Los tiempos que se acercan
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Si Dubái termina por irrumpir en la Euroliga, quizás sus gestores deberían plantearse seriamente cambiar el nombre de la que ahora es la máxima competición continentalLa victoria del Baskonia en Valencia y la espectacularidad del último cuarto de los vitorianos me traen grandes recuerdos de tiempos no tan lejanos. Me remonto a aquella época en la que el Baskonia se llamaba Taugrés y la carga emocional que suponía ver a ... una empresa castellonense que patrocionaba al conjunto alavés ganar a los capitalinos con asiduidad. La competencia está en el ADN de ambas aficiones.
Dusko Ivanovic es, con seguridad, el entrenador que más veces habrá vivido estos enfrentamientos con los valencianos desde el banquillo baskonista. No tengo estadísticas a mano, pero seguro que su balance es victorioso. El meritorio triunfo en la Fonteta se ajusta plenamente al carácter del técnico. Los últimos cuartos de los equipos entrenados por el montenegrino son brutales. Sería interesante ver un estudio estadístico de su trayectoria en los últimos 10 minutos de cada partido de su carrera deportiva.
La noticia más trascendental de los últimos días es el caso cierto de que Dubái y el dinero del petróleo van a desembarcar en la Euroliga como patrocinadores generales con derecho a incorporar un equipo en la competición. Definitivamente, los petrodólares estarán inmersos en la vida del deporte europeo en un plazo muy corto. En el fútbol ya lo están, por mucho que Florentino Pérez intente cerrarles el paso con una competición cerrada que no hace más que encontrar detractores.
El baloncesto es un deporte que no genera beneficios, subvencionado por dineros ajenos e instituciones que lo protegen para dar vida a instalaciones municipales. También existen casas comerciales locales que se ven comprometidas con las personas e incluso todavía hay clubes que venden lotería para cubrir necesidades. Francamente, me cuesta imaginar cuál será a medio plazo el lugar baloncestístico de ciudades como Vitoria o Valencia.
Puede pensarse desde el optimismo, que la Euroliga fuese como la NBA, una asociación de clubes cumplidora de unas reglas que ellos mismos se marcan amparados por las leyes que rigen el ordenamiento del país. De cerrarse el acuerdo con Dubái, quizás la primera decisión que tendrían que pensar los rectores sería cambiar el nombre de la competición. El ordenamiento jurídico de los participante será imposible de determinar. Los rusos volverán con sus reglas del juego, fiscalidad tolerante al igual que los turcos; un Maccabi que va por libre muy alejado de la Unión Europea o el sorprendente baloncesto serbio, pletórico de dinero con dos equipos el lo alto de la competición. Demasiadas culturas con diferencias extremas.
Desde estas premisas más o menos acertadas volvamos la vista a nuestro baloncesto. Solo el Madrid parece estar capacitado para mantenerse en la élite europea. El Barcelona, por su precaria situación económica, irá perdiendo el paso poco a poco. Baskonia y Valencia Basket se mantendrán en un digno segundo plano, sustentados en la calidad del baloncesto español y también en las filigranas de sus gestores. Los levantinos pueden tener la posibilidad de que Juan Roig se liara la manta a la cabeza y triplicara su derroche tal y como ha hecho el ricachón del Panathinaikos. Y mientras, el Baskonia a verlas venir a base de gestión y entrenador al tiempo que nosotros disfrutamos de figuras como Chima Moneke o Markus Howard.
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