equipo puede llevar al extremo su supervivencia». El Baskonia y el gusto por lo imposible.
La fase final de Valencia que cerró la pasada temporada alumbró a un campeón que algunos podrían considerar afortunado. En tres encuentros claves frente al Unicaja, Valencia Basket y Barcelona, los rivales dispusieron de un último tiro para ganar. David Gil recuerda los instantes posteriores a la canasta de Vildoza y la última bala que gasta el Barcelona a poco más de tres segundos para el final. «En ese momento, no sabes a ciencia cierta lo que puede preparar el rival. Debíamos defender 'uno contra uno' con los conceptos muy claros. El caso es que, cuando sale el tiro de Higgins, en el banquillo del Barça muchos lo ven dentro, aunque estaba bien punteado».
El aro terminó por repeler aquel último intento. ¿Salvados por el azar? Sería una conclusión demasiado simplista. El asistente baskonista opta por distinguir entre la fortuna elemental que puede convertir a cualquiera en ganador de un premio de lotería y la buena suerte que termina por lanzar un capote al aspirante más dedicado y creyente. «El equipo trabajó mucho durante el confinamiento. Trabajas para que en los momentos de tensión y crisis aparezca ese puntito de suerte, que tengas algo ganado de antemano. La buena suerte es la que produce cosas buenas gracias a la constancia y la dedicación», reflexiona David Gil.
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