Una Final Four decepcionante
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El miedo a la derrota hizo que jugadores y técnicos estuvieran muy por debajo de su nivel real en la cita de KaunasEl mayor espectáculo del baloncesto europeo celebrado en Lituania, el país mas baloncestístico del continente, ha sido decepcionante en cuanto a la valoración del juego desarrollado por parte de los equipos. El miedo a la derrota ha constreñido de tal manera a entrenadores y jugadores ... que todos se han mostrado por debajo de su valor real. No olvidemos que los cuatro se habían ganado la plaza tras una exigente temporada regular y unos play off extenuantes.
El debutante Mónaco, el cuadro más musculoso de la Euroliga, tuvo al Olympiacos contra las cuerdas durante la primera parte de su semifinal. En la continuación, dispuesto a continuar con el combate de boxeo, recibió para sorpresa de todos un 27-2 en el tercer cuarto. Únicos momentos decentes de Olympiacos en el evento. A los del Principado hay que perdonarles. Para que se abran las puertas de la gloria tienes que haber llamado muchas veces.
En la semifinal entre el Barcelona y el Madrid, pronto se apreció que los blancos tenían menos tensión. Total, venían con la tarea hecha tras acabar con el Partizán en un cruce corrompido por la tangana. Definitivamente, Jasekivicius no fue él; calmado y reflexivo, sin un criterio. Daba la sensación de pedir en cada cambio ayuda para resolver el entuerto de esa zona de colegio que le planteaban los madridistas. La falta de habito en atacar esta defensa ha tenido a los entrenadores y jugadores poco lúcidos en como romperla. La cara triste y los ojos vidriosos que en frecuentes ocasiones nos muestra Mirotic derrotaron a un Barcelona que no gozó de una racha que les diera opciones.
La plácida victoria de los madridistas les sirvió para soñar que lo imposible podía ocurrir. Chus Mateo era un entrenador feliz. Las ausencias por lesión o sanción rebajaba su tropa. ¡Por fin solo tenía que manejar un grupo limitado! En los equipos, muchas veces menos es más. El Baskonia de esta temporada es el ejemplo claro.
Los eternos veteranos madridistas dieron un paso adelante. Mejor dicho, las circunstancias les pusieron a jugar. Volvieron las trampas defensivas, donde Rudy se hace un gigante. Hezonja, sabiendo que tendría más minutos, dejó de tirarse las castañas a que nos tiene acostumbrados y se puso a rebotear. Aparecieron Causeur y Hanga para trabajar. Y por fin le dieron el balón a Sergio Rodríguez para que de su mano Tavares ganara la final. Todo esto pudo ocurrir porque Mateo no ni con Deck, ni con Yabusele y porque redujo los minutos de un jugador tan híbrido como Musa. Fueron pequeños detalles que le dieron al entrenador la autoridad para preguntarle a Llull si quería hacer el último tiro. En ese momento volvió la historia blanca, el menorquín, el José Tomás de nuestro baloncesto. El inesperado y merecido título pospone, como mínimo, una temporada más la reconversión que los madridistas necesitan y que debería pasar por reducir el número de estrellas.
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